CAPÍTULO 32: UN NUEVO COMIENZO.7 años después…La niña de siete años subió a la cama de su madre con un salto y muchas risas.—¡Mami, despierta! —exclamó mientras se acurrucaba junto a ella.La madre, sin abrir los ojos, la envolvió en un abrazo fuerte y empezó a hacerle cosquillas. Se oyó una risita traviesa y juguetona mientras la pequeña trataba de escabullirse, pero no pudo evitar reír más fuerte.—¡Son muchas cosquillas, mamá! —dijo entre risas, intentando escapar, pero disfrutando cada segundo—. Me haré pipí.—Oh, pequeña traviesa, soporta tu castigo… —habló con voz divertida y continuó haciendo cosquillas.—¡Basta, mami! ¡Ja, ja, ja! ¡Son muchas cosquillas!De pie en la puerta, un hombre las miraba con una sonrisa, viendo la escena con ternura.—¿Por qué empiezan la diversión sin mí? —dijo con un tono alegre y ellas se detuvieron y giraron para verlo, y la niña corrió hacia él con entusiasmo.—¡Papi!Él se agachó y abrió los brazos, recibiéndola con un abrazo cálido.—¿Cómo est
CAPÍTULO 33: EL PASADO LLAMA A TU PUERTA.Adeline dejó el bolso en el sofá y se sentó detrás de su escritorio, acomodándose con un suspiro. Su secretaria, Anne, comenzó a informarle sobre la agenda del día, pero ella no le prestó mucha atención.Tomó un sorbo de café y, alzando la mano, la interrumpió.—Anne, omite eso. Mejor háblame del abogado —dijo con un tono algo impaciente—. Llegué lo más rápido que pude, ¿y ahora no está?La mujer asintió con una ligera disculpa en su expresión.—Lo siento, señora. Dijo que vendría en un rato, que aprovecharía para saludar a un pariente que tiene en la ciudad.Adeline no respondió de inmediato, pero sus cejas se apretaron, mostrando una mezcla de curiosidad y desconcierto. ¿Qué querría un abogado con ella? Suspiró y dirigió su mirada hacia la amplia ventana de su oficina, donde se alcanzaba a ver la Torre del Reloj de Londres, con su elegancia y quietud imponentes.Justo en ese momento, alguien golpeó la puerta. Ambas mujeres se giraron, y Anne
CAPÍTULO 34: UN INVERSOR.El lujoso restaurante, la tensión en la mesa que ocupaban Giovanni, Dayana y el pequeño Gabriel era palpable.Ella miraba a Giovanni con un destello de enojo en sus ojos.—¿Me estás escuchando, Giovanni?Él suspiró y dejó de hablar con su hijo, que distraído jugaba con un trozo de tomate en su plato, para mirarla con expresión cansada.—¿Qué quieres? —le gruñó entre dientes—. Se suponía que este sería un día de padre e hijo, no que tú estarías incluida.Dayana apretó los labios, pero forzó una sonrisa como si el comentario no la afectara, aunque en el fondo sabía que sí. Habían pasado siete años desde que Adeline desapareció, y su vida no había resultado como ella lo planeaba. Sus expectativas de convertirse en la señora D’Angelo se habían desmoronado, y aunque Giovanni había aceptado hacerse cargo de Gabriel, y hasta de ella en ciertos aspectos, su rol era claro: solo era la madre de su hijo, nada más.No su esposa, ni su compañera. Simplemente, la madre del
CAPÍTULO 35: UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD.En el aeropuerto, Adeline caminaba con su hija de la mano. La pequeña, de cabello negro y ojos azules, miraba todo a su alrededor con curiosidad. De repente, levantó la vista hacia su madre.—Mami, ¿ahora vamos a vivir aquí? —preguntó con voz curiosa.Adeline sonrió y le acarició el cabello.—No, cariño, solo estaremos aquí temporalmente —le explicó—. Pronto volveremos a Londres. Sé que te gusta más allá.La niña hizo un puchero y negó con la cabeza.—No, mami, me gusta aquí. Es bonito. En casa siempre llueve y todo es gris.Adeline contuvo una sonrisa y continuó caminando. Después de recoger las maletas y hacer todos los trámites, salieron a la entrada, donde el chófer las esperaba.—Señora —dijo el hombre con una leve inclinación.Adeline le sonrió y subió al auto con su hija, que ya bostezaba de sueño. En ese momento, recibió una llamada de Lucien.—¿Cómo está Zoe? —preguntó él.—Acaba de quedarse dormida en mis piernas —respondió—. El desfase h
