Dorian asintió lentamente, sin apartar la vista de ella.—Es una de las formas más efectivas para lograr que alguien hable —expuso con calma, como si simplemente estuviera exponiendo un hecho innegable.Somali sintió una presión en el pecho. No podía negar que la idea tenía sentido desde un punto de vista estratégico, pero algo en ella se resistía a aceptarlo con tanta facilidad. No porque sintiera compasión por ese lobo en particular, sino porque sabía lo que implicaba cruzar esa línea. Una vez lo hicieran, no habría vuelta atrás.Somali mantuvo la vista incrustada en Dorian mientras que sus palabras aún resonaban en su mente: la tortura como el método más eficaz para obtener información. No podía creer que él estuviera considerando algo así, que realmente pensara en infligirle a otro ser vivo un sufrimiento similar al que él mismo había experimentado en el laboratorio.Respiró hondo antes de hablar, intentando no dejar que la emoción desbordara su voz.—¿Estás seguro de que esto es
La habitación estaba bañada por una luz suave que se filtraba a través de las cortinas, tiñendo el aire de una calidez silenciosa. Somali y Dorian estaban sentados sobre la cama, no demasiado lejos el uno del otro, pero tampoco demasiado cerca. La intimidad entre ellos no necesitaba expresarse a través de la distancia, sino en la profundidad de las palabras que compartían. Él la miraba con atención, como si hubiera estado meditando durante horas antes de reunir el valor para decir lo que estaba a punto de pronunciar.—He estado dándole vueltas a algo —comenzó Dorian en tono calmado, como si tratara de no alterar la atmósfera tranquila del momento—. Creo que ha llegado el momento de revelar tu verdadera posición en esta manada.Somali parpadeó con suavidad, sin interrumpirlo, pero algo en su expresión mostraba sorpresa.—Al principio pensé que lo más prudente era esperar un poco más —continuó él—. Por eso solo se lo conté a Zeira y a Freya. Ellas conocen los detalles más profundos, lo
Somali lo escuchó en silencio, acatando sus palabras.—Te agradezco todo lo que haces por mí —manifestó ella—. Con respecto a anunciarlo… hazlo. Si crees que es lo mejor, si es lo que tú quieres, está bien para mí.—Pero también quiero que tú estés de acuerdo —alegó Dorian.—Bueno, tú tienes razón en que tarde o temprano tendré que acostumbrarme a esta nueva vida, a lo que significa ser la Luna de esta manada. ¿Para qué retrasar lo inevitable? Estoy dispuesta a asumir mi lugar aquí, Dorian. Así que estoy de acuerdo con que se lo digas a todos.Una sonrisa se dibujó en los labios de él, cálida y genuina. Se inclinó hacia ella, y sus bocas se encontraron en un beso profundo, prolongado, que sellaba la decisión de ambos, volviéndose un instante íntimo y tierno donde el tiempo pareció detenerse.Luego de separarse suavemente, Somari lo miró con picardía.—Por cierto… a partir de hoy quiero que duermas conmigo.Dorian arqueó una ceja, divertido.—Siempre he dormido aquí… en esta habitación
Dorian, por su parte, conversaba con varios de los miembros del Clan, algunos en su forma humana, otros aún con su pelaje visible bajo la luz cálida de las antorchas. Somali, que estaba de pie a su lado, aprovechó ese momento para apartarse en silencio. Sus pasos fueron tranquilos, mientras caminaba hacia donde estaba Ronan. Al llegar frente a él, le dirigió una sonrisa cordial y le habló en voz baja.—Hola, Ronan.Él levantó la vista y, sin sorpresa, respondió con una media sonrisa algo irónica.—Vaya… vaya sorpresa. Así que tú eres la Luna de la manada.Somali asintió despacio, sin borrar la ligera sonrisa de sus labios.—Sí, la verdad es que yo también me enteré hace poco. Como te mencioné antes, estaba convencida de que mi compañero destinado era alguien completamente ajeno al Clan, alguien del exterior. Pero resultó ser que… el Alfa era mi verdadero mate.Ronan bajó la mirada un instante, como procesando la información, y luego volvió a observarla.—Sí, lo recuerdo —dijo con tono
