Nada es casualidad

Isis

Por fin puedo ir a casa a descansar. La guardia estuvo especialmente movida anoche, muchas intervenciones, revisiones de rutina y algunos accidentes en carreteras.

Es agotador, ser médico es una de las profesiones más difíciles del mundo, no porque yo esté viviendo de eso, no, es complicado tener que cargar con tanta responsabilidad; quebrarse cuando un paciente no sale de la sala de operaciones; ver situaciones que te hacen replantear si es lo que realmente deseas hacer el resto de tu vida.

La medicina no es para cualquiera, hay que tener una actitud fuerte, espíritu inquebrantable y control de las emociones que muchas veces buscan tirarnos al suelo sin piedad. Ver cantidades de sangre, llantos, gritos de agonía, no, eso definitivamente no es para cualquiera.

Desde que mi hija nació pensé en dejarlo y dedicarme a otra cosa, algo que no me absorba tanto tiempo y me dé algo más de libertad. Mi estado de salud tampoco es el mejor desde que Anat llegó a mi vida. Las constantes guardias para tener algo de dinero adicional cansan tanto mi cuerpo que no disfruto de verla crecer.

Volviendo a mi agotador presente, llego al supermercado para comprar más fruta para Anat, siendo tan pequeña puede consumir algunas en forma de puré. Hay mucha gente, tengo que ser rápida antes de que las colas en el cajero se extiendan más y tarde en volver a casa.

No pasa mucho ya que ya tengo el carrito repleto de frutas, verduras, fideos y bebidas. Me gusta hacer esto dos veces a la semana, menos tiempo que perder fuera de mi hogar. Voy por los pañales, al estar muy altos, y como la enana que soy, tengo que hacer puntas de pie, pero ni eso me ayuda, no hasta que una mano muy grande toma dos bolsas y las baja.

—Muchas gracias. —Me volteo para sostener las bolsas, las mismas caen al suelo cuando veo al ser más hermoso frente a mí, de nuevo—. ¿Usted? —pregunto con molestia, agachándome para recoger las bolsas.

Se adelantó tomando mis manos, una extraña sensación corre por mi piel al sentir lo caliente de sus grandes palmas. Varios dedos tienen anillos que de seguro valen más que mi vida y las de mis nietos; su reloj no es barato o de imitación tampoco.

—Tiene falda, nadie debe ver de más, ni siquiera yo. —Su caballerosidad me cierra la boca, olvidé que traía falda, que si bien no es corta, si llego a hacer un mal movimiento se me ve hasta el alma negra que tengo.

Coloca las bolsas en el carro, supongo que para no tirarlas de nuevo por error.

—Diría que encontrarnos dos veces con un día de diferencia es mucha casualidad. —Entiendo a lo que voy, por eso levanta su perfecta ceja—. Sabe de lo que hablo. —Asiente sin dejar de lado su máscara de seriedad.

En serio, el hombre sonríe muy pocas veces o jamás lo ha hecho, por algo no tiene una sola arruga que delate su edad.

—Una segunda opción es que se encuentre equivocada y vea cosas donde claramente no las hay. ¿Tiene algo de malo que venga de compras? —Si, que es una de las peores mentiras que he oído.

No trae carrito o algo que evidencie su muy mala y poco pensada mentira.

—Opción que queda descartada ya que no veo nada en sus manos. ¿Lo que vino a comprar es invisible acaso? —Nada, juro que no hace una jodida expresión, sigue mirándome sin darle importancia a mi alegato.

—Acabo de llegar, mis hombres esperan por mi fuera, tenía ganas de tomar aire. —Ahora veo que hay muchos hombres con trajes negros cerca de nosotros, dos de ellos hacen guardia en la puerta espantando a los clientes que buscan entrar.

Una segunda casualidad es que estamos solos.

—Yo sí completé mi lista de compras, si me permite... —No, no me lo permite, sostiene con fuerza controlada mi muñeca.

¿Quién usa guantes negros? Este hombre es un caso único.

—¿Cómo está la pequeña Anat? —Veo su agarre en mi muñeca, es firme pero no llega a lastimarme. Lo observo, inmediatamente me suelta.

—En casa, acabo de terminar mi turno en el hospital. —No es de mucho decir, solo asiente y camina lejos de mi dejando mi mente revuelta.

Su presencia de por sí me revuelve hasta las entrañas.

Vuelvo a lo mío, voy hasta el siguiente pasillo donde encuentro mis pastillas para el dolor de cabeza y las coloco dentro del carro.

—Por esas vine hasta aquí. —Hasta este punto su voz es inconfundible.

—La tercera casualidad en poquísimo tiempo —digo volteando mi carrito para ir a la caja registradora.

—¿No le interesa saber mi nombre? No me preguntó desde que nos conocimos. —Tiene bastante ego, no pensaba en saber más cosas de él.— Una persona siempre inicia con presentarse, un paso que nos salteamos.

—Digamos que yo no quería conocerlo como lo hice y por lo mismo no me interesa hacerlo ahora.

Además, usted ya sabía de mí cuando llegué a su casino, no me correspondía hacer las presentaciones. —Quiere atribuirme la responsabilidad de sus actos.

—Tenía que saber de usted, llegó un punto en donde no tenía suficiente. —Su cuerpo está muy cerca del mío, tanto que su respiración se siente pegada a mi oreja—. Por eso prefiero saber lo demás de usted misma. —Tragando con dificultad y recuperando el control sobre mi cerebro, me alejo lo más que puedo.

—No hay nada deba saber, usted y mi hermano tenían una deuda que ya pagué. Nada más tiene que relacionarnos. —Ese día me llamó poderosamente la atención su atractivo, pero tengo cosas más importantes que pensar.

—¿Nada más? Es una verdadera pena, es una mujer con la que deseo relacionarme de muchas formas. —De nuevo esa mirada que penetra hasta en mi subconsciente y lee cada parte de mi—. No tiene que preocuparse, no está en mis planes hacerle daño.

¿Planes? ¿De qué clase de planes habla? No me da confianza, menos con la forma en que me mira.

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