El Olimpo vibraba bajo el peso del ataque de las sombras, cada impacto contra sus defensas resonando como un trueno. Las figuras nebulosas, emergidas de la grieta en el firmamento, se arremolinaban con furia, alimentadas por la energía que se filtraba desde el dominio de Cronos.Zeus lideraba el frente con su rayo alzado, sus ataques creando explosiones de luz que empujaban a los invasores hacia atrás. Hades, a su lado, desataba una energía oscura que devoraba a las sombras con igual eficacia. A pesar de sus diferencias, ambos peleaban como si sus vidas dependieran del otro.—¡Atenea, Artemisa! —gritó Zeus, girando para enfrentar otra ola de atacantes—. Protejan el salón del Orbe. ¡No podemos permitir que Cronos controle su energía!Atenea asintió, su espada brillando mientras cortaba a través de las figuras espectrales que se lanzaban hacia ella. Artemisa disparaba flechas imbuidas de luz, cada una encontrando su blanco con una precisión mortal.En el interior del gran salón, el Orbe
El Orbe brillaba dentro de Ethan con una intensidad que parecía fusionarse con su esencia. Su luz dorada iluminaba el gran salón del Olimpo, proyectando un mapa que se deslizaba en el aire como un holograma vivo. Cada línea pulsaba con un ritmo propio, conectándose para señalar un punto específico: los Andes peruanos.El aire estaba cargado de expectación. Afrodita estaba junto a Ethan, observando el mapa con una mezcla de asombro y tensión. Los mestizos mantenían una distancia prudente, sus ojos fijos en el resplandor del Orbe, como si no estuvieran seguros de lo que significaba este nuevo desarrollo.—Machu Picchu, —murmuró Afrodita, rompiendo el silencio. Su tono estaba cargado de emoción contenida—. Es ahí donde todo terminará.Ethan no respondió de inmediato. Sentía que el Orbe le hablaba, no con palabras, sino con una mezcla de emociones y visiones que invadían su mente. Sus manos temblaban ligeramente, no de miedo, sino por la magnitud de lo que estaba comenzando a entender.—E
El portal de Aramu Muru vibraba como si el universo entero estuviera conteniendo la respiración. La luz que emanaba de su superficie oscilaba entre un dorado celestial y un púrpura amenazante, proyectando sombras y destellos en todas direcciones. Cada pulsación resonaba en el aire, atravesando los cuerpos de quienes se encontraban cerca, como un eco de poder antiguo y peligroso.Ethan permanecía inmóvil frente al portal, sus manos presionando la piedra fría. El Orbe en su pecho irradiaba un brillo intermitente, luchando por mantener su equilibrio. Dentro de su mente, el caos reinaba, una mezcla de voces y visiones que intentaban arrastrarlo hacia una oscuridad desconocida.Afrodita observaba a Ethan, sintiendo que cada segundo que pasaba lo alejaba más de ella. Su corazón latía con fuerza, no solo por la amenaza inminente, sino porque sabía que Ethan estaba enfrentando algo que no podía combatir solo.—Ethan, resiste, —murmuró para sí misma, sus manos apretadas en puños mientras Diego
El aire era pesado, cargado con una energía que no pertenecía a este mundo. Afrodita, Ethan, y los mestizos avanzaban en silencio por un sendero oculto que los conducía a las montañas de Machu Picchu. A pesar de la calma aparente, el ambiente estaba impregnado de tensión. Cada paso parecía resonar en el aire, como si el universo mismo estuviera conteniendo la respiración.El portal de Aramu Muru había hecho su trabajo, transportándolos a los límites de la ciudadela. Sin embargo, la sensación de haberse acercado al epicentro del caos era ineludible. Ethan lideraba al grupo, con el Orbe brillando tenuemente en su pecho, una luz cálida que parecía contradecir la amenaza inminente.—¿Sientes eso? —preguntó Kieran, rompiendo el silencio, su voz cargada de inquietud.—Sí, —respondió Lyra, su mano apretando la empuñadura de su espada. Miraba a su alrededor con desconfianza, como si las sombras mismas pudieran volverse en su contra.Ethan no respondió. Su mente estaba concentrada en el peso d
