Lo que Sucede en el Asiento Trasero
Lo que Sucede en el Asiento Trasero
Por: 七月
Capítulo 1
Cuando la «mejor amiga» de Ángel, Mariana, volvió a sentarse en el asiento del copiloto, no discutí ni hice un escándalo. Simplemente, me di la vuelta y abrí la puerta trasera.

Pero no pude evitar sorprenderme.

No esperaba que Sebastián, siempre tan ocupado, se uniera a este corto viaje por carretera.

Rápidamente, recuperé la compostura y lo saludé con un discreto asentimiento.

Sebastián llevaba lentes, y su rostro mostraba evidentes signos de cansancio. Al notar mi presencia, levantó la mirada, me observó por un momento y asintió, antes de cerrar los ojos.

Mientras se abrochaba el cinturón de seguridad, Mariana giró la cabeza y me lanzó una mirada presumida, arqueando las cejas.

—Camila, me siento adelante, porque sufro de mareos —anunció con dramatismo.

Ángel también se volvió hacia mí.

—Así es. Mariana se marea demasiado —afirmó—. Sé comprensiva, por favor, y no hagas dramas.

Solté una leve risa, mientras respondía:

—Está bien.

Ángel pareció sorprenderse por mi reacción, pero no dijo nada más, ya que Mariana ya le había metido en la boca un pan que acababa de morder.

—No está rico, cómetelo tú —dijo ella, con descaro.

Ángel, sin siquiera fruncir el ceño, se comió la mitad del pan con total naturalidad, mientras Mariana me miraba a través del espejo retrovisor y sacaba la lengua, juguetona.

La ignoré, mientras tomaba una botella de agua mineral e intenté abrirla. Pero la taba estaba sumamente apretada, que, a pesar de que lo intenté un par de veces, no tuve éxito.

Mientras tanto, en el asiento delantero, Mariana le pasaba su botella de agua a Ángel, diciendo, con voz melosa:

—Ángel, de verdad no puedo abrirla. Sabes que desde siempre he tenido poca fuerza en las manos.

Ángel, encantado con su rol de salvador, se apresuró a abrirle la botella sin esfuerzo. Tras lo cual, ambos comenzaron a beber, compartiendo la misma botella, sin la menor intención de disimular su cercanía.

Una punzada nauseosa trepó por mi esófago.

Estaba a punto de dejar la botella cuando, de repente, una mano masculina se extendió y me la quitó con suavidad.

Bajo la manga de un traje negro informal, asomaba un fragmento de camisa gris plata, cuya tela se ajustaba perfectamente al delgado hueso de su muñeca.

Era una mano hermosa: con dedos largos, y uñas cortas y limpias. En el juego de luces que entraba por la ventana, cada dedo parecía esculpido en mármol.

Me perdí unos segundos en esa imagen, y, cuando volví en mí, Sebastián ya había abierto la botella de agua y me la ofrecía en silencio.

Justo en ese momento, la música del auto comenzó a sonar. Tomé la botella con rapidez, murmurando un agradecimiento apenas audible.

Sebastián respondió con un leve asentimiento, antes de cerrar los ojos una vez más.

Probablemente, acababa de terminar un turno nocturno en el quirófano. Todavía se notaban algunas líneas enrojecidas bajo sus ojos.

Bebí pequeños sorbos de agua, mientras el coche circulaba tranquilamente por la vía principal.

Mariana estaba por cumplir años, y Ángel había organizado este pequeño viaje en auto para celebrarlo «como se debía». Éramos unas siete u ocho personas repartidas en tres vehículos, rumbo a un resort de aguas termales en la montaña, a unos cien kilómetros de la ciudad.

Apenas habíamos comenzado el viaje y Mariana ya estaba prácticamente pegada a Ángel.

La música estaba tan fuerte que no podía escuchar su conversación, pero bastaba con verlos para notar que se estaban divirtiendo.

Durante este tiempo, ya habíamos tenido varios roces por el comportamiento inapropiado de Ángel con Mariana. Él siempre prometía tener más cuidado la próxima vez… pero apenas la veía, todas sus promesas se evaporaban.

De pronto, todo aquello me pareció absurdo.

Bajé la mirada con una sonrisa irónica y volteé hacia la ventana.

El camino montañoso serpenteaba, con algunas rocas dispersas sobre la carretera. En una curva, el coche se sacudió y mi cuerpo, inevitablemente, se inclinó.

Mi rodilla, descubierta bajo la falda rozó el muslo de Sebastián. Quedó firmemente apoyada contra él.

Por instinto quise apartarme. Pero, entonces, vi una marca rojiza en el cuello de Mariana.

Hasta un niño podría darse cuenta de que era un chupetón. Y la respuesta de quién se lo había hecho era más que evidente.

En ese instante, tomé una decisión y simplemente me quedé como estaba, sin mover la pierna.

Fue entonces cuando Sebastián abrió los ojos, y me miró.

Yo fingiendo una calma absoluta, fijé la vista fija al frente, evitando deliberadamente que nuestras miradas se cruzaran.

Sin embargo, mi rodilla, que continuaba apoyada contra su muslo, presionó un poco más, de manera sutil, casi imperceptible.

Nos separaba únicamente la delgada tela de su pantalón de vestir, pero podía sentir con claridad la firmeza y el calor de sus músculos, mientras olas de calor recorrían mi cuerpo, sin descanso. Mis terminaciones nerviosas parecían ser atravesadas por pequeñas descargas eléctricas.
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