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Capítulo 4

Sinceramente, no recordaba a qué hora logré dormir. Lo único que tengo tan nítidamente en la cabeza es la imagen de Nick marchándose del departamento.

Atisbo de cansancio y malestares físicos aún persistían y, a pesar de mi lamentable estado, acepté ir a trabajar en mi día libre. Don Tiago llamó, solicitando que cubriese a Max. Por supuesto, acepté, sobre todo porque la paga sería doble. Lo lamentable —para mí— era el hecho de que estaría en la barra del VIP, por ende, tenía que ir vestido formal.

(…)

Almorcé algo ligero luego acomodé el departamento. No era la gran cosa, pero el lugar era bastante cómodo. No tengo lujos ni adornos extravagantes, solo dispongo de lo esencial y básico para la vida diaria de una persona.

Encendí el televisor, buscando algo entretenido hasta la hora de salir hacia el bar. Traté en lo posible de no cavilar de mas, pero la mente me jugó en contra con pensamientos un tanto dolorosos. Nick destacaba en cada uno. Él nunca llegaría a verme como lo deseaba. Somos amigos. Por más que duela, por más que este amor que siento me consuma... debo maquillarlo. Era y es mejor así.

El sonido del teléfono me sacó del ensimismamiento. Dos llamadas perdidas de un número desconocido, resté importancia. Si fuese importante, volverían a llamar. Y no transcurrió mucho...

—¿Hola? —saludé-pregunté.

Era extraño, no reconocí el número.

—¿Liam? —Esa voz, algo en esa voz me trajo... —. ¿Hola?

—¿Quién habla? —pregunté, con un ápice de duda.

—Alex —No, no podía ser cierto, él... —. ¿Cómo has estado?

Desde que tengo memoria, él ha sido mi mejor amigo y también ha sido el chico con el que salí durante la adolescencia. Estuvimos juntos durante un año cuando éramos unos críos. Él fue mi primer novio. Por aquel entonces solo tenía 14 años. Nuestra relación se vio afectada cuando una noticia referente a una herencia familiar llevó a sus padres a tomar la decisión de mudarse a España. Fue difícil y ambos fuimos conscientes de que una relación a distancia no funcionaría. Tal vez solo éramos unos adolescentes, pero teníamos muy en claro que las cosas no irían bien. Amé a Alex, de eso no tenía dudas, pero aquello quedó en el pasado. Mantuvimos el contacto y esporádicamente hablábamos por teléfono. Los primeros meses de seguido y al pasar los años, aquellas llamadas fueron menguando cada un poco más a solo una vez al año.

—Lex —musité incrédulo, luego de unos segundos—. No puedo creer que... La última vez que supe de ti fue hace un año.

—Sí, tienes razón —Hizo una breve pausa y los nervios afloraron—. Lamento no haberme contactado contigo antes, Li. Tuve que resolver un par de inconvenientes y, ¡Dios!, estoy aquí, he vuelto.

—¿¡Qué!? —La emoción albergó en mi pecho. Él... estaba aquí—. ¿De verdad?

—No te mentiría, Liam —Su tono burlón me provocó una risita—. De hecho, llegué hace unos días, pero necesitaba organizarme primero, ya sabes. Quiero verte.

Sí, es cierto que Lex y yo somos algo así como amigos a distancia, pero su regreso modificaba absolutamente todo, ¿hasta qué punto sería bueno tener a Alex de nuevo en mi vida?

—Bueno, eso se puede solucionar —Me dejé llevar, restando importancia al martilleo de mi corazón—. Mañana tengo el día libre, hoy iré a trabajar.

—¿Sigues en el Black Pearl?

—Así es —Asentí y me sentí un tonto, él no podía verme—. Increíble, supongo, pero ya llevo unos años trabajando en el bar. Me gusta lo que hago.

—Pues en ese caso, iré a verte al bar...

La llamada con Alex duró más de la cuenta. Nos pusimos al día. Aun así, quedamos de vernos en el bar. La presencia de Lex implicaría ciertas modificaciones dentro de mi vida, sé que puede que estuviese exagerando o adelantándome a situaciones que puedan llegar a surgir. Una parte gritaba porque dejase de pensar de mas y, la otra, recordándome a Nick. Además, Alex susurró aquellas dos palabras, aquel «te quiero»Lo sentí tan genuino. Soy consciente de lo que hubo entre nosotros en el pasado, pero eso quedó atrás. Hoy día somos personas adultas y, tal vez, esté cavilando sin razón aparente, ¿querrá algo más que amistad? No, eso sería inverosímil, incluso de solo imaginarlo es... ridículo.

El teléfono sonó después de unos minutos que terminé la llamada con Alex, un mensaje de León, sugiriendo un encuentro con los chicos. Por obvias razones me negué. Por más que quisiese estar con mis amigos, no podía. Sin embargo, no oculté el motivo de mi negación, diciéndole a Leo que debía de ir a trabajar.

(…)

Ingresé al bar con casi media hora de antelación. Saludé a mis compañeros y me dirigí directamente al sector de empleados. Con total parsimonia, me cambié de ropa, poniéndome la que iba acorde con el puesto que estaría cubriendo.

Posterior a unos cuantos minutos y quedando conforme con todo, salí del cuarto de empleados. Si soy sincero, detesto vestirme con camisa y pantalón de vestir, pero...

—Liam, ¿qué tal todo? —saludó Federico—. Por lo que veo, no estás muy alegre.

Fede formaba parte del personal de la cocina, el chef encargado.

—Hey —enuncié, tratando en vano de que la molestia que me producía la ropa no se reflejase en mi semblante, fallé—. Bien, tengo que cubrir a Max en el VIP.

