Oficialmente, Rossana Regiés se había convertido, por uno de esos extraños giros del destino, en la showrunner oficial de la serie biográfica-musical más esperada de la década –al menos, por sus fans más acérrimas–. Ahora se encontraba aterrada y dispuesta a dar todo de sí, hasta la hora que fuera, en parte, porque la ansiedad y la presión de escribir un guion digno de un Emmy le había provocado un insomnio imposible de paliar desde hacía varios días.
–Me voy a trabajar al Libery Hall –le había mensajeado Rossie a su hijo Marcel, aquella mañana del sábado, 8 de diciembre. Estaba cansada ya de haber procrastinado durante siete días desde que Jared Cavalier le diera la “buena noticia” de su nombramiento intempestivo–. No me puedo concentrar en este cuarto de hotel.
–No trabajes mucho, mamá &
A Rossie Regiés se le revolvió el estómago, no era buena idea tomar chocolate luego de un disgusto, pero lo hizo, no sin lamentarlo poco después. Para compensar, se bebió un litro y medio de agua corriente. Eso hizo que los síntomas de un incipiente colerín se detuvieran, pero, en general, no mejoró su ánimo. Se encontraba furiosa, y no era para menos. Una semana antes, se había convertido en la productora ejecutiva de la serie de The Boyz in the Band. Eso la convertía en la jefa, en aquella persona responsable creativa de todo aquello que concernía a la serie, y eso incluía las actividades extralaborales de los involucrados. O, al menos, eso era lo que pensaba. La habían ninguneado por enésima vez, pasado su autoridad por encima, para organizar un convivio en el que ella nunca estuvo invitada. «¿Por qué», se preguntaba Ro. «¿Qué hice mal para que nadie me quiera ahí?». No era el tipo de cuestionamientos que una mente neurótic
Jared Cavalier y Rossana Regiés celebraron aquella noche. Cada uno tomó, en total, media botella de vino. Conversaron sobre Marcel, sobre la biopic y sobre los muchachos. Aunque evitaron, a toda costa, recordar los hechos del pasado. Incluso los buenos recuerdos que les quedaba de este, y que eran muchos. –¡Dios Santo! –dijo Rossie, y su voz parecía arrastrarse por las ventanas–. Estoy un poco borracha. –Qué curioso que lo digas –el Goodboy la tomó del rostro para examinarla–. Es la primera vez que te veo así. Jared revisó la cara de Rossie, de nariz y mejillas sonrojadas por el Merlot, lo que le daba un aire de niña pequeña que no se esperaba de una mujer de su edad. Y le gustaba. –Rossie –le dijo, sin soltar, ni por un segundo, sus manos del rostro de su amada, que veía hacia abajo, con gesto adormecido–. Dame una oportunidad. No te pido más, solo una. A Ro aquellas palabras se le hicieron conocidas. Ya las había esc
Se suponía que nadie, más que el guardia, debería pasear por los pasillos del Libery Hall a las siete de la mañana de un domingo invernal. Pero las suposiciones no son más que pensamientos irracionales frente a los hechos. Aquel que los descubrió profundamente dormidos en el sofá de la sala de espera de la oficina de Rossie, los miró fijamente durante un buen rato, antes de sacar su teléfono celular, silenciarlo, y tomar las suficientes fotos en los suficientes ángulos como para comprometer a la no-pareja por lo que quedaba de la producción de la serie. Luego, con el mismo sigilo con el que se aproximó hacia ellos, y luego de haber cumplido con un objetivo diferente al que había convocado su visita a la oficina de Rossie, se retiró despacio, y bajó por las escaleras sin hacer ruido, como correspondía a las acciones que, en un momento más, tenía pensado hacer. Rossie fue la primera en despertar. La sala de espera tenía, no una ventana, pero sí un tragaluz, lo
