5. El anónimo y la captura

Estando en el bosque, se bajó, amarró a Centauro a un árbol y se acercó al río que

estaba a unos metros. Tomó un momento para respirar y ver el paisaje, lanzó piedras

al río, se quitó su capa y la lanzó al suelo mientras veía al cielo, esperando que su

padre estuviera allí para aconsejarle qué hacer. Se sentía muy vulnerable de nuevo y el

cielo contemplaba su fragilidad, lo quebrantable y débil que podía ser; se dejaba ver

desnudo por lo divino que existía en algún lugar de aquel grisáceo cielo ¿A quién

podría gritarle sus penas si insistía en no creer en algún Dios? ¿Cómo reclamar algo si

no tenía a quien? Solo veía su propio reflejo meneándose sobre el agua, y podía

distinguir que, ése que contemplaba en el agua era el verdadero Doménico. En ese

segundo, volvió a levantar su mirada al cielo y entre súplicas exclamaba:

¡Oh, Dios, que de mi memoria he decidido borrar, que de mi vida he decidido

apartar, dame una señal y dime por qué te llevaste a mi padre! ¡Dime qué debo hacer

para calmar mi sufrimiento y sequedad! ¡Si de verdad existes y estás allí, dame una

señal de ese infinito poder y calma mi tempestad!

Y justo en ese instante, a su rostro comenzaron a caer gotas de lluvia, que se hacían

más fuertes a cada segundo. Doménico bajó con lentitud su cara mientras apuñaba la

tierra con brusquedad. Luego se levantó, caminó poco a poco por el barro que ya le

impedía caminar; hasta que se acordó de su capa, se devolvió a buscarla; pero la brisa

la había arrastrado hasta el agua. Él tomó rápidamente una rama cercana y se alzó

para rescatar su capa, y no pasaron segundos cuando torpemente cayó al río. Comenzó

a nadar y patalear, pero el río se estaba embraveciendo por el viento y la lluvia;

nadaba con fuerza hacia la orilla, pero fue golpeado por un tronco que la corriente

traía con fuerza. Se desmayó y es llevado por la corriente, hasta llegar unos cuantos

metros más adelante y terminar en la orilla. En ese momento, es rescatado por alguien

que vestía una túnica con capucha, e impedía que se le viera el rostro. Aquella persona

tomó al Rey Doménico y lo llevó de nuevo hasta donde se encontraba Centauro, su

caballo, quien pataleaba del susto por la lluvia y los truenos. Doménico aún estaba

desmayado; la persona anónima le toma el rostro, lo ve fijamente y tomándole la

mano fuerte se levantó y se fue lentamente.

Pasaron unos minutos cuando por fin Doménico decide despertar, abre sus ojos,

empapado de la lluvia que caía y con Centauro lamiéndole el cachete. Decide tomar

fuerzas y levantarse lentamente, le duele fuertemente la cabeza, se toca la frente y

nota que tiene sangre. Ve a todos lados un tanto confundido, recuerda el suceso de la

capa y la caída al río con el golpe del tronco; pero no recuerda cómo llegó hasta allí

nuevamente. Se asusta un poco, escucha voces y murmullo de gente gritando, se

agarra la cabeza con sus manos del dolor, la lluvia le impedía ver bien. Vuelve a escuchar voces y sonidos extraños, se le acelera el corazón mientras nota que dos

hombres y con antorchas se acercan hacia él gritando.

¡Es él, es él! Grita uno de ellos.

Creo que no Bertrand; además, no tiene su capa Responde el otro hombre

mientras se acerca a socorrer a Doménico.

Ayúdenme, por favor, me siento muy mal. Soy el Rey Doménico D’Luca…

Exclamaba el Rey Doménico adolorido.

Los hombres se vieron asintiendo.

Te dije que sí era, Horacio; es el Rey Expresa Bertrand a Horacio. Ellos le hacen

reverencia al Rey Doménico a la par y lo ayudan a levantarse, y Doménico sin fuerzas

cae de nuevo desmayado en los brazos de aquellos hombres. Horacio y Bertrand eran

trabajadores del negocio de la madera del castillo en el bosque; sembraban y talaban

árboles para su venta y producción artesanal en el pueblo. Bertrand viendo que tenían

al propio Rey en sus manos comenzó a darle vueltas en su cabeza a una idea de la que

muchos en el reino disfrutarían saber: La muerte del Rey Doménico; puesto que era

odiado por casi todos desde que cambió repentinamente. Horacio y Bertrand se veían,

estaban algo nerviosos. Bertrand estaba excitado con la idea de secuestrar al Rey y

luego pedir una recompensa por él, era una idea jugosa que le habían pedido realizar;

pero de la que Horacio no sabía en lo absoluto.

