—Es… grande –dijo Heather, mirando en derredor la habitación de Raphael, con las finas zapatillas en la mano, y caminando descalza.
En el centro del dormitorio y apoyada en un pequeño muro blanco se hallaba la cama, de madera oscura, sábanas blancas y de un tono verde olivo. Los ventanales guiaban a una terraza con mesa de desayuno y daban vista al jardín con piscina. Había cuadros decorativos, cortinas blancas que ahora estaban corridas y una araña de cristal pendía del alto techo. Una puerta estaba entreabierta y Heather, curiosa, la terminó de abrir. Conducía a una especie de biblioteca privada, con televisor y equipo de audio, y en un rincón, un aparador con una colección de lo que parecían autos de miniatura.
Admirada, Heather se acercó a mir
Lo miró como pidiéndole permiso, pero él no hizo ni dijo nada. Tampoco se lo impidió, así que Heather metió sus manos dentro de su ropa interior, y lo tocó.Cerró sus ojos.No sabía cómo debía ser una erección, pero, así como las madres niegan tener hijos feos, aquella de Raphael era perfecta.Tampoco tenía idea de cuánto debía medir, o qué grosor debía tener, pero la de Raphael apenas si le cabía en la mano.Él lanzó un gemido quedo, y comprendió que si ella, con ese suave sonido se sentía divina y poderosa, entonces los gemidos de ella debían ser iguales para él. Si a ella le encantaba q
Raphael conducía su auto con Heather a su lado. Ésta llevaba aún el vestido de anoche, y tenía pintada en el rostro una sonrisa imposible de disimular. De vez en cuando, él alcanzaba su mano y se la apretaba, sólo por tocarla.Le hacía sentirse demasiado bien saber que esa sonrisa se la había puesto él en el rostro.¡Dioses! Había perdido la cuenta de las veces que lo habían hecho la noche anterior, y esa mañana. Lo que sí sabía es que el apetito sexual de esta mujer se equiparaba al suyo propio, que habían dormido si acaso una hora seguida, y, que aún ahora, la seguía des
Raphael llamó a la puerta de una pequeña casa en un barrio residencial. Un hombre de cabellos color arena, de mediana estatura y ropa desaliñada le abrió la puerta. Al verlo, pareció reconocerlo, pues se echó encima la humeante taza de café.—Se-señor Branagan, ¡Usted aquí! –exclamó mientras separaba de su piel la tela humedecida y caliente.— ¿Lloyd Sanders?—Ah… —el hombre miró hacia el interior de su casa –Sí, sí… soy yo… ¿a qué debo el honor de su visita?— ¿Podría pasar? –Lloyd volvió a mirar al in
Raphael llegó una hora después. Vio en la sala de televisión a los niños viendo su programa con un alto volumen y sonrió. Rori, como recordó que se llamaba la niña, se giró a mirarlo y le agitó una mano saludándolo. Kyle simplemente lo miró con un poco de reserva. Ambos eran de cabellos castaño oscuro, y la niña lo llevaba largo hasta la espalda. Cuando él les sonrió, los niños simplemente giraron de nuevo sus cabecitas hacia la pantalla.En la sala de estar no estaban ni Heather, ni Tess, así que debían estar en el dormitorio.—No seas paranoica, las únicas que lo sabemos somos tú y yo –le escuchó decir a Tess, y se detuvo, ocultándose d
Los periodistas estaban todos de pie y esperando ante un atril tras el cual se ubicaría Heather.Ésta estaba aún en una sala privada, pálida y respirando profundo. Llevaba puesto una sencilla blusa blanca cruzada, y unos pantalones que llegaban poco más abajo de sus rodillas en un tono azul turquesa; tacones, y el cabello recogido a medio lado, como prefería llevarlo.Raphael le hablaba muy de cerca, sosteniendo entre sus manos su rostro y dándole palabras de ánimo mezclados con consejos acerca de cómo debía verse y lo que era mejor decir.Tess la miraba agradeciendo no estar en su lugar; aparecer ante la televisión local, aunque fuera en imágenes editadas, para hablar de un accidente en el que iba ebria no era precisamente e
Heather metía en un pequeño bolso ropa y cosas de uso personal, como el cepillo de dientes y para el cabello. Por primera vez, tendría objetos suyos en la casa de un hombre, y eso la ponía un poco nerviosa.—Tengo que preguntar: ¿cómo la pasaste anoche? –Heather se detuvo en sus movimientos y miró a su madre, sentada en su cama y mirándola con una sonrisa sabedora. Heather sonrió.—No… no tengo palabras para describirlo.—Entonces te fue más que bien—. Heather asintió.—Raphael es… estoy enamorada, mamá. Estoy tan feliz de que me permita ser parte de su vida.
—Debí conocerte antes.—Lo hiciste, y me odiaste –Raphael se echó a reír.—Es verdad. Entonces… ¿te conocí justo a tiempo?—Ni más ni menos –sonrió ella.—Y me llamaste Ralph. Aún siento curiosidad por ello –murmuró él, y ella bajó los ojos hasta su comida. Qué sencillo sería todo si pudiera decirle la verdad, pensó ella, si él conociera quién era ella en realidad; no tendría que estar mintiendo, ni ocultando tantas cosas. Lo miró llevarse un bocado y algo en su corazón se removió. Amaba este hombre como Samantha Jones nunca amó a Ralph. Darse cuenta que su amor
—Los diarios hoy hablan muy diferente de ti –dijo Raphael entrando al dormitorio. Heather aún estaba en la cama, enredada en las sábanas y desnuda. En una bandeja, Raphael traía lo que parecía ser el desayuno y el diario. Llevaba puesta una sencilla camiseta y un pantalón pijama de franela que le caía bajo en las caderas.Se sentó en la cama con pereza y lo miró enfocando su mirada. Él, ciertamente, era algo hermoso de mirar por las mañanas.— ¿Me estás trayendo el desayuno a la cama?—Es sólo porque tengo la esperanza de volverte a hacer el amor luego –Heather sonrió. Se subió la sábana cubriendo su pecho mientras Raphael ubicaba la bandeja de desayuno en su regazo. T