El aire alrededor de Ethan vibraba con una densidad que parecía aplastar todo a su alrededor. Los destellos del Orbe lanzaban reflejos dorados sobre las ruinas, iluminando fugazmente los rostros tensos de los mestizos que observaban a la distancia. Pero el centro de ese caos era Ethan: su cuerpo parecía una fusión de fuerza y fragilidad, brillando con una intensidad que desafiaba la comprensión humana.Afrodita se colocó frente a él, bloqueando la visión del mundo exterior. Su mirada se encontró con la de Ethan, y en ese instante, todo lo demás pareció detenerse. Su preocupación era evidente, pero también lo era su inquebrantable voluntad.—Ethan, escúchame, —dijo, su tono firme pero teñido de un calor que traspasaba las palabras—. No tienes que enfrentarte a esto solo. Déjanos ayudarte. Déjame ayudarte.El Orbe pulsó en respuesta, lanzando un destello dorado que envolvió a ambos. Afrodita apenas pestañeó, su mirada fija en Ethan. Sus manos, suaves pero firmes, se posaron sobre sus ho
El sendero entre las ruinas parecía estrecharse a medida que el grupo avanzaba, como si las piedras mismas conspiraran para contenerlos. Las sombras danzaban en los muros, proyectadas por una luz que no podían identificar, y el silencio que los envolvía era opresivo, casi ensordecedor.Afrodita sentía cómo su daga vibraba ligeramente en su cinto, una reacción instintiva al ambiente hostil. A su lado, Ethan avanzaba con pasos firmes, pero la irregularidad en el pulso del Orbe lo hacía fruncir el ceño. Era como si el artefacto tratara de advertirle de algo, un peligro que se acercaba rápidamente.De pronto, el frío descendió como un manto, una ráfaga gélida que pareció extraer el calor de sus cuerpos. Afrodita se detuvo en seco, colocando una mano en el brazo de Ethan.—¿Lo sientes? —preguntó, su tono bajo pero urgente.Ethan asintió, sus ojos brillando con el leve resplandor del Orbe.—Algo nos está observando, —respondió él, mientras giraba lentamente su cabeza, intentando localizar l
El grupo avanzaba lentamente por un terreno que parecía estar vivo, cada paso resonando como un eco en un vasto vacío. Las ruinas a su alrededor estaban marcadas con inscripciones que brillaban intermitentemente, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra. Había algo en el aire, un pulso que parecía emanar desde el mismo corazón del lugar.Ethan y Afrodita lideraban el camino, con el Orbe pulsando débilmente en el pecho de Ethan. La energía del artefacto se había estabilizado, pero su presencia seguía siendo abrumadora, como un recordatorio constante de la carga que llevaba.Mientras avanzaban, el suelo bajo los pies de los mestizos comenzó a cambiar, fragmentándose en pequeños islotes de piedra suspendidos sobre un abismo infinito. Cada mestizo quedó separado de los demás, atrapado en su propio fragmento, como si el lugar respondiera a sus temores y dudas individuales.KieranLa oscuridad que rodeaba a Kieran era densa, casi tangible, como si el espacio mismo conspirara p
Las primeras luces del amanecer se derramaban sobre Machu Picchu, acariciando los antiguos muros de piedra con un brillo dorado que parecía insuflarles vida. Sin embargo, algo sombrío perturbaba la quietud de aquel lugar sagrado. Las sombras se alargaban de forma antinatural, y el aire mismo parecía cargado de una vibración oscura, como si el tiempo se estuviera desmoronando a su alrededor.Afrodita y Ethan lideraban el avance del grupo, sus pasos resonando en el silencio tenso de las ruinas. El Orbe en el pecho de Ethan pulsaba con una luz dorada, pero inestable, casi errática, como si percibiera una amenaza inminente. Afrodita miró hacia él de reojo, preocupada por la expresión de concentración que marcaba su rostro.—¿Lo sientes? —preguntó ella, en voz baja.Ethan asintió, sin apartar la mirada del horizonte.—Es como si el portal estuviera... llamando al Orbe, —dijo, su voz cargada de inquietud.Detrás de ellos, los mestizos avanzaban en formación, cada uno alerta a las vibracione
