Sentada en una fría butaca, con las piernas tensas y el corazón acelerado, Anna esperaba, totalmente agotada. Las horas que había pasado en la sala de espera de los quirófanos parecían eternas, y sus pensamientos eran un torbellino incontrolable. A su alrededor, las luces blancas y el murmullo constante de las enfermeras que iban y venían solo acentuaban la ansiedad que la carcomía por dentro. Llevaba tanto tiempo esperando noticias que el cansancio físico había quedado relegado por el miedo que sentía por la vida de su hijo.«¿Cómo estará Lucas?», se repetía una y otra vez, cerrando los ojos en un intento desesperado por calmarse. Pero apenas los cerraba, el rostro de su pequeño, frágil y pálido, llenaba su mente.De repente, el sonido de una puerta abriéndose con fuerza hizo que Anna levantara la cabeza de golpe. Su mirada se posó en Mikhail, quien con la respiración pesada, como si hubiera corrido una maratón, emergió del quirófano con el rostro perlado de sudor y con el gorro
María estaba tumbada en la cama, inmersa en el vacío de su soledad. Desde la cesárea, su recuperación había sido lenta y dolorosa; la infección no cedía, y con cada día que pasaba, se sentía más atrapada en esa habitación fría. No había recibido visitas, de amigos, ni de familiares. Ni siquiera Mikhail había asomado su rostro. En un intento desesperado por distraerse, deslizó el dedo por su teléfono, pero la pantalla repentinamente le mostró un mensaje que la hizo enfurecer: su cuenta había caducado por falta de pago.Con un grito ahogado, lanzó el teléfono con fuerza hacia la puerta, justo cuando esta se abrió, revelando a un médico pediatra. María lo observó con furia, pero su expresión cambió al notar la mirada llena de pesar en el rostro del doctor.—¿Qué? —preguntó, con la voz quebrada de cansancio y desesperación.El médico avanzó un par de pasos, manteniendo la distancia, con una carpeta en la mano.—Lamento informarle, señora... —Él dudó por un instante, antes de soltar la
La habitación del hospital estaba iluminada únicamente por una lámpara tenue al lado de la cama de Lucas, mientras Anna, que estaba tumbada en el sofá cama, se despertó al oír cómo la puerta se abría silenciosamente.Mikhail entró con pasos ligeros, tratando de no hacer ruido, pero Anna, siempre alerta, abrió los ojos lentamente.Se levantó despacio, y al verlo de pie. Sin pensarlo dos veces, Anna lo rodeó con un abrazo fuerte, intentando ofrecerle el consuelo que sabía que él necesitaba.—Gracias por estar a mi lado —susurró Mikhail, con voz quebrada, mientras se aferraba a Anna como si fuera su única ancla en ese momento.Anna lo sostuvo con más fuerza, sintiendo el dolor que él trataba de contener. Se separó ligeramente, lo suficiente para mirarlo a los ojos.—¿Cómo te sientes? —inquirió, aunque ya podía ver la respuesta en su mirada vacía y cansada.—Mal —respondió él en un susurro—. No quisiera pasar por este dolor nunca... aunque al principio pensé que no querría a ese niño... p
—Eso no importa. Sube si no quieres quedarte con la duda. No tendré otra oportunidad para decírtelo.—No quiero escuchar lo que tienes que decir —respondió Anna con firmeza.—Por favor, Anna —la voz de María se quebró—. Te lo suplico. Solo escúchame una última vez.Anna suspiró, sintiendo cómo las dudas se arremolinaban en su mente. Finalmente, decidió ir, temiendo que María estuviera a punto de hacer algo desesperado. Cuando salió de la habitación, se topó con Svetlana en el pasillo.—¿Querida nuera, hacia dónde vas? — le preguntó Svetlana con curiosidad.—Suegra, dígale a Mikhail que vaya a la azotea con seguridad —pidió Anna apresuradamente—. Creo que María va a cometer una locura.Cuando llegó a la azotea, encontró a María de pie al borde, riendo de manera perturbadora.—Eres tan predecible, Anna —reveló María, entre carcajadas—. Solo tuve que decir 'por favor' y subiste.Anna miró a su alrededor, sintiendo que la tensión aumentaba.—¿Qué pretendes, María? —preguntó, intentando m
