Capítulo 2
Sentía la boca seca y no pude evitar tragar saliva. Volví a tomar la botella de agua y bebí un sorbo; el líquido frío invadió mi garganta, calmando un poco la inquietud y el nerviosismo, y al mismo tiempo me despertó de golpe a la realidad.

Sebastián seguía sin mover su pierna. Simplemente, permitía que yo mantuviera ese contacto. Por un momento, sentí el corazón me detenía, y enseguida comenzó a latir con fuerza.

Pero, justo en ese momento, el coche giró con brusquedad y Mariana soltó un grito de sorpresa desde el asiento delantero.

—¡Qué susto me diste, Ángel! —exclamó mientras se daba palmaditas en el pecho, antes de añadir, con voz melosa—: Aunque tu reacción fue rapidísima. Si no hubieras girado así, esa piedra, sin duda, hubiera golpeado el coche.

—¿Qué tal? ¿A que manejo de maravilla? —respondió Ángel de inmediato, con una gran sonrisa.

Mariana, de pronto, se inclinó hacia él y le dio un beso.

—Ángel ten un besito. Eres increíble.

—No juegues —Ángel, al menos, parecía no haber olvidado que yo, su novia, iba en el asiento trasero. Le lanzó una mirada fingidamente severa—. Ya eres adulta, compórtate. Camila está aquí.

Mariana abrió los ojos de par en par, adoptando una expresión de inocencia pura.

—Camila, Ángel y yo nos conocemos desde pequeños. Hemos crecido juntos, así que lo veo como a un hermano, no te molesta, ¿verdad?

Me cubrí con una manta y levanté la mirada, sonriendo con frialdad.

—¿También besas así a tu hermano en casa?

—Ángel, te lo dije, no le caigo bien a Camila —repuso Mariana, adoptando de inmediato una actitud dolida—. Mejor no voy... para que ella no se moleste.

Ángel frunció el ceño al instante.

—Ya basta, Camila. Eres dos años mayor que Mariana, ¿no puedes ser más comprensiva? Ella solo tiene mentalidad de niña, está acostumbrada a ser así. ¿Por qué tienes que herirla con tus palabras?

En ese momento, ni siquiera tuve energía para discutir o pelear. ¿Quería que fuera comprensiva? Por supuesto que podía. Pero esperaba que, en el futuro, tú también lo seas.

Bajo la manta, mi pierna y la de Sebastián se pegaban cada vez más. Durante un leve bache, cuando mi rodilla y pantorrilla volvieron a chocar contra él, y, de pronto, su mano larga y cálida sujetó mi muslo. Su palma presionó con firmeza mi piel fresca, y el calor me invadió por completo.

Mis sentidos parecieron se amplificaron al instante. Podía sentir los ligeros callos en sus dedos, acostumbrados a manejar el bisturí, y la sutil caricia de sus yemas sobre mi piel.

No pude evitar volver la cabeza para mirarlo, aunque fue apenas un instante. Alcancé a notar que, a pesar de su postura formal y erguida, con el cuello de su camisa perfectamente abotonado, su nuez de Adán —sensual y prominente—, se movió visiblemente. Y ese perfil, con contornos fluidos y extremadamente definidos, era suficiente para hacer que el estómago me diera un vuelco.

Sebastián era la excepción en el círculo de amigos de Ángel. Si no fuera por el parentesco algo lejano entre ellos, un hombre tan frío y pulcro como él jamás se habría mezclado en ese ambiente.

Lo conocí después de comenzar mi relación con Ángel, pero cada vez que nos veíamos, apenas nos saludábamos con un gesto. Era reservado, casi no hablaba, y su vida privada era tan simple como una hoja en blanco.

Después de las cenas, cuando los demás se quedaban jugando a las cartas o practicando algún deporte, Sebastián generalmente se marchaba temprano. Y, en las pocas ocasiones que se quedaba, se sentaba solo en un sofá con los ojos cerrados, descansando. Nunca participaba en esas actividades.

Ángel solía bromear al respecto:

—Mi primo es verdaderamente imperturbable, inmaculado. Aunque ya tiene veintisiete años, probablemente nunca ha tocado a una mujer. Aunque este año ha mejorado: si lo invito a diez reuniones, viene a tres o cuatro. En años anteriores, ni lo veías.

La verdad es que había escuchado hablar de él durante la universidad y lo había visto de lejos algunas veces. Para mí, Sebastián era como esa fantasía idealizada como las que tienen muchas cuando se enamoran por primera vez: inalcanzable como la luna, algo que puedes admirar, pero jamás tocar.

No había tenido mucho contacto con él. Solo en dos ocasiones, cuando sentí molestias en el pecho y fui al hospital, y él coincidió en atenderme. En ese momento, me sentí bastante avergonzada, pero Sebastián fue sumamente profesional. Y gracias a eso, me tranquilicé rápidamente. Incluso me reprendí a mí misma en secreto.

«Sebastián, es cirujano», me dije. «¿Qué situaciones no habrá visto ya?»
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP