Al ver el frío en los ojos de Ximena, Lisandro sintió un escalofrío. Temía que ella, al igual que en el pasado, decidiera cortar por lo sano a causa de sus mentiras. Aunque parecía tratarlo con dulzura, había entre ellos una distancia fría y distante que le impedía entender realmente lo que ella pen
Cuanto más observaba, más furiosa se sentía, y tomó una serie de nueve fotos rápidas de los dos. Regina subió al auto y lo primero que preguntó a Diego fue cuándo se divorciaría. Diego repitió su respuesta habitual, pidiendo más tiempo.—¿Cuánto tiempo más tengo que darte? ¿Esperar a que Mariana ten
Cuando Mariana irrumpió, Diego acababa de salir de la ducha, envuelto en una toalla y saliendo del baño. Estaba hablando con Regina, quien yacía desnuda en la cama, cubierta solo por una delgada manta.—¡Creo que debería volver a casa esta noche! Ella ha estado muy suspicaz últimamente.Diego pensó
—Tú ya tuviste una vez, dijiste que bebiste demasiado y por eso te duchaste. ¡Yo te creí! ¡No te desmentí! ¡Y ahora otra vez con la ducha! ¿Crees que si cierro un ojo soy una tonta? ¡Hombre y mujer solos en un hotel, desnudos en la ducha, y aún piensas que pueden mantener una relación pura?—Así es,
Regina nunca había sido golpeada en su vida. Levantó la mano para devolver el golpe, pero Diego, rápido y alerta, la detuvo.—¡Jefa, jefa, no se rebaje! ¡Hablemos esto con calma!—¡Ella me golpeó! ¿Qué derecho tiene de hacerlo? —La miraba furiosa a Ximena—. ¡Lo de un hombre y una mujer siempre es un
Regina sabía que Diego tenía razón, y tampoco quería exacerbar la situación.—Está bien, buscaré un momento para hablar seriamente con tu futura exmujer.Mariana había pasado toda la noche sentada en aquella habitación. Al amanecer, se levantó del suelo y, como enloquecida, destrozó la habitación de
La majestuosa hacienda, digna de una serie de televisión, se erguía imponente. Ximena se detuvo ante la grandiosa entrada de la Hacienda Serenidad, sintiéndose de repente como un patito feo, fuera de lugar en un mundo que no le pertenecía, incómoda de pies a cabeza. Por otro lado, Felicia miraba tod
—No es común que Lisandro traiga una chica a casa, no seas demasiado duro. Hay que darle algo de crédito. —Pero, ¿qué hacemos con Elena y Mateo? ¿Qué significa esto? Si se corre la voz, ¿qué pensarán los demás de la Familia Mendoza?—¡Basta ya, Armando! Si los niños lo desean, ¿qué puedes hacer? Ay