—Cuando tú estabas en la universidad, Mari comenzó a escribir para ganar dinero. Ella cubrió tanto tu matrícula como tus gastos. Después de graduarte, durante los dos primeros años, cuando no conseguías un buen empleo, fue Mari quien soportó todos los gastos.—La casa, el coche, ¡Mari pagó por todo!
Mientras, en el otro extremo de la línea, Lisandro escuchó esos gritos de terror.Afligido, preguntó: —¿Ximena, qué está pasando?Pero todo lo que podía oír eran esos gritos y el sonido del cristal rompiéndose.Preocupado, Lisandro usó la ubicación de su celular para rastrear a Ximena, arrancó su au
—¡Ximena! ¡Por favor, que no te haya pasado nada! —murmuró Lisandro, su corazón se aceleró, lleno de temor.A pesar de haber pasado por muchas situaciones peligrosas, nunca había sentido un miedo tan profundo.Manejó su carro por las calles a toda velocidad, con la esperanza de encontrar algún rastr
—Mari, Mari, ¡suélten a Mari! —Ximena gritó con desesperación, inmovilizada por sus ataduras.Antonio intentaba aprovecharse de ella, pero encontró dificultades.Después de intentarlo durante un buen rato, no logró quitarse los pantalones de Ximena.Ximena, buscando una salida, habló con un tono más
Los hombres intentaron llamar a los dos que habían ido al cajero, ¡pero sus teléfonos estaban apagados!—¡Qué bárbaros! ¡Sí que se escaparon! —exclamaron.La atención de los hombres ya no estaba en Ximena, querían encontrar a los dos que habían desaparecido con el dinero.Pero Antonio no solo pensab
Ximena no tenía idea de lo que estaba ocurriendo en el interior.Solo se escuchaban gritos desgarradores, que rompían el silencio de la noche y que espantaron a un grupo de cuervos, que revoloteaban asustados.A pesar de no poder ver la escena, el simple hecho de oír esos alaridos provocó que Ximena
Ximena, aunque con reservas, decidió creerle, pero le advirtió que tratara mejor a Mariana.Mientras Diego hablaba con el médico, Ximena se quedó en el pasillo intentando recuperar la compostura.Fue entonces cuando la policía se acercó.Uno de los oficiales era Enrique. Ese día estaba de servicio y
—¡Diego, eres un desgraciado! —gritó Mariana, levantándose de la cama y, a pesar del dolor en su vientre, tomó una almohada y la arrojó hacia él.Luego tomó un vaso de agua y también se lo lanzó.—¿Qué estás diciendo? —replicó.Diego, con reflejos rápidos, esquivó los objetos arrojados.El vaso de c