La energía del portal rugía como un huracán contenido, amenazando con romper todas las barreras entre la realidad y el caos absoluto. Las grietas que lo atravesaban se expandían con un patrón errático, emanando ráfagas de luz púrpura y negro que iluminaban las ruinas de Machu Picchu con un brillo espectral. Era como si el portal tuviera vida propia, un abismo devorador que se alimentaba del desequilibrio en el campo de batalla.Cronos, en el centro de todo, alzaba los brazos, su figura titánica irradiando un aura de omnipotencia. Sus ojos, dos brasas ardientes, se fijaron en Ethan con una mezcla de burla y desdén. Cada paso que daba hacia adelante hacía temblar la tierra bajo sus pies, como si el mundo mismo se inclinara ante su presencia.—Portador, ¿entiendes ahora lo inevitable? —tronó su voz, rompiendo el silencio con una intensidad que parecía sacudir el alma de todos los presentes—. La resistencia es inútil.Ethan respiraba con dificultad, cada inhalación un esfuerzo por mantene
El aire se electrificó con una fuerza invisible que envolvió el campo de batalla. Las grietas del portal seguían extendiéndose, cada una un recordatorio de la fragilidad que amenazaba la existencia misma. Ethan, con el Orbe pulsando en su pecho, mantenía su posición frente a Cronos. Pero lejos de esa confrontación directa, los mestizos enfrentaban desafíos que no solo pondrían a prueba su fuerza, sino también su fe en sí mismos y en sus compañeros.Kieran, Lyra y Dorian habían sido arrastrados hacia diferentes rincones del campo de batalla por una fuerza invisible, separándolos de Ethan y entre sí. Cada uno se encontraba en un espacio distinto, un escenario etéreo que parecía hecho a medida para explorar sus miedos más profundos.El caos que había dispersado a los mestizos no se detuvo ahí. En rincones más alejados del campo de batalla, Kael, Cora, Nerya, Draek y Lyros sintieron la misma fuerza invisible que los arrastraba hacia sus propias pruebas.Kael: La Redención en la OscuridadK
El Olimpo, alguna vez un bastión resplandeciente de poder divino, estaba ahora envuelto en penumbras. Las columnas doradas y los templos majestuosos estaban cubiertos de grietas y sombras, mientras los emisarios de Cronos, envueltos en una oscuridad impenetrable, avanzaban implacablemente. Los rugidos de la batalla resonaban como un coro caótico, y los relámpagos que Zeus lanzaba desde lo alto iluminaban brevemente el campo antes de desvanecerse en la marea de oscuridad.Artemisa tensó otra flecha, su mirada fija en un grupo de criaturas que escalaban las ruinas. Soltó el arco, y el proyectil plateado atravesó el aire, disolviendo a los enemigos en una ráfaga de humo oscuro. A su lado, Atenea bloqueaba con su escudo un ataque directo, su lanza destellando al perforar a las sombras que osaban enfrentarse a ella.—¡No podemos ceder ni un paso más! —gritó Atenea, su voz resonando como un eco desafiante.Zeus observó la escena con un peso aplastante en sus hombros. Cada chispa de su rayo
El caos en Machu Picchu crepitaba como un tambor de guerra en el aire, cada explosión de sombras resonando como un recordatorio de la fragilidad del equilibrio. Ethan permanecía arrodillado, incapaz de moverse mientras las sombras se arremolinaban a su alrededor, susurrándole promesas de desesperación. El Orbe en su pecho pulsaba con una intensidad desgarradora, y cada latido enviaba oleadas de dolor por todo su cuerpo.Afrodita, desde el plano etéreo, observaba cómo Ethan luchaba contra algo mucho más grande que él. Cada vez que su conexión vibraba, sentía su resistencia, su angustia y, sobre todo, su miedo. Las lágrimas llenaron sus ojos mientras extendía sus manos brillantes hacia el Orbe, canalizando su esencia a través de la energía caótica que amenazaba con consumirlo.—Ethan, escúchame, —dijo Afrodita, su voz alcanzándolo como un eco que atravesaba la barrera entre sus planos—. No puedes continuar así. Tu fuerza no está en aguantar solo este peso.Ethan alzó la cabeza con dific