No Bertrand, estás loco. Si luego nos descubren, imagínate qué no harían con

nosotros… Eso sería la muerte segura Explicaba Horacio nervioso y con sigilo. La

lluvia ya estaba cesando.

¡No seas cobarde hombre! Nadie se enterará Respondía Bertrand animado. Sus

ojos estaban exaltados mientras veía al Rey quien se encontraba aún tirado en el

suelo.

Es que no se Bertrand… Además ¿Dónde lo vamos a ocultar? Pregunta Horacio.

Por eso no hay problema, yo tengo un sitio perfecto… la cabaña escondida en el

bosque; allí nadie podrá encontrarlo

Horacio lo pensó por unos segundos, y luego accedió; también le comenzaba a

animar la idea de la recompensa.

…Está bien; pero hay que apresurarnos, recuerda que ya lo andan buscando. Todos

los guardias del castillo andan en su búsqueda Contesta Horacio.

Juntos tomaron al Rey Doménico como rehén, lo amarraron y lo llevaron en sus

hombros mientras se taparon sus rostros para no ser reconocidos. Centauro se quedó

allí, en la soledad del bosque y el cielo trayendo la oscuridad de la noche.

Muchos de los guardias llegaron hasta el sitio donde se encontraba Doménico junto

al río; pero ya era tarde.

¡Allí está su caballo! ¡Alertas! Debe estar cerca Gritó Basilio, el General mayor de

la guardia real.

¡Aquí está su capa, señor; pero no está por ningún lado respondió uno de los

guardias con la capa de Doménico toda llena de barro.

¡Pues hay que encontrarlo! ¡Es nuestro Rey! ¡Y si no lo hayamos, sus cabezas junto a

la mía estarán adornando la plaza de Fabrizzia al amanecer! ¡Así que, vamos!

Gritaba histérico el General Basilio desde su caballo; sabía que no encontrar al Rey le

traería consecuencias fuertes.

***

En el castillo, el ambiente estaba rígido y tenso. La Reina Giorgina se encontraba en

la sala central junto a la chimenea, viendo el cuadro del difunto Rey Esteban que

adornaba la habitación. La princesa Angella estaba sentada junto a Lord Evan en uno

de los muebles, también estaba preocupada; pero parecía tranquila. De pronto,

sonaron las puertas del castillo y apareció el General Basilio; su rostro pernoctaba

mucho nerviosismo y preocupación.

La Reina Giorgina y la princesa se acercaron rápidamente.

¡Dígame que lo encontraron! Exclamó la Reina esperanzada.

El General Basilio traga saliva, no sabe cómo expresar que no pudieron encontrar al

Rey. Respira profundo.

¡Hable Basilio! ¡¿Dónde está mi hijo Doménico?! Insistía la Reina elevando el tono

de voz y más preocupada aún.

…No lo encontramos, alteza, perdone Dice el General casi balbuceando y tenso.

La Reina se tapa la boca con su mano, se le aguan los ojos. Luego se le acerca

lentamente al General y le interroga:

¿Cómo no pudieron encontrar al Rey, Basilio? ¿Tantos guardias para qué entonces?

¿Buscaron bien, debajo de las piedras, en los árboles, en el bosque…?

Sí, alteza, su capa y su caballo Centauro lo encontramos en el bosque junto al río,

buscamos bien por todos lados; pero no lo hayamos Trata de explicar Basilio

Estaba pensando que… mañana temprano podíamos… Intenta sugerir hasta que

es interrumpido por la Reina:

¿Mañana? ¿Pensaba mañana ir a buscarlo?... Ríe sarcásticamente y luego agrega:

¿Y mientras tanto qué? ¿Dormimos tranquilos como si nada estuviese pasando?

¡¿Qué le pasa Basilio?! ¿Dónde está la lealtad a su Rey y a su reino? ¿Quiere que su

cabeza adorne la plaza de Fabrizzia esta misma noche?

La Reina estaba histérica, y la princesa Angella intentaba calmarla. El General baja la

mirada un momento y luego agrega:

Es cierto, alteza, perdone, no sé en qué estaba pensando… Ahora mismo despliego

las tropas para buscar de nuevo por todos lados al Rey Doménico; y le prometo que no

descansaré hasta encontrarlo. Se lo juro por esta cruz Dice en juramento mientras

besa una cruz hecha con sus dedos

Muy bien, Basilio; entonces no espere más. Vaya y encuentre al Rey Doménico, así

sea de casa en casa o piedra por piedra Concluye La Reina mientras es abrazada por

Angella.

El General Basilio le hace una reverencia y se retira rápidamente de la sala.

