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Finalmente, Gael se detuvo frente a Connie. La loba lo miraba fijamente, atrapada por su intensa mirada, incapaz de desviar los ojos de ese ser imponente. —¿Estás bien, pequeña? —preguntó el Rey dragón, su voz grave y profunda resonando en el bosque. Connie solo pudo asentir, lenta, casi temblorosa. Todo lo que había presenciado se sentía como un sueño irreal, uno del que aún no lograba despertar. Su corazón latía frenético, y no era por la batalla que acababa de presenciar. Era por él… Por ese ser albino que ahora se inclinaba hacia ella, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento. Antes de que pudiera reaccionar, Gael, con un movimiento ágil, la alzó entre sus brazos. Él la sostenía con una delicadeza que contrastaba con su imponente figura. Sus manos rozaban sus muslos mientras Connie, vulnerable, apenas cubierta por un vestido sencillo que había conseguido crear con su magia inestable, se aferraba a él. Ella rodeó su cuello con los brazos, buscando refugio en s
El vestido corto, blanco y de finos tirantes, se adhería al cuerpo de Connie, empapado por la fina capa de sudor que cubría su piel. La tela marcaba cada curva, cada detalle de su figura sensual y a la vez atlética, dejando poco a la imaginación. Sus pezones se delineaban bajo la tela, mientras el vestido, sin nada debajo, la volvía provocativa e irresistible. —¿Matarlo…? —murmuró Connie, abriendo los ojos con una lentitud inquietante. Pero esta vez, ya no eran celestes. Ahora brillaban de un rojo intensos, como un par de hermosos rubíes, un fuego que prometía peligro y deseo. Gael apenas reaccionó. Él ya estaba acostumbrado a los cambios en esa loba Alfa, a cómo su humor y su naturaleza salvaje coloreaban su mirada. Pero esta vez, algo era diferente. Algo en el aire lo desconcertaba, algo que no podía identificar. Lo que Gael ignoraba eran las feromonas que Connie liberaba, un grito silencioso de deseo imposible de apagar. Esa loba lo quería, lo exigía, y su cuerpo lo sabía
Connie asintió lentamente, con un brillo pícaro en su mirada. —Sí… Tienes que irte… —susurró la loba, mientras sus muslos se separaban con una lentitud calculada. El vestido resbaló por su piel, revelando su desnudez, su feminidad palpitante, húmeda, impaciente por él. Pensaba en su fuerza, en la intensidad de su mirada violeta, en ese carácter indomable que la volvía loca, que la hacía querer rendirse a él por completo. Sin dudarlo, lo atrajo hacia su cuerpo. Sus manos, temblorosas y firmes a la vez, recorrieron su espalda, sintiendo cada fibra de sus músculos tensos bajo sus dedos. —Ah… Hablo en serio, Connie… —murmuró él con voz ronca, lleno de deseo y de una lucha interna que parecía perder. Sus manos se deslizaron descaradas sobre los muslos de ella, tocándola como si no hubiera un mañana. Su rostro se hundió en su cuello, respirándola, absorbiendo ese aroma único que lo enloquecía, el aroma de la única loba en el mundo, que le importaba. Alfa Connie lo rodeó con sus pier
De pronto, se sintió satisfecha. La magia de su esposo parecía llenar de vitalidad a ese pequeño ser que crecía en su interior. Cada vez que se alimentaba de esa blanca y pura magia de Gael, una sensación refrescante invadía su cuerpo y se arremolinaba en su vientre. Connie se levantó, quedando de rodillas sobre la cama. La hembra, completamente desnuda, se acercó a ese macho, sus manos apoyadas suavemente sobre el pecho de Gael. Ella lo empujó ligeramente hacia atrás y él, obediente, se sentó, viéndola con intensidad, con pasión, una sonrisita juguetona curvando sus labios. —¿Por qué tienes que ser tan hermoso?… —susurró la loba, cuya desnudez ligeramente empapada de sudor era un exquisito espectáculo para los ojos de ese macho albino—. ¿Te he dicho que pareces un reluciente diamante invernal? —habló la hembra con atrevimiento; pocas veces expresaba sus pensamientos más íntimos en palabras. Dulces palabras poéticas que salían de sus labios. Esos carnosos labios rojizos que ese
