El motor rugió con fuerza cuando Dante detuvo su auto frente a la mansión. La noche estaba silenciosa, pero dentro de su cabeza el caos no cesaba. Apretó el volante por un momento, intentando calmar la rabia que hervía bajo su piel. No podía sacarse de la mente la imagen de Aurora escapando de sus brazos, el sabor de sus labios aún persistía en los suyos, encendiendo un deseo que no había podido saciar.Al bajar del auto, un dolor punzante le recorrió la pierna herida, recordándole el precio de estar siempre en medio del fuego cruzado. Aun así, no se detuvo. Avanzó con paso firme hacia la puerta principal, sus pasos resonando en el mármol del vestíbulo cuando entró.El silencio en la casa se sentía pesado, como si todo estuviera conteniendo la respiración. Subió las escaleras con dificultad, apoyándose levemente en la barandilla, sintiendo cómo la herida en su pierna latía con más intensidad. Pero eso no importaba. Lo único que tenía en mente era verla.Al llegar al segundo piso, cami
Dante subió las escaleras lentamente, sintiendo el peso del cansancio acumulado y el dolor latente en su pierna herida. Aunque la tortura al traidor le había proporcionado una descarga momentánea de furia, su mente seguía inquieta. Antonio estaba yendo demasiado lejos, y si no lo detenía pronto, todo se saldría de control.Cuando llegó a la biblioteca, la puerta estaba entreabierta. Alonzo ya lo esperaba adentro, de pie junto a una de las estanterías. La luz tenue iluminaba su expresión seria mientras revisaba un informe. Dante entró, cerrando la puerta detrás de él, y se sirvió un vaso de whisky antes de acercarse a su mano derecha.—¿Qué averiguaste? —preguntó Dante, apoyándose en el escritorio de madera oscura.Alonzo levantó la vista.—Antonio está profundizando más en la trata de blan.cas. Los barcos que llegan al puerto están llenos de mujeres secuestradas de Europa del Este y Sudamérica. Está construyendo su imperio sobre sus cuerpos —dijo Alonzo con voz grave—. Dante apretó la
La noche había caído con una pesada oscuridad sobre las calles desiertas. Una brisa helada se colaba entre los edificios en ruinas, arrastrando consigo el olor a miedo, angustia. Frente a la bodega abandonada, una camioneta negra se detuvo en silencio. Sus luces se apagaron de inmediato, como si no quisiera dejar rastro de su llegada.La puerta del conductor se abrió lentamente, y de ella descendió Antonio. Su silueta imponente se recortaba contra las luces lejanas de la ciudad. Apoyado en un bastón de madera oscura, avanzó con pasos lentos pero firmes. Cada movimiento evidenciaba el esfuerzo que le costaba caminar. Los disparos que le había dado Dante meses atrás habían dejado cicatrices profundas, no solo en su cuerpo, sino en su orgullo. A pesar de todo, la determinación brillaba en sus ojos fríos. Pronto, muy pronto, volvería a estar completo. Y cuando eso sucediera, nadie se interpondría en su camino.Al llegar a la entrada de la bodega, empujó la pesada puerta metálica que rech
El auto rojo de Fiorella se detenía frente a los imponentes portones de la mansión de Dante. El resplandor tenue de las luces exteriores apenas iluminaba su rostro serio y determinado. No había dudado un solo segundo en venir, aunque sabía que poner un pie en ese lugar podría traerle problemas más adelante con Vittorio. Pero había algo más importante que sus propios temores, tenía que advertir a Dante antes de que fuera demasiado tarde.Avanzó con paso firme hacia la entrada principal, donde un guardia corpulento, de rostro imperturbable, se alzaba como una estatua. Apenas llegó frente a él, su voz cortante rompió el silencio.—Necesito hablar con Don Dante. Es urgente —dijo FiorellaEl guardia la miró de arriba abajo, mirándola con una mezcla de curiosidad y desconfianza. No era común que una mujer como ella apareciera en la puerta a esas horas, ya la había visto una vez, y ahora venía nuevamente a altas horas de la noche.—Espere aquí. Ahora le aviso —respondió el hombre con voz gra
