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Me sentía gordo de nuevo.

Cuando tenía nueve años, era adicto a una pastelería que quedaba a dos cuadras de casa, siempre que veía la vitrina, sabía que tenía que entrar a comprar la barra de chocolate rellena de caramelo que el señor Claude solía hacer. Y, a menos que no tuviese dinero, me quedaba por horas ante la vitrina viendo mi adicción burlarse de mí.

Cuando hacía eso último, normalmente pasaban dos cosas: o le daba lástima a la encargada y me regalaba un poco a escondidas o me sacaban de la tienda porque era hora de cerrar.

Por algo llegué a pesar ciento veinte kilos.

Y mírame ahora, veinte años después, encabezando la reunión que se llevaba a cabo en la sala de juntas, viendo como un perfecto idiota la gran barra de chocolate que me quería comer de un solo bocado, solo que esta particular barra de chocolate t

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