Evelin se encontraba recostada en el sillón que, por lo general, está reservado para Elvira. Es temprano y no ha podido dormir bien; la bebé está muy inquieta. Cuando Gabriel se levantó para irse, ella no lo sintió y se molestó al saber que no la llevó con él a la consulta. Pero luego pensó que él había hecho bien; está realmente cansada. Se levanta cuando le traen el desayuno; pidió que lo llevaran allí, pues le encanta esa glorieta en medio del jardín. La tranquilidad la calma y la hace sentir muy bien; es su lugar favorito en toda la casa. Está comiendo cuando ve a su padre llegar con Elvira.—Buenos días, papá. Buenos días, mamá. Estás muy bella hoy —saluda a ambos—. Papá, ven a desayunar conmigo. También coloca a mamá aquí, en la mesa con nosotros; no la acuestes todavía. Debe estar cansada de estar acostada.—Está bien, Eve. Ya le di su crema y se la comió toda; parece que le gusta. Manuela se esmera en hacérsela.—Es muy rica, papá —asegura Evelin—. Cuando estuve enferma, tamb
Elvira analiza lo que oye pero se concentra para seguir escuchando la conversación. Todavía sin poder dar crédito a todo lo que ellos hablan sin saber que ella los escucha.—Sí, hijo, aunque tenga que pedirle perdón a Elvira de rodillas por el resto de mi vida, no voy a permitir que te separen de mí —le asegura el doctor Rossi a Salvatore, quien ahora solloza de manera que Elvira lo escucha claramente—. No debes ponerte así, hijo; es por el bien de tu madre. Quizás si le contamos todo, recobre la memoria.—¡¿Pero por qué tienes que decírselo, papá?! ¡Somos felices así! ¡Ella es la mamá de los tres! ¡Tengo un hermano menor y una hermana! ¡Amigos, familia! ¡La novia que siempre quise! ¡Vivo contigo, mi papá! ¡No quiero perder nada de eso! ¡No quiero! —grita Salvatore, realmente afectado, y se levanta tan bruscamente que la silla cae al suelo con un sonido seco.—Cálmate, hijo. Tu madre te quiere más que a nada en este mundo. No querrá verte infeliz —continúa el doctor Rossi, tratando de
Elvira se queda observando al doctor Rossi por un momento. La mirada de Rossi es de temor y esperanza, por eso le sonríe tratando de calmarlo e infundirle seguridad. Ahora sabe toda la verdad, él jamás dejó de amarla, tampoco supo de su hijo por culpa de esa odiosa madrastra que tenía. Decidida le responde. —Claro que recuerdo, cariño —responde ella, evitando mirarlo a los ojos—. ¿Por qué me haces esa pregunta?—¿Qué recuerdas, Elvi? —quiere saber Rossi para entender cómo comportarse. Elvira guarda silencio por un momento mientras organiza sus pensamientos, buscando el momento en que empezó a compartir su vida con ellos. Y sin mirar a Rossi, que espera expectante, le dice que no comprende por qué le pregunta eso, pero recuerda que están casados y tienen tres hijos: Salvatore es el mayor, le sigue Evelin, que está esperando un bebé y su pequeño Salvi. Recuerda también que alguien la atacó y perdió la memoria.—¿No recuerdas nada más, Elvi? —insiste Rossi.—¿Qué más debería recordar, R
Elvira lo mira con reproche, sabe que todavía no ha podido lograr que Rossi deje de estar asustado. Pero se siente feliz con esta familia que él le ha dado y no quiere que se destruya.—Deja de preguntarme eso, querido —le reprocha ella—. Ya he perdido la cuenta de las veces que he tenido que responder a esa pregunta hoy. Estoy bien, muy bien. Nunca he estado mejor en mi vida, te lo puedo asegurar. Tú eres el que tiene que descansar; te noto extenuado. ¿Por qué tenemos que irnos a Montegiardino de madrugada?—Casio y Colombo tienen un plan para atrapar a esos que persiguen a los chicos —le explica Rossi sin dejar de observarla.—Espero que todo esto se acabe pronto —dice Elvira, muy seria—. La pobre Eve tiene que estar tranquila al final de su embarazo.—Yo también lo espero, querida —afirma Rossi—. ¿Quieres que te ayude a secarte el cabello? Me volví un especialista mientras dormías.—¿De veras? ¿No era la enfermera? —pregunta ella, asombrada. Rossi se incorpora en la cama y se acer
