La sonrisa roja

Llego a la universidad tarde, como acostumbraba cuando estaba en Estrada. Aunque mi casa está relativamente cerca de la escuela, mis pasos no son tan rápidos. Debo levantarme más temprano, sobre todo cuando sé que no soy la más rápida al bañarme ni desayunar. Pero siempre me ha costado trabajo despertar cuando el sol ni ha salido.

Entro casi corriendo al estacionamiento, imagino una buena excusa para convencer a la profesora de que me deje entrar y perdone mi retraso, pues Tatiana es exigente, pero no es un monstruo, si la convenzo, seguramente no me hará pasar el ridículo. Aparte, después de mi ensayo sobre la muerte, creo que le agradé un poco. No me puso diez, pero un nueve punto seis es una calificación decente. Y por lo que sé, fui la más alta.

Sin embargo, el paso se halla obstruido. No solo por varios automóviles que se pitan y están formando una fila, si no por varias personas que rodean a algo más adelante. La multitud no tapa todo el camino, pero es demasiado llamativa como
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