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—Nora vino esa tarde a buscarme a la empresa y le pidió a mi secretaria verme, dijo que tenía algo importante que decir —me había dicho Gabriel antes de encender el Bugatti y ponernos en camino—. Me reuní con ella, y así me enteré de que nunca habías dejado la casa de Adam, y qué en esos momentos paseabas por la ciudad con él, que estabas cenando en ese restaurante. Medité sus palabras durante el trayecto y traté de hallarle una respuesta a la actitud de mi amiga. Nora no podía haber hecho eso, ella había prometido no decir nada. Pero entonces, ¿cómo podía explicar que Gabriel nos hubiese descubierto esa noche? Incluso ahora, ¿cómo podía explicar que ella acababa de mentirme sobre los anillos y esa visita a Gabriel que nunca le hizo? —Preciosa, ¿te sientes bien? —me preguntó él repentinamente, arrancándome de mi ensimismamiento. Parpadeé un par de veces y miré en torno. Ya estábamos entrando a la propiedad de Alan, cruzábamos las rejas y nos adentrábamos en ese hermoso camino rod
Nora y yo nos habíamos conocido en preparatoria, cuando ella cursaba el último año y yo el segundo. Se había cambiado de escuela cuando su padre y ella se mudaron a mismo barrio donde yo y mi madre vivíamos. Congeniamos de inmediato, tal vez porque su padre era tan alcohólico y abusivo como mi mamá. Nos hicimos buenas amigas, al grado que yo a veces dormía en su casa y ella pasaba sus tardes en la mía, mientras su padre vagaba por la calle con una botella en la mano, y mientras en la cocina, mi madre fumaba y bebía botellas de cerveza. Nuestras circunstancias parecidas nos habían hecho más que amigas, nos habían vuelto hermanas y el único apoyo de la otra. O al menos, así fue para mí. —Sé que ese tipo rico ha estado buscando aquí y allá, tratando de encontrar a la persona que drogó a su preciosa esposa. Desde donde me encontraba de pie, ella no podía verme. Pero yo sí podía verla a ella, la miré sacar un cigarro de su bolso y encenderlo. Se lo llevó a los labios. Nora no fumab
Desde que desperté en la misma cama junto a un hombre desconocido, creí que había cometido el peor error de mi vida, un perfecto error. No obstante, después de recordar los eventos de esa fiesta donde terminé conociéndolo, mi perspectiva de todo era distinta. Muy diferente. Él me había salvado sin saberlo, y Nora... Nora había probado ser una persona muy diferente a la que conocí. Expiré profundo y seguí su voz por la casa. La encontré en la sala, aun hablando con el chico Barman y vigilando las ventanas para verme llegar. Ella no quería que yo la descubriera, pero ya era tarde. —¿Qué más cosas has hecho, Nora? —le pregunté. Ella dio un respingo y se volteó rápidamente. Al verme, cortó la llamada y me observó, sorprendida. Trató de aparentar, incluso escondió su cigarrillo en su espalda. —¿Volviste, Suzy? Supongo que el señor Bastián no estaba... —Él estaba allí, de hecho, fue él quien me trajo. Forzó una sonrisa. Estaba nerviosa. —¿En serio? ¿Y dónde está él? Yo me a
Nora me empujó fuera de la casa y me arrastró por las escalinatas de la casa, donde me arrojó y yo estuve a punto de caer al suelo. La tarde se había llenado de nubes, parecía a punto de llover. —Puedes irte, de hecho, no podría importarme menos. Con una mano en mi vientre y partiéndome de dolor, alcé los ojos hacía ella. Las piernas comenzaban a fallarme, respiraba rápido y mi vista se volvía difusa. —Nora... Te lo ruego, solo por... esta vez... ayúdame... Mis bebés... Desde la parte superior de las escalinatas, ella torció los labios y se cruzó de brazos. —La propiedad de Adam Blake es grande, Suzy, y ahora mismo está vacía. ¿Cuánto tardarás en llegar siquiera a las rejas? ¿Media hora? Alzó una ceja. —¡Y ni hablar de llegar a un hospital! Probablemente ya no veas otro día, amiga mía. Sonrió al verme pálida, a punto de ceder y perder el sentido. Con calma se me acercó, bajó despacio por las escalinatas, dándose su tiempo. Cuando llegó a mí, me peinó el cabello con sus
