Debían pasar de las cinco de la tarde cuando Lía abrió los ojos y trató de desperezarse sin muchos resultados. Estaba cansada, exhausta de tanto llorar, pero de alguna manera aquel agotamiento profundo y silencioso le había traído un poco de paz.
Se levantó tambaleante y se acercó al espejo del cuarto de baño. Rozó con los
Gálagas estaba hasta el tope de espectadores, aunque las invitaciones a la exposición habían sido exclusivas. ¡Muy exclusivas! Por doquier se podían ver a los camareros apurándose con bandejas llenas de copas de champaña.Los seis inmensos salones acristalados que ocupaban el decimoquinto piso del hotel Cavalier estaban llenos de seductoras mujeres y hombres sonrientes que disfrutaban con la ruptura de sus expectativas.
_ Marco, manda el jet a buscarme.La voz de Ian le había sonado tan descontrolada al otro lado de la línea que su hermano no se había detenido ni siquiera a saludarlo._ ¿Qué está sucediendo? ¡Separándose, Lía estaba separándose de Johan! ¿Era eso a lo que se refería cuando le había dicho que tenía asuntos que solucionar? ¿Pero si era así, por qué no le había pedido ayuda, por qué se había marchado de su vida de forma tan abrupta?_ ¿CAPÍTULO 22
_ El sábado traeré a los niños. _ se despidió Katherine, abrazándola en la puerta._ Está bien, procuraré cocinar algo que les guste.Lía cerró la puerta tras su hermana y miró alrededor. El departamento era pequeño y luminoso, y en poco más de una semana había logrado convertirlo de un lugar completamente imp
Ian se adelantó y le dejó en los labios un beso fugaz con tanta naturalidad que ella no pudo reaccionar, anonadada. Solo cerró la puerta tras él y lo miró inspeccionar sonriente el diminuto apartamento que acababa de rentar, mientras la dejaba continuar con su incómoda conversación telefónica.La historia de Johan sonaba cada vez más inverosímil, y unas veces Lía abría los ojos como platos, otras apretaba los labios y otras sonreía con incredulidad. Pero no dejaba de observar al hombre que paseaba por el sal&
Ian rasgó la delicada tela de la camiseta mientras la recostaba sobre la cama. Estaba demasiado impaciente como para ponerse a desabrochar todos los botones de aquel juego de dormir._ ¡Juro por Dios que voy a comprarte otro! _ soltó, haciéndola reír.La deseaba, Ian la deseaba con tanta urgencia, con un desenfreno tal que apenas podía sacarse su propia ropa.
Ian dio un respingo exasperado, incrédulo ante semejantes palabras, y en el siguiente segundo su indignación se desbordó como un volcán activo._ Lía ¿cómo te atreves a decir algo así? ¿Crees que eso es todo lo que eres para mí, mi amante de turno? _ casi gritó _ ¿Crees que habría venido desde Mónaco a exigirle a tu marido que te dejara libre, solo para poder meterte en mi cama de cuando en cuando?
CAPÍTULO XVII.