***

En la cabaña del bosque, Horacio y Bertrand tenían a Doménico amarrado con los

ojos vendados, pensando cómo harían para llevar la información al castillo de la

recompensa por la captura del Rey. Horacio, volvía a sentir miedo por lo que hacían,

era más cobarde; pero Bertrand, que estaba seguro de lo que quería hacer insistía en

quedarse quieto. Horacio miraba a cada segundo por la ventana por si venía alguien.

¿Puedes dejar de hacer eso? Le dice Bertrand a Horacio Vas a hacer que me

ponga nervioso Agrega mientras se sirve un trago de sangría.

Oye Bertrand, ¿Y cómo haremos entonces para hacer llegar la nota al castillo?

Pregunta Horacio, también sirviéndose un poco de sangría.

Pues no sé, estoy pensando, pero el ruido de esos lobos no me deja Contesta

Bertrand. Toma un trago de sangría.

El Rey Doménico comienza a despertar, aún le duele la cabeza, se siente

confundido, tiene los ojos vendados y empieza a preocuparse.

¡Ayuda! ¡Auxilio! ¿Quién está allí? No sé dónde estoy… Gritaba Doménico muy

alterado.

En seguida, Bertrand toma una espada que tenía en la cabaña y apunta a Doménico

en el pecho. El se asusta y comienza a preguntar dónde está.

¡Cállate! Si no quieres que esta espada atraviese tu pecho Le amenaza Bertrand.

Horacio veía asustado.

¿Quién es usted? ¿Acaso no sabe quién soy? Soy el Rey Doménico D’Luca, y le

ordeno que me suelte si no quiere ir a las mazmorras

Las mazmorras… Repite Bertrand riendo ¿Allí es donde encierras a todos tus

prisioneros inocentes? Comienza a interrogarlo ¿En serio te crees un verdadero

Rey? Creo que eso no es lo que haría un honorable Rey… Dime ¿Por qué Fabrizzia ya

no exporta su madera como antes? ¿Por qué a los comerciantes ya no les llegan sus

productos importados como antes? Dime… ¡Con el Rey Esteban todo era diferente!

¡Cállate! ¡No nombres a mi padre! El resto no te importa, ahora el Rey soy yo, y me

vale un corcho lo que tú y cualquier otro piense de mi Responde Doménico muy

alterado, su respiración estaba acelerándose cada vez más y su cabeza estaba que

estallaba.

Bertrand, está herido, mejor dejémoslo que descanse. Igual… lo queremos vivo ¿No

es así? Pregunta Horacio metiéndose en la conversación. El también siente disgusto

por el Rey; pero a comparación de Bertrand, su corazón es bueno.

Bueno, ya, está bien. Dejemos en paz a ‘su majestad’ Expresa Bertrand con burla y

dejando la espada en la mesa cercana.

Doménico insistía en que lo soltaran, estaba exhausto, sediento y con hambre; pero

las ganas de vengarse de los que lo tenían allí amarrado no disminuían. En ese

momento, Bertrand decide encender la chimenea para calentarse un poco, mientras que Horacio contemplaba a Doménico, maquinando cosas en su cabeza. Bertrand

enciende la chimenea y le dice a Horacio:

Iré al baño, tú cuida de él Y sube las escaleras.

Horacio veía a todos lados, estaba como paralizado sin saber qué hacer.

¿Qué harás? ¿Me mataras ahora? ¿Por qué no me quitas la venda de los ojos y me

miras a la cara, imbécil? Amenazaba Doménico mientras se movía de la silla

tratando de soltarse. Horacio se le acerca de frente, y sigilosamente le dice:

Le quitaré las vendas, pero por favor haga silencio, creo que puedo ayudarlo…

Doménico da una carcajada burlona.

¿Ayudarme, tú? No sabía que ahora los asesinos secuestran a sus víctimas para

luego decirles que lo ayudaran. Eso es estúpido Aclara Doménico con risas

Hablo en serio, majestad, puedo ayudarlo a salir de aquí, me siento mal haciendo

esto y creo que lo justo será que lo libere; a pesar de que no me… Explica Horacio

haciendo una pequeña pausa.

¿De que no te qué? ¡Habla! Pregunta Doménico en imperativo.

Eh… pues… que no esté tan en acuerdo con usted, con todo el respeto que se

merece; pero… Sigue explicando Horacio, un tanto asustado y viendo a todos lados.

¿Pero qué? ¡Habla! Te lo ordeno

Horacio piensa un instante, hace una breve pausa, y luego se acerca a Doménico y le

retira la venda de los ojos dejando en descubierto su identidad. Siente un poco de

vergüenza.

Doménico abre bien los ojos y lo visualiza fijamente.

