La presa del lobo.

—Eres mi presa, ¿sabes lo que significa eso?, de seguro no tienes idea—le dijo en un cálido y grave murmullo cerca de su oído y ella sintió el vuelco que le dio su corazón que late desenfrenado.

«¡Maldición! Me siento tan contrariado, sé que lo mío es ganas de follármela y eso no me deja pensar con claridad», peleó solo muy a pesar de estar enfocado en besarla, mientras que Zoe le daba pequeños empujones por el pecho.

—Escúchame bien degenerado con aire de superioridad; nunca me acostaría con un hombre tan egocéntrico y arrogante cómo lo eres tú—. Zoe quiso herir su orgullo y que la sonrisa que Isaías mostraba se desapareciera de su rostro, pero no tuvo éxito.

—Te haré tragar esas palabras cuando te haga gritar porque me hunda más profundo en ti.

«¿Qué me estaba pasando con esta chiquilla?», se preguntaba Isaías y en realidad, no tenía la respuesta; lo único que sí podía saber es que le gusta la manera en la que Zoe abre los ojos demostrando cuán sorprendida está cada vez que le dice
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