El detective Colombo observa a Gabriel durante un momento mientras éste baja la cabeza y las lágrimas recorren sus mejillas sin cesar. Gabriel se siente profundamente arrepentido por haber actuado de esa manera, culpándose a sí mismo por abandonar a su padre debido al abandono de Mirna en la boda y permitir que le sucediera algo así en su propia casa. El detective coloca su mano en el hombro de Gabriel para brindarle consuelo y le dice:—No te culpes, Gabriel. Eras joven. Todos cometemos errores cuando somos jóvenes —afirma, tratando de animarlo—. Además, tenías una billetera llena de tarjetas con dinero ilimitado.—Sí, mi padre solo trabajaba para mí, nunca me dijo nada sobre el dinero que gastaba. No importaba la cantidad —afirma Gabriel mientras se seca el rostro—. Yo era ingenuo y no me daba cuenta de que aquellos que decían ser mis amigos sólo querían mi dinero.—Eso es algo que ocurre a menudo con chicos como tú, Gabriel —dice Colombo—. Al menos no te metiste en problemas ni caí
Ambos caminan tomados de la mano, disfrutando de su amor y la expectativa de la llegada de su primer hijo, mientras recorren los senderos del jardín. Evelin tira suavemente de Gabriel hacia un hermoso árbol cubierto de flores que se extienden hasta el suelo, separa algunas y se adentran debajo de él.—Pero Evelin, te dije que no quiero oler flores —recuerda Gabriel, tapando su nariz ante la sonrisa de Evelin.—¿Te hacen querer vomitar estas? Casi no tienen olor —pregunta Evelin preocupada.—No, es cierto, no siento su olor —concede Gabriel—. Menos mal, mi estómago está muy sensible. ¿Estás segura de que no quieres que vayamos por tus cremas ahora? Podemos pedir que nos las traigan. ¿Qué dices?—No, prefiero hacer algo que deseo hace mucho— confiesa Evelin, acercándose provocativamente a Gabriel, pone una mano en su pecho haciéndolo retroceder, hasta que siente que su espalda choca con el tronco del árbol. Gabriel, la mira expectante. Están debajo de un hermoso árbol de cerezo lloró
María Isabel se inclina en una ventanilla de cristal, dentro de una oficina oscura, en uno de los barrios de Roma, ha tenido que esperar un buen rato. Hasta que por fin puede hablar con el hombre indicado, que la mira y le contesta inexpresivamente negando que pueda realizar el trabajo al instante.—Señor, ¿está seguro, que no puede tenerlos listos para hoy? —insiste ella.—No señorita. Necesito tres días mínimo —asegura el hombre de igual manera y agrega—. Además, no me trajo las fotos.—¡Verdad, lo olvidé por completo! —exclama ella—, Iré a buscarlas ahora, ¿hasta qué hora está abierto?—Hasta las seis, señorita. Pero si está cerrada la tienda, puede pasarlas en un sobre por debajo de la puerta. Junto con el adelanto —le dice imperturbable.—No, vendré antes que cierre— asegura María Isabel y se aleja pensativa. ¿Cómo pudo no pensar en eso?Se monta en el auto y maneja a toda velocidad hasta la casa. Al llegar, ya Pía tiene todo recogido y le pregunta si lo arregló todo como habían
La nana y María Isabel se miran entre ellas, sin saber qué pensar. Mientras el desconocido conduce a una gran velocidad, pasando peligrosamente de un lado de la carretera a otro, esquivando los autos que vienen de frente, es un gran conductor. Pero, pueden ver cada vez que giran sus cabezas, que Román casi los alcanza, los otros dos autos se colocan al lado del de ellos y los chocan. De pronto el desconocido sacó un arma, abrió la ventanilla y disparó. El auto de los perseguidores disminuyeron la velocidad, pero sigueron detrás de ellos. María Isabel y Pía, se miraron asustadas al ver el arma y sentir los disparos. Piero, volvió a llorar aterrado.—Disculpa bebé, no llores, ya pasó. No llores bebé— sigue hablándole el desonocido al niño, que de a poco se calma. El chofer se queda en silencio, como si pensara que hacer, solo las mira por el retrovisor a intervalos.—¡Sujétense que voy a frenar y girar!— Les dice. Frena de golpe, al tiempo que maniobra para hacer que el auto gire