Majestad, creo que las cosas realmente no andan bien en el reino desde hace un

tiempo… Creo que… debería reflexionar mucho sobre lo que está sucediendo si de

verdad ama este reino que le ha dejado su padre, el difunto Rey Esteban, que en paz

descanse… Intenta aclararle Horacio al Rey con respeto y serenidad.

Doménico frunce el ceño y no emite palabra alguna por primera vez.

…Si de verdad quiere ser Rey, debe hacerlo bien, porque creo que las cosas que se

hacen con odio y maldad, al final terminan destruyendo todo… hasta su vida. ¡Siempre

hay tiempo para cambiar las cosas y hacerlas mejor! Como yo ahora Concluye

Horacio cabizbajo.

A Doménico se le acelera el corazón, ve a Horacio de arriba a abajo, traga saliva y le

dice:

Entonces, si de verdad me estás hablando en serio, suéltame y déjame libre

Yo lo puedo hacer, majestad Dice Horacio Pero con la certeza de dos cosas:

uno, que me dejará ir y me absolverá de mis delitos; y dos, que interiorice muy bien lo

que le he dicho.

Doménico lo ve fijamente, reflexiona, suspira y le responde con claridad:

Te doy mi palabra como Rey

Horacio se aproxima al espaldar de la silla, y trata de desamarrarlo; pero cuando

casi terminaba, se escuchó a lo lejos la voz de Bertrand que bajaba las escaleras

furioso:

¡¿Pero-pero qué estás haciendo inútil?!

Discúlpame Bertrand; pero creo que es lo mejor, tu y yo no somos ningunos

asesinos ni ladrones Exclama Horacio decidido.

¡Al carajo con eso Horacio! ¡Eres un estúpido! ¿Y ahora qué? ¿Lo dejaras libre para

que nos capturen a los dos como unos imbéciles? Grita Bertrand molesto. Sus ojos

parecen salirse de su órbita.

¡Eso es lo menos que te mereces, idiota! Repuso Doménico viendo a su otro

secuestrador a los ojos.

Pues yo no lo permitiré Agrega Bertrand sacando otra espada afilada que colgaba

de la pared, apuntando a Doménico y a Horacio. Horacio no se quedó de brazos

cruzados, y tomando la espada de la mesa apuntó también a Bertrand.

¡Con que quieres pelear, pues adelante! Sentenció Bertrand a Horacio; y

comenzaron a lanzar espadazos por todos lados. Los dos, por su oficio de leñadores,

manejaban la espada con buena empatía. Bertrand atacaba y Horacio se defendía.

Bertrand lanzó un poderoso espadazo contra Horacio dejándolo tirado en el suelo;

pero Horacio no desistía. Y mientras luchaban por toda la sala, se escuchaba a lo lejos las voces de los soldados del castillo que se aproximaban. Bertrand asustado decidió

acabar de una vez por todas con los dos; lanzaba espadazos y le profería maldiciones a

ambos. Horacio cubría al Rey. Bertrand arrojó otro espadazo dejando herido en un

brazo a Horacio quien dejaba caer su espada al suelo; Bertrand se acercaba con paso

firme apuntando a Horacio.

¿Y ahora qué Horacio? ¿Es todo lo que tienes? Amenazaba Bertrand entre

carcajadas. Horacio retrocedía en el suelo con dolor, y Bertrand lo apuntaba con la

espada; hasta que siente un gran golpe de un sillazo en la espalda arrojada por

Doménico, quien se había desatado gloriosamente. Doménico toma rápidamente la

espada del suelo y luchaba fuertemente con Bertrand, que adolorido ya no tenía

resistencia para seguir; al final dio un último espadazo a Doménico haciendo que se

lanzara al suelo para esquivarlo. Fue en ese momento en que Bertrand aprovechó para

tomar una garrafa de combustible que estaba en una despensa y empezó a esparcirla

por todos lados frenéticamente.

¿Qué haces? ¿Quieres que muramos los tres aquí, idiota? ¿Qué te pasa? Gritaba

Doménico en el suelo junto a Horacio; los dos débiles y sin fuerzas.

Pues se equivocan, aquí los únicos muertos que habrán son ustedes dos Decía

Bertrand a carcajadas Adiós Agregó mientras tiraba una de las antorchas que

estaban en la pared y huyendo hacia la oscuridad del bosque.

La cabaña comenzó a arder en llamas. Doménico y Horacio no tenían fuerzas ni para

levantarse. Horacio intentaba alzarse adolorido para apoyar a Doménico en su cuello y poder salir rápido; pero era inútil. Doménico estaba tirado en el suelo, ya exhausto,

solo pudo ver borrosamente a unos hombres entrando por la puerta mientras sus ojos

se le fueron cerrando poco a poco.

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