Se siente pequeño ante ellos, vulnerable, pero también hay algo más: un destello de felicidad pura que comienza a brotar desde lo más profundo de su ser. Por primera vez en mucho tiempo, Salvador se siente parte de algo, un lazo que va más allá de la sangre y los nombres; una conexión que se forja en el reconocimiento mutuo y la aceptación incondicional. Su corazón late con fuerza, casi en sincronía con los latidos de aquellos que ahora sabe que puede llamar familia.—¡Eres nuestro hermano, Salvador, sangre de nuestra sangre! —exclama Salvatore—. Siempre quise tener un hermanito menor y ahora tengo dos: una hermanita y un hermanito. Pero recuerden, yo soy el mayor, ja, ja, ja.—¡Oye! ¡Deja de alardear, hermano! Ahora que lo pienso, ustedes tres tienen el mismo nombre —dice Evelin señalándolos. El doctor Rossi siente que su corazón se hincha de una alegría incontenible al contemplar la escena frente a él: sus tres hijos, unidos por lazos invisibles pero inquebrantables, compartiendo r
Después de cenar y de ver a Evelin marcharse con Salvatore para hablar con su padre, Gabriel dirigió su silla eléctrica hacia el salón donde se encontraban los demás. Estaba preocupado por un mensaje que había recibido y no lograba descifrar. Decidió no interrumpir el momento de esparcimiento de los chicos, quienes reían con una comedia en la televisión; eran muchos los días seguidos enfrentando problemas sin tregua.—¿Gabriel, te sucede algo? —la voz de Asiri lo sacó de sus cavilaciones.—Después, cuando termine la comedia, os cuento —respondió con seriedad.Pero Darío, reconociendo por la actitud de Gabriel que debía ser algo grave, apagó la televisión de inmediato y todos se giraron hacia él. Gabriel se sintió culpable por haber interrumpido su distracción.—Continúen viendo la televisión, después lo discutimos —insistió, intentando que retomaran su entretenimiento.Sin embargo, para su sorpresa, Darío, con un tono grave, afirmó que la vida les había enseñado a no posponer las cosa
Una enfermera permanece siempre con Elvira en la habitación, aunque entre todos no la dejan sola. A cada rato, uno de ellos va a verla, sobre todo Salvatore, que cada media hora, cuando está en casa, entra a visitarla, le habla, le cuenta todo lo que ha hecho durante el día. También lleva a Fiorella cada vez que llega y cuando se va. Está muy preocupado porque pasan los días y su madre no da señales de despertar.Esa mañana había decidido pasarla con ella y con Fiorella; incluso pensaba sacarla a la glorieta. Se acercaba despacio a la habitación cuando la voz de la enfermera y lo que decía a su madre captó su atención.—Señora Elvira, con un esposo tan hermoso como el que tiene, no sé qué hace durmiendo. ¿No tiene miedo de que otra se lo robe? ¿Yo, por ejemplo? —preguntaba la enfermera mientras acomodaba una almohada.—No, porque mi padre solo tiene ojos para mi madre —contestó Salvatore, entrando molesto en compañía de Fiorella, quien también había escuchado y se había molestado much
Elvira siente que Rossi la toma con sumo cuidado, la lleva al baño, la sienta y espera pacientemente a que su cuerpo responda. Luego la asea y la lleva de vuelta a la cama, hablándole todo el tiempo.—Ayer nos quedamos dormidos muy temprano, cariño; por eso hoy nos hemos despertado a esta hora. Hoy te llevaré a pasear en tu silla de ruedas; a partir de hoy no correré, daré un largo paseo contigo por todo el jardín.*¿Silla de ruedas? ¿Se habría quedado paralítica después del ataque y por eso no puede moverse? Pero, ¿qué hace con Rossi? ¿Y Salvatore dónde está?* Siente cómo él le quita la ropa y la viste con otra, siempre hablándole con mucho amor. Su corazón se llena de alegría al oírle decir que la ama más que a nada en el mundo y que nunca más se separará de ella.—Después del paseo, cariño, y de que desayunemos, tomaremos un baño bien caliente; ahora las temperaturas son un poco frías. Estamos en casa de Gabriel, por si no te acuerdas, el esposo de nuestra hija Evelin.*¿Nuestra