El amor entre Tatiana y Sergei se había dado de una manera tan rápida y natural que, desde el principio, ambos sintieron que no había necesidad de más tiempo para saber que querían pasar el resto de sus vidas juntos. Sergei, siempre directo y decidido, no dudó ni un segundo en proponerle matrimonio a Tatiana. Para él, cada día que pasaba a su lado solo confirmaba lo afortunado que era de haberla encontrado. Por su parte, Tatiana, llena de emoción, aceptó sin titubeos. La relación había sido un torbellino, pero un torbellino lleno de risas, complicidad y un amor que crecía con fuerza. El día de su boda, acordaron que sería una ceremonia íntima, algo que realmente reflejara lo que ambos valoraban: la sencillez y el amor sincero. Solo estarían ellos dos, el pequeño Lucas, quien no podía ocultar su emoción, y Mikhail y Anna, quienes serían los testigos de esta unión. Para ambos, el hecho de tener a sus amigos más cercanos en ese momento tan especial hacía que todo fuera aún más signif
La tarde en el parque de diversiones era perfecta. El sol brillaba sin ser sofocante, y una suave brisa acariciaba los rostros de Anna, Mikhail y su hijo Lucas mientras caminaban de atracción en atracción. Lucas, con una energía interminable, había decidido que los carritos chocones eran la siguiente parada en su lista de "cosas que hacer" antes de terminar el día.—¡Vamos, papá! ¡Te voy a ganar! —exclamó Lucas emocionado, corriendo hacia los carritos chocones mientras Mikhail lo seguía, riendo ante la emoción desbordante de su hijo.Anna y Svetlana se quedaron junto a la barrera de seguridad, observando cómo los dos se preparaban para subirse a los autos. Mikhail, con calma, le guiñó un ojo a Anna desde el carrito, mientras Lucas, lleno de determinación, se acomodaba en su asiento, listo para la batalla de choques que estaba a punto de comenzar.—No sabes en lo que te has metido, papá. ¡Voy a chocarte tantas veces que te rendirás! —gritó Lucas, lleno de emoción.—¿Ah, sí? —Mikhail
Mikhail y Anna aterrizaron en Santorini, Grecia, bajo un cielo despejado que parecía un lienzo pintado de azul. El mar Egeo resplandecía bajo el sol, prometiendo días de calma y noches bañadas por la luna. Todo en esa isla estaba cargado de promesas, de momentos que, en ese instante, ambos creían que durarían para siempre.Al llegar a su villa privada, los rodeaba el aire salado del mar, mientras una brisa cálida acariciaba sus rostros. La villa, enclavada en lo alto de un acantilado, ofrecía una vista impresionante del océano, donde el horizonte parecía fundirse con lo infinito. Anna miraba hacia la distancia, asombrada por la belleza del lugar, mientras Mikhail la observaba en silencio, maravillado por la forma en que su presencia parecía completar el paisaje.—No puedo creer que estemos aquí —susurró ella, deslizando su mano por el brazo de Mikhail, quien la rodeó por la cintura, atrayéndola hacia él.—Este es solo el comienzo —respondió Mikhail, susurrando cerca de su oído, con
La noche en Nueva York brillaba con un esplendor especial. Las luces de la ciudad parecían más luminosas que nunca, mientras los invitados comenzaban a llenar la sala donde se celebraba el evento en honor a Iván, quien acababa de firmar su segunda serie de televisión, la cual se había convertido en un éxito rotundo.La prensa, los compañeros de trabajo y algunos amigos cercanos se reunían para celebrar su triunfo, pero nada podía haber preparado a Iván para lo que estaba a punto de suceder.Mientras subía al escenario para dar su discurso de agradecimiento, Iván hizo una pausa, levantando la mirada hacia la puerta. Allí, cruzando el umbral de la entrada, vio a Anna, quien llevaba siete meses de embarazo.Estaba radiante, con una luz especial en sus ojos y una sonrisa que no podía ocultar, tomada de la mano de Mikhail. La imagen de ellos juntos, después de tantos altibajos, lo dejó sin palabras por un momento. Nunca habría esperado que Anna viajara hasta Nueva York para estar presente