Cuánto Duele la Verdad

Frederick 

El señor Koch abrió la puerta de su despacho y me invito a entrar con un gesto de su mano. Una vez adentro me señalo uno de los elegantes sillones negros que estaban frente a su escritorio de cerezo. Él se mantuvo de pie, observándome con detenimiento, como si desease adivinar qué era lo que estaba pensando, cual era mi jugada o que deseaba a cambio de firmar, todos parecían querer lo mismo, menos yo. Por primera vez en mi vida quería algo y todo parecía interponerse. 

Apoyó su cadera contra el filo del mueble y se cruzó de brazos. 

—Espero que no te importe hablar conmigo un momento —me miró con ojos negros, sombríos e inescrutables. 

Asentí con la cabeza ligeramente sin saber muy bien que debía decir, o si era mejor callar. De pronto no importaba si media un metro noventa, me sentía mu
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