34. LA ABOGADA.

AIDEN.

—Soy Aiden.

—Me estás jodiendo —esa voz hacía que mis pantalones se sintieran demasiado justos.

—No.

—No te estaba preguntando, hijo de puta —tenía la delicadeza de un pirata, la muy condenada.

—No seas grosera, no aprendes modales.

—No los necesito. ¿Qué quieres?

—Mira, yo creo que…

—¿Qué quieres, Aiden? Siempre que me llamas es porque quieres o necesitas algo de mi, eres una maldita sanguijuela, estoy trabajando y no tengo tiempo para ti.

—Tengo problemas.

—¿Cuándo no tienes problemas?

—Me estás sacando de mis casillas —le dije mientras terminaba de vestirme.

—Tú me jodiste la cabeza en cuestión de meses, ya no sé lo que significa estar dentro de una casilla —se quedó en silencio—. Te pedí que me dejarás en paz, no debería costarte tanto y menos ahora que el amor de tu vida volvió a tus brazos.

Una sonrisa se esbozó en mis labios.

—Si te llamo es porque tengo un caso entre manos que te interesa, mis abogados son corporativos y el problema que tengo entre manos no ti
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