—Lo sé, Don Tiago me puso al tanto —profirió sonriendo—, pero quita esa cara, compañero.

—Aja, como si fuese tan fácil —bufé—. No eres tú el que tiene que vestir de esta manera. Algún día estarás en mi lugar.

Soltó una risita burlona. Rodeó la barra, situándose en su puesto. Por lo que presencié, no fui el único que cubriría un puesto distinto. Federico se encontraba la mayor parte del tiempo en la cocina, hoy era una excepción para los dos.

—¡No te rías! —exclamé ofendido, aunque no lo estuviese—. Mejor me voy —Señalé las escaleras—. Ya sabes, para ir organizando todo.

—Estará tranquilo —espetó, observando el panorama—. Es domingo, no creo que tengamos muchos clientes.

—Supongo —Me encogí de hombros—. Bien, nos vemos luego.

Nos despedimos con un ademán de manos. Al llegar al sector VIP, realmente me sorprendió el hecho de que todo estuviese tan pacífico.

Me situé detrás de la barra y, sin perder el tiempo, comencé a organizar las botellas de licores, copas, utensilios que, sin dudas, eran primordiales para un bartender.

(…)

Aburrido —y sin ninguna tarea—, me senté en un taburete, apoyé los brazos sobre la superficie caoba de la barra y descansé la cabeza en ellos. Resté relevancia al tiempo. Sin embargo, todo quedó atrás cuando vi, por el rabillo del ojo, a una persona caminar despacio hacia mi dirección. Me erguí de la cómoda posición. Observé con disimilo y sí, un chico. Estatura alta, ¿por qué todos eran más altos que yo? Sacudí la cabeza de un lado al otro, no era momento de lamentaciones superficiales.

Algo acaparó mi atención, el tono rojizo de la cabellera. A medida que avanzaba, miraba casi con fascinación el entorno. Bueno, quizá los cuadros que Don Tiago ordenó colocar en las paredes con paisajes de barcos piratas fuesen la fuente de su admiración y, ¿quién no? Eran dignos de observar.

Desvié la mirada cuando me di cuenta de que el chico se acercaba cada un poco más, no deseaba en lo absoluto que me viese siendo tan...

—Liam —Esa voz... —. ¡Oh, por Dios!, no puedo creer que esté aquí, contigo.

Con lentitud fui levantando la mirada. Y no era como si estuviese ciego, pero, sinceramente, Lex estaba más que guapo.

Asimilando el hecho de que estuviese delante de mí, esbocé una sonrisa. Sus ojos color miel, su sonrisa brillante y, en serio, quedé como tonto mirándolo. Lejos quedó aquel adolescente que conocí en el pasado, delante de mi yacía un hombre.

—¡Alex! —exclamé, saliendo de mi puesto—. No puedo creerlo, estás aquí.

No faltó pronunciar más palabra, nos fusionamos en un férreo abrazo. Su perfume me invadió el olfato, era... demasiado varonil.

—Te extrañé mucho —musitó en mi cuello—. No te das una idea de cuánto te extrañé.

—Has crecido —imperé, haciendo hincapié a su altura. Soltó una risita y, poco a poco, deshicimos el mimo—. Estás tan...

—Igual tú —interrumpió, como si supiese lo que iba a decir—. Realmente estás muy guapo, Li.

—No más que tú —halagué, sus brazos aún rodeándome—. No quiero ser grosero, pero debo volver a mi puesto.

—Lo siento —profirió, dejándome libre—. Ya tendremos tiempo para esto.

Un guiño. Me regaló un guiño. Un golpeteo dentro del pecho floreció, ¿qué puede salir mal? Ante cualquier tipo de pensamiento, la imagen de Nick resurgió. Me sentí un vil traicionero por tener atisbo de pensamientos que no encaminaban en lo absoluto en algo concreto.

Me situé detrás de la barra, la cabeza siendo una maraña confusa, pero, después de todo, Nick sigue siendo un imposible. Por más que mi corazón hubo brincado un instante por la presencia de Alex, no modifica nada.

—Bueno, quiero que me cuentes todo —comentó el pelirrojo, sentándose en uno de los taburetes—. Y quiero un martini —pidió, la voz con un toque de picardía.

Asentí mientras comenzaba a buscar todos los utensilios para preparar la bebida.

La charla fue amena. Alex me narró todo lo que aconteció en los últimos cinco años de su vida. Su familia, mejor dicho, su padre fue acreedor de una herencia (herencia que recibió por parte de su abuelo, padre del padre de Lex). Hoy día eran dueños de una importante cadena de hoteles en España. Su padre a la cabeza del imperio y él como su próximo heredero. Alex ganó un importante puesto como vicepresidente de la empresa. Un sinfín de sucesos asaltó su vida, modificándola a medida que los años transcurrieron. Un integrante más, un hermano de cuatro años quien acaparaba todo el amor fraternal de Lex. No fui capaz de imaginar esa situación. Sin embargo, se notaba la devoción que sentía el pelirrojo para con su hermanito. Me alegré sinceramente por toda su familia.

Y no nos dimos cuenta del tiempo, entre charlas triviales y martini —para Lex—, se nos pasó rápido y entretenido. No había más cliente, aparte de él. Tranquilidad absoluta, pero todo aquello quebró. No sé por qué, no sé cuál fue la razón y, de un momento a otro, Alex se irguió de su asiento, quedando la mitad de su cuerpo apoyado en la barra. Sus manos migraron hacia el cuello de mi camisa, atrayéndome hacia él y me besó. No pude reaccionar, quedé estático, sintiendo sus labios presionar los míos. Tibios y con un dejo de sabor amargo, producto del cóctel.

—Perdón, ¿interrumpo?

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