Con la mascarilla de oxígeno en mi cara, salí de la habitación y recorrí un infinito pasillo en una camina, con doctores a cada costado y hablando entre ellos, sobre mí y sobre “el producto”. Durante lo que me pareció una eternidad, solo pude mirar fijamente al frente, al techo, a las luces blancas e incandescentes que pasaban a gran velocidad. Y luego de un milenio, al fin entramos al quirófano. Allí me colocaron sobre otra cama, donde rápidamente comenzaron a preparar todo, incluida yo. Estiré los dedos y me aferré al vació aire, deseando sentir la mano de Gabriel. Lo necesitaba tanto, pero él estaba fuera, sufriendo solo, preocupado por mí. —Todo estará bien, Suzy —me dijo la voz de mi doctora y tomó con fuerza mi mano. La apretó mientras nuestras miradas se encontraban. —Yo estaré aquí, y cuidaré de ti hasta el final. Te prometo que haré lo mejor para que tú y los bebés se reúnan. Derramé algunas lágrimas mientras esbozaba una sonrisa de infinito agradecimiento. Pero no pude
Era tan feliz, agradecía estar viva y ver los rostros de mis recién nacidos. Aunque el cuerpo me dolía, estaba llena de ciega felicidad. Tenía a mis gemelos en brazos, durmiendo y totalmente sanos; solo un poco bajos de peso, pero saludables en todo aspecto. —Son muy hermosos, ¿verdad? —le pregunté a Gabriel, sonriendo y llorando. Él se inclinó y después de besarme en la frente, acarició las pequeñas cabezas de nuestros bebés; ambos tenían el cabello castaño, igual que su padre. —Son perfectos —musitó, tan feliz como yo—. Gracias, preciosa. Me has dado la mayor felicidad que nunca pensé experimentar. Nos sonreímos como tontos, tan alegres que apenas podíamos contener la dicha en nuestros corazones. Esa noche, disfruté a mi pequeña familia como horas antes imaginé que nunca podría; alimenté a mis hijos por primera vez, los vi llorar y abrir los ojos, aunque el color aun no estaba definido. Pude apreciar la recién construida faceta del Ceo Gabriel Bastián como padre; lo miré pre
Durante la mañana, después que desperté de otra siesta, la enfermera volvió a traer a mis hijos. Como la primera vez, me sentí tan feliz y emocionada de tenerlos de nuevo en mis brazos. Los cargué a ambos y besé sus suaves mejillas; olían muy bien. Y mientras yo los alimentaba y tenía un buen momento con ellos, Gabriel supervisó el cambio de incubadoras a la habitación; donde podría verlos todo el tiempo. También su secretaria trajo muchas cosas que yo había dejado listas en casa para el momento del parto; como pañales, biberones, sabanas, cambios de ropa para mí y mis bebés. —¿Has pensado en nombres? —me preguntó sentándose en la cama, luego de que los últimos empleados terminaran de instalar todo. Con cuidado, le entregué a nuestro hijo, luego negué con una sonrisa y besé a mi hija. —No, aun no. Pero me vienen a la cabeza muchos nombres. Gabriel miró a su hijo, el cual era tan pequeño que casi cabía en la palma de su mano. Le sonrió amorosamente, tan deslumbrado por ellos como
Me despedí de Adam con un beso en la mejilla, agradeciéndole infinitamente su apoyo y ayuda durante tanto tiempo; y él prometió que, a pesar de todo eso que no pudo ser entre ambos, siempre me iba a guardar un sincero aprecio. Sobre si íbamos a vernos de nuevo, cuando se fue sin mirar atrás entendí que no. Se había acabado. Permanecí en el hospital con mis bebés una semana completa, mientras veía sin intervenir como Gabriel ponía a varios de sus empleados a rastrear a Nora y seguirle la pista. Ella había dejado la ciudad el mismo día que me confesó todo, y ahora investigadores privados trataban de averiguar sí había dejado el país o solo permanecía oculta. Un par de días después, aunque no fue fácil, la gente de Gabriel la encontró al norte, se ocultaba en un hotel costoso que pagaba con el dinero que había recibido al vender mis anillos. No quise saber mucho del juicio al que Gabriel la sometió y donde la culpó de múltiples crímenes; solo me lamenté de que nuestra amistad hubiese