El portal latía como un corazón oscuro, cada destello púrpura y negro deformando la atmósfera y cargando el aire con una opresión que parecía viva. Afrodita avanzaba con pasos medidos, desafiando el peso abrumador que emanaba del altar que se alzaba imponente frente a ellos. A su lado, Ethan luchaba por controlar la energía del Orbe, que ya no era un artefacto externo, sino una extensión viva y palpitante de su ser. El resplandor dorado de su pecho fluctuaba, una llama encendida por la voluntad y el sacrificio, pero constantemente amenazada por las sombras que rodeaban el portal.La presencia de Cronos impregnaba cada rincón, un eco de amenazas y promesas en un lenguaje que parecía resonar directamente en sus almas. Afrodita entrelazó sus dedos con los de Ethan, anclándolo al presente mientras sus propios temores acechaban en su mente.—Afrodita, —susurró Ethan, su voz cargada de agotamiento y un temor que no lograba ocultar—. Algo está... algo está mal.Ella giró hacia él, encontrand
La atmósfera parecía colapsar bajo el peso de la energía que emanaba del portal. Cada grieta en el altar brillaba con un fulgor que alternaba entre la luz dorada del Orbe y un negro abismal, como si las fuerzas del universo estuvieran librando una guerra en ese mismo punto. Ethan se mantuvo firme, con el Orbe vibrando en su pecho, su resplandor fluctuando entre estabilidad y caos. Cada latido del artefacto parecía un eco del sacrificio de Afrodita, resonando con la fuerza de su determinación y el dolor de su ausencia.El temblor del suelo aumentó, y las piedras bajo los pies del grupo comenzaron a resquebrajarse. Los mestizos se mantuvieron en posición, sus armas listas, pero incluso ellos podían sentir el poder absoluto que estaba a punto de desatarse.—Esto es más que una batalla, —murmuró Dorian, ajustando el escudo en su brazo, su voz apenas un susurro ante el estruendo que los rodeaba—. Esto es un enfrentamiento contra el destino.Kieran, con su espada brillando tenuemente, se po
Una calma inquietante reinaba en el Olimpo renacido, una ciudad suspendida entre lo divino y lo moderno. Torres de cristal y mármol reflejaban la luz de un sol eterno, mientras los templos flotaban sobre nubes cargadas de poder ancestral. Entre las cúpulas y los senderos cubiertos de flores inmortales, una tensión invisible impregnaba el aire, como si incluso la perfección del Olimpo pudiera desmoronarse ante lo inevitable. Zeus, imponente, observaba el horizonte desde su trono en el Salón Eterno, con la mirada fija en una tormenta oscura que se agitaba en la distancia.No era una tormenta común. No traía vientos ni lluvia, sino un vacío que devoraba todo a su paso. Zeus podía sentir su presencia en el fondo de su ser, como un eco que vibraba en cada fibra de su existencia. Había algo diferente, algo más profundo y ominoso que cualquier amenaza que hubiera enfrentado antes.El silencio absoluto del Salón Eterno se rompió con los pasos de Hera, cuyo porte majestuoso irradiaba autoridad
La tormenta en el horizonte del Olimpo renacido parecía más que una simple manifestación del clima. Era como si el cielo mismo se revelara contra el mundo, iluminando con furia el Salón Eterno con destellos que parecían buscar algo oculto entre las sombras. Cada trueno retumbaba con un eco tan profundo que sacudía los cimientos del Olimpo, un recordatorio de que incluso los dioses podían enfrentarse a fuerzas que los desafiaban.Zeus permanecía de pie junto al gran trono, el rayo en su mano destellaba débilmente con un brillo azul-blanco, como una chispa contenida de su poder. A su alrededor, los demás dioses esperaban, inmóviles pero tensos, como si el aire pesado les impidiera moverse con naturalidad.—Cada segundo que esa sombra crece, el universo se tambalea al borde del abismo. Apolo, Atenea —la mirada de Zeus se posó en ellos como un peso tangible—, vuestro deber es buscar el Orbe en la Tierra. Templos ocultos, registros olvidados... algo debe darnos la clave para hallar su para