Oliver mira a Gaby que sonríe mientras pasa la mirada por todo el salón en busca de Evelin y no la ve.—Se fue cuando dijiste eso —le dice Oliver—, no debiste decirlo, la tienes que contentar ahora, ja, ja, ja…, ¿cuándo vas a conocer a tu mujer?De seguro con el embarazo y todas esas mujeres mirando embobadas, le resurgieron todos sus miedos y complejos.—¡Pero si dije que no es linda, sino preciosa! ¿Hemos terminado con esto, verdad, Oli? Me cansa sonreír tanto. No entiendo por qué el fiscal Casio me ha hecho hacer todo esto —protesta Gabriel mientras se quita el micrófono—. Entiendo su plan, pero no me gusta ser el centro de atención; nunca me gustó. Lo hago con la esperanza de que todo esto termine pronto y logren atrapar a quienes persiguen a Evelin, para que mi Bianca nazca en paz. ¿Ya hemos terminado, Oli? ¿Puedo quitarme esta ropa?—Por ahora sí. Veremos qué dicen ellos después. Vamos chicos, a editar lo demás —dice Oli mientras hace ademán de marcharse con los demás.—Darío y A
Rossi no está seguro de si está haciendo lo correcto; solo sabe que desea complacer a sus hijos en todo lo que le pidan. Observa a Salvador, quien ahora muestra una expresión de inmensa felicidad que hace resaltar aún más su atractivo. Temeroso de estar alejando a su hijo de lo que realmente desea hacer, lo mira con seriedad y sugiere:—Salvi, creo que puedes hacer ambas cosas —Salvador lo mira sin entender—. Me refiero a que puedes ser actor y estudiar medicina. No tienes que ser doctor; puedes especializarte en laboratorio y trabajar conmigo cuando puedas. ¿Qué te parece?—¡Papá! No lo conviertas en una rata de laboratorio. ¿Quién va a dirigir todo entonces? ¿Yo? No me gusta sentirme excluida; quizás debería estudiar medicina yo también —protesta Evelin visiblemente molesta al verse apartada de la unión entre sus hermanos.—No, mi hermana, nunca vas a estar sola —Salvatore la abraza—. Estarás con mamá y papá. Salvi y yo, nos vamos a estudiar. Ja, ja, ja...—¡No quiero! Quiero ir yo
Todos habían salido del despacho al oír los gritos. El doctor Rossi se acerca a Gabriel.— Hijo, sé que Evelin puede ser difícil a veces, pero no puedes seguirle la corriente. Debes mantener la calma —le aconseja, preocupado.— No es lo que parece, señor Rossi —responde Gabriel sonriente.— Entiendo, pero no debes alterarla ahora, en el último tramo de su embarazo. En este periodo, las mujeres pueden volverse muy nerviosas y asustadizas. Mantén la calma, hijo —insiste el doctor, preocupado por las frecuentes discusiones que escucha.— Lo hago, mi suegro. Le digo que no es lo que está pensando —le responde Gabriel, y comienza a subir las escaleras lentamente. Aunque su pierna ha mejorado, todavía le cuesta subir escalones.— Me preocupan esos chicos —comenta Elvira.— Esperemos que no sea nada serio. Evelin últimamente pasa mucho tiempo gritándole a Gaby. Y él parece que ya perdió la paciencia y le responde del mismo modo. Los escucho a menudo desde mi habitación —expresa Salvatore, pr
El teléfono del doctor Rossi suena insistentemente. Están tan concentrados en el despacho con la nueva vacuna, que no se habían percatado de haberlo dejado en la mesa de la sala. Elvira se acerca y lo toma, respondiendo.— Dígame, es el teléfono del doctor Rossi.— ¿Es usted Elvira, la esposa del doctor? —escucha una voz ronca y muy extraña.— La misma, ¿quién es usted?— Señora Elvira, necesito hablar con el doctor Rossi, es de vida o muerte —insiste la extraña voz.— ¡¿Quién es usted?! ¡¿Por qué no deja de perseguir a mis hijos?! ¡Déjennos en paz! —grita Elvira asustada. Al escucharla, todos salen del despacho.— ¿Quién es, Elvi? Dámelo, dámelo querida —le arrebata el teléfono—. Doctor Rossi al habla. ¿Quién es?— Doctor Rossi, soy Jimena, usted no me conoce. Pero soy alguien que quiere mucho a Evelin —se presenta la mujer—. No diga nada y escúcheme. La mujer que atraparon no es Melinda, es otra chica que se puso su cara. Están vigilando a Evelin por mi maleta.— ¿Qué quiere decir