Alonzo salió de la biblioteca, su cabeza estaba hecha un ocho, la imagen de Dante abrazando a Aurora no se borraba de su mente, una punzada de incomodidad lo atravesó, aún no sabía cómo iba arrancar a Aurora de su corazón. Movió la cabeza, tratando de alejar el pensamiento cuando vio a Dante bajar con rapidez detrás de él.Ambos caminaron hacia la biblioteca en silencio, sus pasos resonando en el pasillo. Dante abrió la puerta con decisión, pero al ver a Fiorella, sus ojos se entrecerraron.Se acercó a ella en un par de zancadas, tomándola del brazo con fuerza.—¿Qué demonios quieres?, ¿ Por qué dices que van a atacar uno de mis clubes —vociferó Dante con voz áspera.Fiorella dejó escapar una sonrisa calmada.—No soy tu enemiga, Dante. Soy tu aliada, y creo que te lo demostré el día que traje alonzo hasta está mansión. Y para demostrarte mi lealtad, he venido a prevenirte. Estaba en tu club esta noche. Estaba en una de las mesas cuando escuché a un tal Ulises hablar sobre atacar tu cl
Dante y Alonzo observaban en silencio el desastre que el hombre con la máscara de lobo había dejado tras de sí. Los restos del club estaban hechos añicos, muebles destrozados, vidrios rotos y el olor a pólvora aún flotando en el aire. Dante apretaba los puños mientras sus ojos recorrían el lugar, buscando algún rastro que explicara el motivo del ataque. No había tiempo para lamentaciones.—Reúnan a los heridos y llévenlos a mi mansión —ordenó Dante con voz firme a los pocos hombres que quedaban en pie. No podían permitirse más bajas, cada hombre que respirara todavía era esencial en la guerra que se avecinaba. Alonzo, de pie a su lado, encendió un cigarrillo, pero sus pensamientos estaban en otra parte.—Tenemos que descubrir quién es ese maldito. No es la primera vez que aparece, y si no lo detenemos, no será la última, el muy maldito me golpeó hasta casi matarme —dijo Alonzo, soltando el humo con lentitudDante asintió con gravedad. Sabía exactamente quién podría tener respuestas.
Dante quitó el seguro de su arma, con el cañón aún presionando la frente de Fiorella. Su mirada ardía con una furia contenida, cada músculo de su cuerpo estaba tenso, dispuesto a disparar en cualquier momento, si ella no abría la boca en ese momento.—Habla —ordenó Dante con su voz baja y amenazante.Fiorella lo miró con una mezcla de desafío y súplica, su respiración acelerada mientras la presión del arma le dejaba una marca roja en la piel.—Soy tu aliada, Dante. No entiendo por qué me tratas así —respondió Fiorella, esforzándose por mantener la calma.Dante soltó una carcajada fría y amarga, mientras Alonzo no apartaba la vista de la escena.—¿No te parece demasiada coincidencia?. Primero encuentras a Alonzo, y ahora eres tú quien me avisó del ataque a mi club. ¿Crees que soy un imbécil? —espetó Dante con ira.—¡No es casualidad! —exclamó Fiorella, alzando el mentón. —Pero no soy tu enemigo, Dante. Estoy de tu lado. Si no me crees, dispara. No tengo nada más que decirte.Un gruñido
Dante caminaba en círculos en la biblioteca, con la mandíbula tensa y los músculos de su espalda rígidos de la frustración. Una y otra vez, se llevaba la mano a la cabeza, como si el simple acto de presionar sus sienes pudiera aliviar el caos de pensamientos que lo atormentaban. Aurora lo miraba en silencio, con el ceño fruncido, intentando descifrar la tormenta que se cernía en la mente de Dante. Alonzo, por su parte, permanecía apoyado en la pared, con las manos hundidas en los bolsillos de su pantalón, observando con cautela, pero sin emitir palabra alguna.Aunque quisiera Dante odiar a Aurora en ese momento, y su única idea en su cabeza fuese enamorar a Aurora y así poder vengarse definitivamente de Antonio por todo lo que le había hecho, no significaba que su alma le estuviera carcomiendo, pues la mujer que estaba justo al frente suyo, había estado ciega por mucho tiempo, y él sería el que le abriría sus ojos de una vez por todas.—Todo esto…Todo esto tiene que ver con Francesco