Gabriel sale de su habitación dejando a Evelin profundamente dormida. Avanza solo en su silla de ruedas y toma el elevador. Darío lo espera en la planta baja. Salen de la casa donde el personal de seguridad ya tiene los autos listos. Se dirigen a la clínica de Luigi para una consulta con Enzo.—Buenos días, doctor Enzo —saluda Gabriel.—Buenos días, Gabriel —responde el neurocirujano—. ¿Cómo te sientes? ¿Listo para realizar las pruebas?—Sí, doctor, estoy cansado de estar en esta silla —responde Gabriel con ansias.—Creo que hoy mismo podrás dejarla si todo ha evolucionado bien. Vamos a empezar.Tras un buen rato sometiéndose a diversas pruebas, regresan a la consulta. Gabriel está cansado y algo adolorido, pero sonríe feliz.—¿Entonces ya puedo dejar esta silla, doctor? —pregunta incrédulo.—Sí, Gabriel. La inflamación ha cedido y, aunque mover la pierna izquierda te costará un poco al principio, no será por mucho tiempo. Con ejercicios y fisioterapia, el músculo recuperará completam
Evelin se encontraba recostada en el sillón que, por lo general, está reservado para Elvira. Es temprano y no ha podido dormir bien; la bebé está muy inquieta. Cuando Gabriel se levantó para irse, ella no lo sintió y se molestó al saber que no la llevó con él a la consulta. Pero luego pensó que él había hecho bien; está realmente cansada. Se levanta cuando le traen el desayuno; pidió que lo llevaran allí, pues le encanta esa glorieta en medio del jardín. La tranquilidad la calma y la hace sentir muy bien; es su lugar favorito en toda la casa. Está comiendo cuando ve a su padre llegar con Elvira.—Buenos días, papá. Buenos días, mamá. Estás muy bella hoy —saluda a ambos—. Papá, ven a desayunar conmigo. También coloca a mamá aquí, en la mesa con nosotros; no la acuestes todavía. Debe estar cansada de estar acostada.—Está bien, Eve. Ya le di su crema y se la comió toda; parece que le gusta. Manuela se esmera en hacérsela.—Es muy rica, papá —asegura Evelin—. Cuando estuve enferma, tamb
Elvira analiza lo que oye pero se concentra para seguir escuchando la conversación. Todavía sin poder dar crédito a todo lo que ellos hablan sin saber que ella los escucha.—Sí, hijo, aunque tenga que pedirle perdón a Elvira de rodillas por el resto de mi vida, no voy a permitir que te separen de mí —le asegura el doctor Rossi a Salvatore, quien ahora solloza de manera que Elvira lo escucha claramente—. No debes ponerte así, hijo; es por el bien de tu madre. Quizás si le contamos todo, recobre la memoria.—¡¿Pero por qué tienes que decírselo, papá?! ¡Somos felices así! ¡Ella es la mamá de los tres! ¡Tengo un hermano menor y una hermana! ¡Amigos, familia! ¡La novia que siempre quise! ¡Vivo contigo, mi papá! ¡No quiero perder nada de eso! ¡No quiero! —grita Salvatore, realmente afectado, y se levanta tan bruscamente que la silla cae al suelo con un sonido seco.—Cálmate, hijo. Tu madre te quiere más que a nada en este mundo. No querrá verte infeliz —continúa el doctor Rossi, tratando de
Elvira se queda observando al doctor Rossi por un momento. La mirada de Rossi es de temor y esperanza, por eso le sonríe tratando de calmarlo e infundirle seguridad. Ahora sabe toda la verdad, él jamás dejó de amarla, tampoco supo de su hijo por culpa de esa odiosa madrastra que tenía. Decidida le responde. —Claro que recuerdo, cariño —responde ella, evitando mirarlo a los ojos—. ¿Por qué me haces esa pregunta?—¿Qué recuerdas, Elvi? —quiere saber Rossi para entender cómo comportarse. Elvira guarda silencio por un momento mientras organiza sus pensamientos, buscando el momento en que empezó a compartir su vida con ellos. Y sin mirar a Rossi, que espera expectante, le dice que no comprende por qué le pregunta eso, pero recuerda que están casados y tienen tres hijos: Salvatore es el mayor, le sigue Evelin, que está esperando un bebé y su pequeño Salvi. Recuerda también que alguien la atacó y perdió la memoria.—¿No recuerdas nada más, Elvi? —insiste Rossi.—¿Qué más debería recordar, R