—¿Qué es lo que quieres? —jadee cansada. Los pulmones me ardían y quizás pronto necesitaría tomar aire fresco. Todo a mi alrededor olía pantanoso, apestaba a suciedad.Yukata estiró una mano hacía mi mejilla, la simple visión de su rostro me daba asco. Aparte mi rostro de un halón, ni siquiera soportaba su tacto. Una sonrisa irónica apareció en sus labios. No le di el gusto de apartar mi mirada. La mantuve firme, retadora. Él fue el primero en apartarla. Sonreí ante la pequeña victoria que obtenía. Más me valía tenerlas.—Tus ojos son impresionantes, jamás había visto un color semejante. —siseó poniéndose de pie, me observaba con admiración. —No sabes lo emocionado que estoy. Tengo a la joya de la Bratva en mis manos. —declaró. Su rostro poseía una expresión psicótica que introdujo el terror en mi sangre. Detestaba la forma en cómo me miraba.Debo reconocer que se veía muy desmejorado. No le había sentado bien la persecución de La Esfinge. Llevaba el cabello y la barba mucho más larga
Maldigo la hora en la que decidí volver a este mundo. Inocentemente creí que si mantenía un perfil bajo no llamaría la atención. ¿Pero quién demonios puede hacerlo en una organización como la mafia roja o la mafia en general? En medio de mis divagaciones he llegado a la conclusión que todos son unos cobardes de mierda, pero les duele admitirlo.Buscan a las esposas e hijos en lugar de asesinarse entre ellos mismos, porque por alguna extraña razón, su hombría es más fuerte si someten a un débil. Eso, o realmente tienen miedo de encontrarse cara a cara con su verdugo personal: La humillación.Los corrientazos eléctricos ya me habían atrofiado el cerebro si perdía mi tiempo pensando en eso. Hacía bastante rato que no me aplicaban electricidad, pero la última descarga fue tan potente, que valía por tres sesiones. Ya había vomitado varias veces y en algún punto deje de sentir mis manos y pies a causa de las torturas y cuerdas que me ataban.Algo captó mi atención en el suelo, un montón de
Luego de nuestra charla, Alexey se marchó de mi habitación. Tenía asuntos que resolver con respecto a Yukata, pues La Esfinge quería castigarlo por su propia cuenta. Me contó que pudieron encontrarme gracias al rastreador que estaba implantado en mi anillo de matrimonio y que ahora se encontraban en el sótano todos los que capturaron.Prometió que enviarían a las sirvientas para que me atendieran y que subiría cuando el medico viniera a verme de nuevo. No asentí ni negué. Él podía hacer lo que quisiera, pero estaba demasiado adolorida como para pronunciar otra palabra. Nuestra reciente conversación había mermado las pocas fuerzas que logré acumular anteriormente.De mi mano colgaba una manguera que estaba conectada a una enorme bolsa de suero. Supuse que colocaron vitaminas en él, junto con los antibióticos para que sanaran las heridas. Lo que menos soportaba era la constante punzada en mi cabeza. Nunca había sentido un dolor parecido y también me provocaba ganas de vomitar cada poco
Lamentablemente la muerte se negó a llevarme. Y eso de que no discrimina entre santos y pecadores no sé si sea del todo cierto. Habían pasado dos semanas desde el secuestro y aún tenía pesadillas y lagunas mentales en mi mente. Lo que, si podía recordar claramente, fue todo lo que hizo el doctor para salvarme de mi intento de suicidio.Luego de que Alexey me sacó del baño, comenzó a hacer presión en mis cortes y suturó con cuidado, dejando varios puntos que me negaba a ver cuando los limpiaban. A causa de mi anemia, me colocaron dos bolsas de sangre para reponerme. La primera semana me había sentido muy débil, pero poco a poco fui recuperándome de mis heridas.Al menos de las físicas, porque las internas no sé cuándo sanarían por completo, probablemente nunca. Ojalá no me hubiesen salvado. Tenían que haberme dejado morir en ese instante. No valía la pena tanto esfuerzo por alguien al que se le habían menguado las ganas de vivir por completo. Un desperdicio de dinero y recursos médicos