El aire en Machu Picchu tembló con una energía oscura y opresiva, intensificada por la figura que emergió de las sombras: Erebo. Su presencia, inesperada, envió una ola de desconcierto a través de los mestizos. Aunque Kael les había contado sobre su separación de Poseidón y los rumores de la batalla en el Olimpo, nadie imaginaba ver a Erebo allí, y mucho menos con un semblante tan marcado por la lucha.Erebo, cubierto de heridas aún frescas y con una mirada perdida, avanzó lentamente hacia Cronos. Sus movimientos carecían de la misma seguridad que antes, como si el peso de lo ocurrido en el Olimpo lo hubiera dejado vacilante.—El Olimpo cayó, —dijo Erebo, su tono apagado y carente de la fuerza que lo había caracterizado.Cronos, desde su posición elevada, extendió una mano hacia él. Una sonrisa fría, vacía de emoción, se dibujó en su rostro.—Lo que cayó fue la ilusión de su poder, —respondió Cronos con calma, colocando una mano sobre el hombro de Erebo—. Pero tú no caíste, Erebo. No
El campo de batalla en Machu Picchu respiraba en un ritmo extraño, como si el tiempo se hubiera detenido por un instante. La brisa llevaba consigo ecos de gritos y rugidos que aún flotaban en el aire, pero en el centro del caos, Ethan y los mestizos permanecían inmóviles, unificados por una fuerza intangible.Ethan sentía el peso del Orbe en su pecho, no como una carga, sino como una verdad que lo conectaba con cada uno de los que lo rodeaban. A su izquierda, Kieran ajustaba su espada de luz, su mirada fija en Ethan con un respeto que había nacido de su reciente liberación. Lyra sostenía su esfera luminosa en ambas manos, su brillo reflejando la calma antes de la tormenta.Dorian mantenía su escudo al frente, como si aún pudiera oír los ecos de la voz de su hermana, esa promesa renovada de proteger lo que le quedaba. Lyros ajustaba la cuerda de su arco, su mirada recorriendo el horizonte con la seguridad de que el próximo disparo no fallaría.Nerya giró su daga entre los dedos, la con
El campo de batalla en Machu Picchu parecía haber llegado a su clímax. La luz del Orbe irradiaba desde Ethan y los mestizos, empujando las sombras de Cronos hacia los bordes de la realidad, pero la presencia del titán permanecía como una fuerza inamovible, un abismo que desafiaba la esperanza misma. La tensión en el aire era palpable, cada latido del Orbe parecía marcar el ritmo de una cuenta regresiva.Desde el horizonte, una nueva energía desgarró el tejido del caos. Un portal oscuro se abrió, desbordando una niebla densa que se extendió por el campo. De su centro emergió Hades, el señor del inframundo, con su báculo en alto irradiando una energía que contrastaba con la desolación del campo de batalla. Su armadura, manchada de cenizas del Olimpo, parecía un reflejo de la carga que llevaba consigo.—¿Hades? —murmuró Ethan, con la sorpresa reflejada en sus ojos.—La luz no puede sostenerse sola, portador, —dijo Hades con su característico tono grave, aunque esta vez había una inflexió
El aire en Machu Picchu se tornó denso, cargado de energía y tensión. El portal que Cronos había abierto, alimentado por la misma esencia del titán, palpitaba como un corazón corrupto, latiendo con una intensidad que resonaba en el suelo y en los cuerpos de los combatientes. Su resplandor púrpura y negro se expandía como raíces venenosas, y cada expansión parecía desdibujar los límites entre la realidad y el caos. Las sombras de Cronos, reforzadas por el poder del portal, se retorcían en espirales amenazantes. En el centro de todo, Ethan se encontraba rodeado por los mestizos y los dioses, todos conscientes de que esta era la última oportunidad para contener el caos.Afrodita, aunque su esencia comenzaba a desvanecerse, envió una oleada de calidez desde su conexión con Ethan. Su voz, suave como un susurro, alcanzó a todos.—No se trata solo del poder que portan, sino de lo que creen. Manténganse unidos. Su fuerza es la clave. Ethan cerró los ojos un instante, absorbiendo la fuerza