¡Mirza arqueó sus cejas con sorpresa!, de inmediato volvió a su habitual seria y madura expresión. —¿Enamorado de una loba? ¿Seguro? ¿Cómo llegó a esa conclusión? Las preguntas de la dragona causaron molestia en Gael. ¡No era una m@ldita conclusión! ¡No se trataba de un plan en desarrollo! ¡Simplemente sucedió! —Mirza. Hablas como si nunca te hubieras enamorado… —exhaló Gael, una sonrisita curvando sus labios. Masajeó su sien con su mano izquierda en señal de incomodidad—. Ella es hermosa, es fuerte, me ve como si fuera lo más valioso del mundo… —Gael hizo una pausa, su mirada violeta viendo fijamente el techo. Recordando esa madrugada y cómo hizo suya a Connie—. Es tan atrevida, coqueta y salvaje. Una pequeña curiosa que puede llegar a enfurecerse al punto de ser aterradora o llorar al punto de romper mi corazón… Ah… ¿Si esto no es amor, qué es, Mirza…? ¡Los ojos de Mirza se abrieron de par en par ante las palabras de su Rey dragón! Nunca en su vida había vis
Connie, sin esperar nada de Gael, le dio la espalda y se dirigió hacia la bañera. Su silueta desnuda fue recorrida por la afilada mirada violeta de ese Rey dragón. Ella era hermosa, más que perfecta… una diosa… al menos, eso fue lo que pensó ese macho en ese momento. —Te esperaré en la habitación —le habló él, que comenzaba a cerrar la puerta. Connie volvió a verlo por encima de su hombro. —¿No tienes que ir a encargarte de Leo? —la Alfa arqueó una ceja, curiosa, notando un comportamiento extraño en su esposo. —No… bueno, sí. Debería, pero haré que Mirza lo haga —le respondió él casi de inmediato. —¿Le pondrás esa carga a Mirza? Gael exhaló, comenzando a sentirse frustrado. —¿No es eso lo que quieres? —preguntó él, confundido, sin entender a la hembra. —¿Lo que quiero? —Quieres que me quede contigo, ¿no? "¿Acaso él… es porque me notó deprimida que se quiere quedar conmigo?" Pensó Connie, y de inmediato un brillo de emoción apareció en sus grandes ojos celestes. Su corazón
Gael dio un paso adelante, el sonido de sus botas resonó en el silencio. Sus manos se cerraron lentamente en puños y finalmente habló, con una voz tan fría como el hielo: —No me obligues a recordarte tus crímenes, Leo. No has dejado honor ni razón en tus acciones —recalcó ese ser con frialdad—. Intentaste asesinar a mi esposa y a mi hijo en su vientre. ¿Qué esperabas? ¿Que te perdonara por eso? ¿Que fuera benevolente? ¡Pff! —Gael sonrió con burla y altivez, acercándose más a la celda—. Tienes que morir. No puedes tocar a mi hembra y salir con vida. Leo se incorporó con dificultad, apoyándose en los barrotes. Su cuerpo temblaba de rabia contenida. —¡SIGLOS, GAEL! ¡Siglos de lealtad! —gritó ese hombre-dragón castaño—. ¿Y todo eso lo tiras por la borda por esa asquerosa loba? ¡Esa perra desgraciada no es más que una intrusa en nuestro Clan, una mancha en la pureza de los Frostwind! Gael entrecerró los ojos, su mirada se volvió una asesina, despiadada. Dio otro paso hacia la jaula, s
POF~ El portal de magia blanca se abrió con un resplandor deslumbrante sobre el césped de la Isla. De él emergió la imponente figura del Rey dragón Gael. Sus ojos violetas, afilados y penetrantes, estaban serenos, pero su agarre era firme y protector. En sus brazos llevaba a su esposa, Alfa Connie, su mirada celeste llena de asombro mientras observaba sus alrededores. Un lago de aguas cristalinas se extendía alrededor de la isla, reflejando los cálidos tonos dorados del atardecer. Colosales árboles rodeaban el lago, sus copas susurrando con la brisa, mientras pequeñas flores coloridas decoraban los arbustos cercanos al árbol central en la isla. Ese árbol, aunque no era uno colosal, era majestuoso, con ramas gruesas y largas que parecían extenderse con elegancia. Gael caminó hasta el césped bajo del centro de la isla y, con delicadeza, bajó a Connie al suelo. Ella lo miró, sus labios ligeramente entreabiertos, mientras su cabello oscuro se agitaba con el viento. —