Los pasos de Marcel Regiés ya se habían vuelto demasiado reconocibles para su madre, cada vez que se aproximaba a su oficina en el Libery Hall. Esta vez, tampoco fue la excepción. Marcel llegó casi jadeando a la sala de espera del cuarto piso, con su celular en mano, como si este le guiara hacia un tesoro escondido o algo así. –¿Se puede saber qué está pasando aquí? –parecía que esa frasecita se había convertido, para él, en una especie de mantra, toda vez que de preguntarse por sus padres se trataba. –Pues, lo que ves –le dijo Jared, aunque no se sintió, ni por un segundo, obligado a responderle–. Alguien nos quiere bastante jodidos. –No me digan que pasaron la noche aquí –fue la respuesta refleja del pequeño Goodboy, y se arrepintió de inmediato de formularla–. Y no, no quiero saber la respuesta. Nadie iba a responderla, en cualquier caso. –Me sorprende que Adalyn no me haya citado en la corte, todavía –dijo Jared–. Pero con
No le sorprendió a Rossie que Jared Cavalier no amaneciera junto a ella. Era lunes, después de todo, y se hacía indispensable ir a trabajar. Ya no se sentía tan enferma, su cuerpo estaba hidratado y las horas de sueño repararon su precaria condición física. A las seis de la mañana, las cosas ya no se veían tan negras como hace veinticuatro horas. Rossie tomó un baño caliente, en la ducha primero y en la tina después. Usó sales de baño exclusivas del Park South mientras se daba masajes en las sienes para quitar los restos de una jaqueca que no acababa de ceder. Se vistió con ropa favorecedora y decidió desayunar en el café del frente del hotel, quiso creer que se trataba de una decisión aleatoria. La verdad es que su inconsciente evitaba a toda costa encontrarse con Jared. Lo que no era otra cosa que un pensamiento irracional, porque, de todas formas, tendría que hacerlo más tarde que temprano. Procrastinó como una hora en el café y las redes sociales, para evitar acudir al lugar in
–Bien, creo que mejor me voy –dijo Toby Dammer, luego de que, asomado desde las escaleras del cuarto piso, descubriera también a Rossana, escondida en el descanso de las escaleras, mientras escuchaba su bochornosa conversación. –Tú no te vas a ninguna parte, Tobías –respondió Ro, y no supo de dónde sacó el valor para hacerlo. –Wow… ¿qué? –se sorprendió Toby–. ¿Tobías? Solo mi madre me llama así, Rossie. Rossana titubeó un tanto antes de responder. –Como sea –le dijo–. No te me vas a escapar. –Obsérvame hacerlo –habrá que recordar que The Commander no era del tipo que cumplía órdenes, y menos de Rossana Regiés. The Badboy hizo un ademán de escabullirse por las mismas escaleras que ocupaban Rossie y el guardia, pero alguien se lo impidió. –Por favor, Tob –Jared le tomó del brazo–. Resolvamos esto los tres juntos. Tob miró no a Jar
¿A dónde iría Jared Cavalier luego de que Rossana Regiés le rompiera el corazón? A donde siempre acudía, toda vez que tenía un problema amoroso –o no tanto– con alguna de sus mujeres. Sí, señoras y señores. En plural. El estudio de Ali Milá era mucho más pequeño de lo que se esperaba de una ex estrella de la televisión de finales de la década de los ochenta e inicios de los noventa. Su agente no había hecho muy buenas inversiones que digamos y, para cuando ocurrió la burbuja inmobiliaria de 2008, la bellísima actriz en decadencia se vio obligada a vender a precio de gallina con mal, las diversas propiedades que logró acumular en Manhattan durante la época de su apogeo laboral. Sin embargo, el departamento de Ali era lo suficientemente grande, privado y se encontraba en un piso tan alto y alejado de sus vecinos, como para que sus gemidos de placer se desvanecieran a unos cuantos metros a la redonda, por lo que no tenía obligación alguna de contenerse a la hora de gritar sus orgasmos
Nunca había sido buena idea que Rossie se descargara e instalara la aplicación de Pop-e-tears en su celular. Eso hacía que, cada tanto, le saltaran notificaciones sobre las últimas noticias de la farándula norteamericana y mundial.Y los últimos meses, ella misma –y Jared– formaban parte de ese, digamos, selectísimo grupo.Por eso no fue de extrañar que aquel martes 10 de diciembre, le apareciera una notificación con las palabras clave #JaredCavalier+AliMilá en la primera plana de su teléfono, y que fuera lo primero que vio al despertar ese día, a las seis de la mañana.Esto es lo que decía la noticia.Una otoñal Marguerite GautierFecha de la entrada: 10 de diciembre Por Jimmy de Jail, para la Revista Digital Pop-e-tears