—Por fin llegas, hace como cuatro horas que te estamos esperando. —afirmó Alexey quitándome al tigre de encima. Rodé lo ojos, ignorando su sarcasmo. Apenas hacían treinta minutos desde que había ido a buscarme en mi habitación para que bajara.—No creo haya sido tanto tiempo como crees. —asegure levantándome del suelo. Sacudí mi ropa para retirar la tierra que se había adherido a esta. Sonreí, muy divertida.Alexey se quedó mirándome durante algunos segundos, los suficientes para hacerme sentirme incomoda. Escondí mis manos en los bolsillos de la sudadera. Me sentía más segura de esa forma. Aparte la vista, negándome a enfrentar su expresión de reproche. Escuche un bufido por parte de Alexey y me prepare para la ola de insultos que se vendría.—Me alegra que vuelvas a sonreír… Hace mucho no lo hacías y ya empezaba a extrañarlo. —admitió encogiéndose de hombros. Giró sobre sus talones, dejándome ahí parada, muy confundida por lo que acababa de decir. Nunca pensé oír esas palabras.Espa
—A partir de ahora te dejo en sus capaces manos. —dijo Alexey sin más. Antes de que se retirara lo tome por al brazo, deteniéndolo. Esto debía ser una especie de broma.—¿En serio piensas dejarme aquí? —pregunte sin molestarme a ocultar mi miedo. Ya había sufrido lo suficiente como para tener que pasar ahora por eso. Lo único que quería era regresar a mi habitación y esconderme debajo de las sábanas hasta para siempre.Alexey me observó con seriedad. Y antes de que hablase ya sabía que no estaba dispuesto de ceder por ninguna razón. Tomó una decisión y la seguiría hasta las ultimas consecuencias. Contuve el grito que pugnaba por salir de mi garganta. Solo tomaba en cuenta lo que él deseaba, como siempre y esperaba que todos la acatáramos a la brevedad.—Pongámoslo de esta forma: Si no quieres entrenar, perfecto. —Casi suspiro de alivio al escuchar sus palabras, pero me detuve al ver que continuaba. —Puedes marcharte, pero ten por seguro que no vuelves a ver a Dominika. —aseguró con to
A partir de ese día, mi rutina adopto la misma forma: despertaba, salía a correr unos buenos kilómetros, me duchaba, tomaba un buen desayuno, organizaba mis cosas de trabajo, luego iba al gimnasio, me encontraba con Mijaíl para entrenar y terminaba el día dándome un largo baño de espumas para relajarme. Una repetición constante de cosas que prefería evitar hacer, combinada con otras a las que desearía prestarle más atención ahora.Por suerte, en el trabajo se tragaron el cuento de que tuve un accidente automovilístico y debido a eso falté dos semanas. Mi siempre fiel compañero Theo, no dejó de llamarme en ningún momento para saber cómo estaba. La mayoría de veces tenía que mentirle, lo cual me pesaría sino no lo estuviese protegiendo con mi silencio.Hace unos tres días que había regresado a la revista. Todos me recibieron efusivamente e incluso montaron una pequeña fiesta a la hora del almuerzo como bienvenida. Nunca me sentía tan querida por alguien que no pertenecía mi familia. Rea
Lo primero que detalle del lugar, fue el olor nauseabundo. Por instinto me llevé la mano a la nariz para cubrirla a penas me bajé del auto. Nunca había sentido un aroma tan putrefacto como aquel. Tuve que contener las nauseas que aparecieron en mi garganta. Theo no se veía mucho mejor que yo, el pobre hombre se había puesto verde al segundo.Cerré la puerta del auto detrás de mí y comencé a caminar hacía la granja. Ahora mismo no era más que un basurero y por lo que sabía, también un cementerio de animales. Seguramente a eso se debía el olor que desprendía todo el lugar. Solamente la muerte podía tenerlo. Saque un pañuelo de mi bolsillo y lo coloque en mi boca y nariz para alejarlo.—¿Estás seguro que este es el lugar? —pregunte moviéndome con cuidado entre la basura y los escombros. A leguas se notaba que aquí había sucedió algo horrible. —¿Qué puede tener la gente en el corazón como para hacer tal cosa? —exclame acongojadamente. Theo observó todo el espacio detenidamente. Su mirada