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34. ¿Entonces ya me dirás dónde está tu jefe?

Por supuesto que no estaba en él todavía decidir o prohibir algo al joven.

Aún no podía ni siquiera tomarlo, pero una cosa era decir esas palabras y otras lo que realmente estaba sintiendo en esos momentos, más allá de la fingida calma aparente que parecía tener.

Sobre todo, cuando podía simplemente asegurarse que nadie más se le acercara. El simple hecho de imaginar que alguien más podía acercarse al joven y besarlo. Lo enfermaba, sobre todo si era consciente que esa otra persona probaría los labios del príncipe de la misma manera que él lo hacía en esos momentos.

No, definitivamente, no podía permitirlo.

Pese a que una parte de su cerebro le decía que era lo correcto, sus labios se movieron sobre los del joven en un beso que pretendía ser suave, pero que terminó convirtiéndose en una muestra de posesividad salvaje que llego a su fin con los labios de Vladímir hinchados y la respiración de ambos agitada. Aun así, no había podido saciar las ganas que tenía del joven y mucho menos el
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