La noche había terminado en un estallido de risas, brindis y celebración. Las antorchas aún humeaban afuera, el eco de los tambores y los pasos de la danza tribal se extinguían como un sueño cálido. Pero dentro de la casa que compartían, la quietud reinaba. Apenas el crepitar de la leña en el hogar rompía el silencio. Dorian cerró la puerta tras ellos con un suspiro profundo, como si el peso de la noche se le deslizara por la espalda. Somali ya se había descalzado y sus pies se deslizaron con gracia sobre la madera mientras se soltaba lentamente el cabello.—Fue una noche larga —murmuró ella, recogiendo una manta caída del respaldo del sofá—. Todos parecían felices.—Están orgullosos de ti —respondió Dorian, acercándose por detrás, sin tocarla todavía—. No solo por ser su Luna, sino porque sienten que por fin alguien los ve. Tú los ves. Y eso les devuelve esperanza.Somali sonrió apenas, sin girarse del todo.—Pero... ¿no me verán como alguien que no pertenece aquí? Digo, yo no crecí
La primera luz del día entró en la habitación como un suspiro tibio, filtrándose entre las cortinas con una delicadeza casi celestial. El mundo afuera parecía detenido. Ni siquiera los pájaros habían empezado a cantar todavía. Somali abrió los ojos lentamente, envuelta en el calor del cuerpo de Dorian, enredada en las sábanas y en sus brazos. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero sentía el cuerpo blando, ligero, como si aún flotara en las aguas dulces del sueño.Él aún dormía. Estaba boca arriba, el pecho descubierto, respirando con suavidad. Una de sus manos seguía descansando sobre la cintura de ella, como si incluso en sueños necesitara saber que estaba allí. Somali lo miró largo rato, sin moverse, memorizando cada línea de su rostro sereno. En ese instante, con el sol asomando apenas sobre el horizonte, Dorian parecía más joven, más vulnerable. No el líder fuerte, el lobo feroz, el guerrero. Solo un hombre. Su hombre.Se acercó lentamente, apoyando el mentón sobre su pecho, y
—Freya —articuló de nuevo Somali—. Si tienes algo que decir, dilo. No tengas miedo, ni vergüenza. Puedes hablarme con confianza.—No siento temor —declaró Freya—. Pero la respeto, porque respeto al Alfa.—Sí, lo entiendo. Pero cualquier molestia o inquietud que tengas, puedes decírmelo de frente.Freya se quedó callada por un instante, para luego tomarle la palabra.—Usted estuvo fuera del Clan durante años, así que, no conoce nuestras costumbres, nuestras heridas, ni las decisiones que tuvimos que tomar durante su ausencia —hablaba sin alzar la voz, pero cada palabra tenía filo—. Y, de pronto, regresó para tomar su lugar de Luna. La pareja del Alfa. Quizás los demás lo aceptaron sin rechistar porque adoran al Alfa y saben que él daría... la vida por usted, pero yo la conocí cuando aún nadie sabía de su verdadera posición, y usted se ha comportado muy mal con el Alfa.Somali asintió lentamente, aceptando la perspectiba de Freya.—Tienes razón —replicó—. Y lo siento por eso...—No debe
—No digas, eso —articuló Somali—. No le restes importancia a tus sentimientos.—A decir verdad, no entiendo por qué me pregunta tal cosa, Luna...—Es que... tener que reprimir algo que sientes... esconderlo como si no tuviera derecho a existir... me parece muy injusto —manifestó.Freya no respondió enseguida. Mantuvo la cabeza gacha, con los ojos fijos en un punto del suelo como si buscaran refugio en lo inerte. —Las cosas que no tienen sentido... no merecen espacio. —No me pareces alguien que siente cosas sin sentido —respondió Somali con suavidad—. Me pareces fuerte, y valiente. Pero también humana. Loba, sí, pero con corazón. No deberías tener que cargar sola con lo que sientes.Freya se irguió de inmediato. Su rostro, sereno, ya no era triste. Era frío.—Le agradezco su preocupación, pero, con todo respeto, prefiero no hablar de eso. Hay cosas que no me corresponde discutir. No tienen importancia.—Tú tienes importancia —insistió Somali, dando un paso más cerca—. Esto no es una