El eco del altar aún resonaba en sus mentes mientras el grupo avanzaba por las ruinas de Machu Picchu. Cada paso los acercaba al enfrentamiento final, pero también parecía aumentar el peso que cada uno cargaba. Ethan lideraba el grupo, con Afrodita a su lado y los mestizos formando una línea detrás, sus armas listas y sus expresiones endurecidas.El camino era irregular, cubierto de musgo y piedras sueltas. La bruma que cubría las montañas añadía un aire de misterio, pero también hacía que el ambiente fuera opresivo, como si las montañas mismas guardaran secretos que no querían revelar.—¿Alguien más siente que estamos siendo observados? —preguntó Lyra, rompiendo el silencio, su tono cargado de tensión.Kieran asintió, su mirada moviéndose entre las sombras que parecían moverse en los bordes de su visión.—No es solo una sensación, —respondió él, ajustando la posición de su lanza—. Algo está aquí.Ethan se detuvo, su mirada fija en el horizonte. El Orbe en su pecho brilló con un respl
El grupo avanzaba con pasos cautelosos por el sendero que el Orbe iluminaba con su resplandor fluctuante. La luz dorada proyectaba sombras en las paredes erosionadas de las ruinas, que parecían cobrar vida con cada paso, como si estuvieran observando a los intrusos en su dominio. El aire era denso, cargado con una energía que hacía que cada respiración pareciera un esfuerzo monumental. Afrodita caminaba al lado de Ethan, manteniendo una mirada vigilante tanto en el camino como en el brillo del Orbe, que latía con una frecuencia que parecía sincronizarse con los latidos de su propio corazón.Ethan, con los ojos fijos hacia adelante, avanzaba como si fuera atraído por una fuerza invisible. Aunque su postura era firme, había algo en su expresión que traicionaba el peso de la responsabilidad que llevaba consigo. Cada pulso del Orbe parecía susurrarle fragmentos de una verdad que aún no lograba descifrar, como si le hablara en un idioma perdido en el tiempo.—¿Qué ves? —preguntó Afrodita,
El portal de energía chispeaba detrás de ellos, un recordatorio constante de lo desconocido que acababan de cruzar. La bruma mística que impregnaba el ambiente parecía amplificar cada emoción, intensificando el peso de las dudas que aún se cernían sobre el grupo.Ethan caminaba al frente, con Afrodita a su lado. A pesar de su porte decidido, su mente estaba dividida entre las revelaciones del Orbe y el creciente abismo que sentía entre él y los mestizos.—¿Cuánto más podemos seguir así? —murmuró Kieran, lo suficientemente alto para que Lyra y Dorian lo escucharan, pero lo bastante bajo como para que Afrodita y Ethan no se dieran cuenta.Lyra, normalmente la voz conciliadora, esta vez no intentó calmarlo.—No es solo una cuestión de cuánto más podemos, —dijo, con el ceño fruncido—. Es una cuestión de si debemos.Dorian, siempre directo, finalmente se detuvo y habló con voz firme:—¿Por qué no simplemente le preguntamos a Ethan? No más susurros, no más conjeturas.Ethan, al escuchar su
El aire alrededor de Ethan vibraba con una densidad que parecía aplastar todo a su alrededor. Los destellos del Orbe lanzaban reflejos dorados sobre las ruinas, iluminando fugazmente los rostros tensos de los mestizos que observaban a la distancia. Pero el centro de ese caos era Ethan: su cuerpo parecía una fusión de fuerza y fragilidad, brillando con una intensidad que desafiaba la comprensión humana.Afrodita se colocó frente a él, bloqueando la visión del mundo exterior. Su mirada se encontró con la de Ethan, y en ese instante, todo lo demás pareció detenerse. Su preocupación era evidente, pero también lo era su inquebrantable voluntad.—Ethan, escúchame, —dijo, su tono firme pero teñido de un calor que traspasaba las palabras—. No tienes que enfrentarte a esto solo. Déjanos ayudarte. Déjame ayudarte.El Orbe pulsó en respuesta, lanzando un destello dorado que envolvió a ambos. Afrodita apenas pestañeó, su mirada fija en Ethan. Sus manos, suaves pero firmes, se posaron sobre sus ho