Maria Isabel sin dejar de mirar a su hijo intrigada, le dice que es muy raro, porque Piero no se da así de fácil con extraños, pero con él se comportaba como si lo conociera. Algo que a Pía le llama también la atención, y recuerda que ni con el señor Ricci, su abuelo a Piero le gusta ir. Pero con este desconocido que las salvó y que dice ser su padre, se comporta como si supiera que es su papá. —¿Crees que lo visitaba? —pregunta. —No lo sé, pero por algún motivo no siento miedo, ni amenaza de parte de él —dice Maria Isabel pensativa. — Es más, me siento muy segura en esta casa Pía. —Ni yo tampoco siento amenaza de su parte, es un poco extraño —agrega la nana pensativa—. Pero se ve, que quiere proteger a Piero y a usted señorita. —¿A mí, Pía? —pregunta Maria Isabel esquivando su mirada. —¿No me diga, que no se dio cuenta como ese chico la mira? Se ve a leguas, que usted le gusta —afirmó Pía muy seria. María Isabel se puso colorada en lo que dice que ella está inventando. Pero
Gabriel yace en la cama, mirando el techo de su habitación. Desde que encontró las pertenencias de su padre, ha estado luchando para reunir el valor necesario para leer lo que le dejó escrito. Temía que su padre le reprochara por haberlo abandonado, por no haber estado a su lado cuando más lo necesitaba. Y todo por su estúpido orgullo herido, por permitir que personas equivocadas se involucraran en su vida. No quiere que las últimas palabras de su padre sean de regaño o reproche. Le dolería profundamente si fuera así.—Gaby, ¿no me vas a decir qué es lo que te tiene tan pensativo? —pregunta Evelin.—No es nada, Eve.—Amor, prometimos no ocultarnos nada. Por favor, cuéntame. Tal vez pueda ayudarte.—Cariño, no puedes ayudarme en esto. Se trata de las cosas que encontramos en la caja fuerte del banco. —al fin le dice. —¿Qué hay con esas cosas? —inquiere Evelin.Gabriel la mira un momento en lo que suspira, no quiere confesarle lo que está sintiendo, pero no tiene a nadie más, y como l
Gabriel asiente, sintiendo un pequeño destello de esperanza en medio de la oscuridad que lo rodea. Juntos, están decididos a buscar justicia y poner fin a la impunidad de los responsables.—Tienes razón, Eve —dice mientras se limpia los ojos y trata de controlar sus emociones—. Me calmaré, no puedo permitir que la ira me controle y convertirme en un asesino, por ti, por nuestro bebé. No tengas miedo, no lo haré. Sólo que me duele tanto que le hicieran eso a mis padres, que digo locuras. —Te entiendo Gaby— dice Evelin sin dejar de abrazarlo—. Debemos encontrar una manera de que paguen por sus crímenes. Tú no conoces a mi tío Colombo, vas a ver que él va a descubrir todo y los atrapará, ya verás, y sino ahí están mis tíos, los Garibaldi. —¿Los Garibaldi?—Ellos, si mi tío Colombo no los atrapa primero, lo harán ellos y se las cobrarán todas juntas, ya verás —asegura Evelin tratando de tranquilizarlo. En ese momento, Manuela se acerca a anunciar que el detective Colombo está en el s
Ambos hermanos comparten una risa cómplice, Salvatore le recuerda que deben de tener cuidado al mostrar afecto en presencia de Gabriel.—Sí, todavía se pone celoso contigo —bromea Evelin. —Es que eres muy bella, mi hermanita, tiene que cuidarte —agrega sonriente Salvatore.—¡Oye! ¿Cuándo me vas a decir quién es el chico de la foto? —pregunta, con una chispa de intriga en sus ojos.—¿Para qué quieres saber? —evade contestar, Salvatore. El ambiente entre los hermanos se vuelve más animado y juguetón, demostrando la complicidad y confianza que existe entre ellos. Evelin le cuenta que habló con Fiorella y le preguntó si aún recordaba a su amor platónico, y ella le respondió afirmativamente. Evelin continúa compartiendo detalles, mencionando que Fiorella todavía sueña con él todas las noches e incluso ha creado varias pinturas del chico de la fotografía. Sin embargo, está triste porque, al solo haberlo visto de espaldas, no sabe cómo es su rostro.—¿No recuerda su cara? ¿Estás segura