CAPÍTULO 36: ADRIANA DEVILLE.Después de que Zoe fue llevada a la que sería su habitación, Adeline se reunió con Anne en la sala. Se dejó caer en uno de los sillones de manera despreocupada, cruzando las piernas con elegancia. Su asistente la observó con preocupación y le sugirió suavemente:—Tal vez debería descansar un poco, señora.—Estoy bien —respondió Adeline, quitándole importancia—. ¿Hiciste la investigación?Anne se ajustó los lentes con calma y sacó su iPad. Revisó la información antes de comenzar a hablar.—Las empresas D’Angelo han estado pasando por una crisis en los últimos dos años —informó—. Giovanni D’Ángelo ha tenido que batallar mucho para mantenerlas a flote.Las palabras de Anne tomaron a Adeline por sorpresa. Sintió un pequeño dolor en el pecho al pensar en Giovanni, pero rápidamente apartó esos sentimientos y se obligó a concentrarse en lo que tenía que hacer. Se aclaró la garganta y continuó.—¿Hay otros inversores interesados? —preguntó con voz firme.—No —res
CAPÍTULO 37: DÉJALO IR. ―Mami, me duele la barriga... ―Gabriel D'Angelo tenía lágrimas en sus ojos negros y su vocecita se quebraba por el dolor. Dayana, sentada en el sillón, leía una revista. Cuando lo escuchó, rodó los ojos con frustración y bajó la revista de mala gana. —Deja de llorar por nada —le dijo con desinterés—. Me duele la cabeza de tanto oírte. El pequeño, temeroso, se acercó un poco más, con las lágrimas todavía en su rostro. —Pero mami... de verdad me duele. Dayana levantó una ceja y, sin previo aviso, lo agarró del brazo con fuerza y comenzó a caminar hacia las escaleras, tirando de él. —¡Deja de hacer drama! —lo regañó con voz dura—. Ahora estás castigado, y no saldrás de tu cuarto hasta que yo lo diga. El niño intentó hablar, pero ella le señaló hacia arriba con sus largas uñas rojas. —¡Sube! —le ordenó. Con los labios temblorosos y la cabeza baja, el niño obedeció y empezó a subir las escaleras. Una vez que él desapareció de su vista, Dayana hizo una mueca
CAPÍTULO 38: ¿QUE PASO CON NUESTRO HIJO?Giovanni sintió que el mundo se detenía y sus ojos se llenaron de lágrimas, y antes de poder pensarlo, la abrazó con desesperación, como si ella fuera lo único que le devolviera la vida. Pero Adeline lo apartó sin compasión, con un desprecio visible que le hizo arder el alma. Su mirada era de hielo puro, como si él fuera un extraño o, peor, alguien insignificante.Giovanni intentó recomponerse, pero el vacío en su pecho se hacía cada vez más grande.—Estoy aquí solo por negocios —le dijo Adeline, cada palabra afilada como una daga—. Las empresas que Barlow maneja me pertenecen, nada más.Él tragó, sintiendo que se le quebraba algo por dentro. Adeline, por su parte, se acomodó en la silla frente al escritorio sin esperar invitación y lo hizo exudando una elegancia fría y distante que lo dejaba sin palabras. Su mirada gélida lo perforó, y él apenas pudo sostenerla, luchando contra la vergüenza y el arrepentimiento que le retorcían el corazón.—¿V
CAPÍTULO 39: ¿FUÉ UNA NIÑA? ¿O UN NIÑO?Adeline sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando lo escuchó preguntar por su hijo. La sorpresa la invadió, y en su mente se formó la pregunta inevitable: «¿Cómo lo sabe?»Giovanni, como leyendo su expresión, se adelantó y le dijo con frialdad que sabía todo. Confesó haber leído su diario. Que sabía del bebé... de su bebé, y también... de su enfermedad. Adeline luchó por mantener sus emociones bajo control, aunque por dentro sentía el dolor de viejas heridas abrirse de nuevo.Sin embargo, pronto se recordó que él ya no tenía nada que ver con ella; que Giovanni no era más que el pasado. Su voz adoptó una frialdad afilada cuando le respondió:—Llega tarde tu preocupación de marido. Debo decirte que ya no me importa, ni la necesito. Pero si te interesa saber si moriré... —hizo una pausa, y sonrió con sorna— ...para tu mala suerte, estoy sana. Y en cuanto al niño que llevaba en mi vientre...Giovanni observó cada uno de sus gestos, captando la i