El grupo avanzaba por un terreno desconocido, con el horizonte lleno de nubes bajas que ocultaban los caminos serpenteantes entre las montañas. Cada paso era un recordatorio del peso que cargaban. Afrodita lideraba junto a Ethan, sus movimientos sincronizados por una conexión que ahora parecía ir más allá de lo físico. Detrás de ellos, Lyra, Kieran y Dorian seguían con expresiones tensas, sus rostros marcados por el cansancio y la incertidumbre.El silencio era casi insoportable. Solo el viento, que susurraba entre las rocas, rompía la tensión, pero incluso ese sonido parecía cargado de un mensaje oculto.—¿Por cuánto tiempo más vamos a caminar sin un plan? —dijo Kieran de repente, su voz cortando el aire como una flecha.Ethan se detuvo, girando lentamente hacia él.—Estamos buscando respuestas, —respondió, con un tono que intentaba mantenerse firme—. El Orbe nos guiará.Kieran bufó, cruzándose de brazos.—¿El Orbe? —repitió con sarcasmo—. ¿El mismo Orbe que casi te consume? ¿El mism
El grupo avanzaba cautelosamente por el sendero rocoso. Cada paso parecía más pesado que el anterior, como si el aire mismo conspirara para detenerlos. Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando la niebla oscura comenzó a cubrir el terreno, moviéndose con una voluntad propia.—Esto no es natural, —murmuró Lyra, su voz apenas audible mientras sus ojos escudriñaban las sombras.Ethan colocó una mano sobre su pecho, donde la energía del Orbe comenzaba a pulsar con un ritmo irregular, como un corazón agitado. Afrodita, siempre atenta a sus reacciones, se acercó más a él.—¿Qué sientes? —preguntó en un susurro.—Algo está aquí, —respondió Ethan, sus ojos clavados en la neblina que parecía crecer con cada segundo—. Algo… antiguo.Antes de que pudiera añadir más, la niebla alrededor del grupo se movía como un ser vivo, engullendo el terreno con cada segundo que pasaba. El sonido de la risa de Erebo resonaba en el aire, como un eco cargado de maldad. Ethan sintió cómo la presión
El Olimpo vibraba bajo el peso del ataque de las sombras, cada impacto contra sus defensas resonando como un trueno. Las figuras nebulosas, emergidas de la grieta en el firmamento, se arremolinaban con furia, alimentadas por la energía que se filtraba desde el dominio de Cronos.Zeus lideraba el frente con su rayo alzado, sus ataques creando explosiones de luz que empujaban a los invasores hacia atrás. Hades, a su lado, desataba una energía oscura que devoraba a las sombras con igual eficacia. A pesar de sus diferencias, ambos peleaban como si sus vidas dependieran del otro.—¡Atenea, Artemisa! —gritó Zeus, girando para enfrentar otra ola de atacantes—. Protejan el salón del Orbe. ¡No podemos permitir que Cronos controle su energía!Atenea asintió, su espada brillando mientras cortaba a través de las figuras espectrales que se lanzaban hacia ella. Artemisa disparaba flechas imbuidas de luz, cada una encontrando su blanco con una precisión mortal.En el interior del gran salón, el Orbe
El Orbe brillaba dentro de Ethan con una intensidad que parecía fusionarse con su esencia. Su luz dorada iluminaba el gran salón del Olimpo, proyectando un mapa que se deslizaba en el aire como un holograma vivo. Cada línea pulsaba con un ritmo propio, conectándose para señalar un punto específico: los Andes peruanos.El aire estaba cargado de expectación. Afrodita estaba junto a Ethan, observando el mapa con una mezcla de asombro y tensión. Los mestizos mantenían una distancia prudente, sus ojos fijos en el resplandor del Orbe, como si no estuvieran seguros de lo que significaba este nuevo desarrollo.—Machu Picchu, —murmuró Afrodita, rompiendo el silencio. Su tono estaba cargado de emoción contenida—. Es ahí donde todo terminará.Ethan no respondió de inmediato. Sentía que el Orbe le hablaba, no con palabras, sino con una mezcla de emociones y visiones que invadían su mente. Sus manos temblaban ligeramente, no de miedo, sino por la magnitud de lo que estaba comenzando a entender.—E
El portal de Aramu Muru vibraba como si el universo entero estuviera conteniendo la respiración. La luz que emanaba de su superficie oscilaba entre un dorado celestial y un púrpura amenazante, proyectando sombras y destellos en todas direcciones. Cada pulsación resonaba en el aire, atravesando los cuerpos de quienes se encontraban cerca, como un eco de poder antiguo y peligroso.Ethan permanecía inmóvil frente al portal, sus manos presionando la piedra fría. El Orbe en su pecho irradiaba un brillo intermitente, luchando por mantener su equilibrio. Dentro de su mente, el caos reinaba, una mezcla de voces y visiones que intentaban arrastrarlo hacia una oscuridad desconocida.Afrodita observaba a Ethan, sintiendo que cada segundo que pasaba lo alejaba más de ella. Su corazón latía con fuerza, no solo por la amenaza inminente, sino porque sabía que Ethan estaba enfrentando algo que no podía combatir solo.—Ethan, resiste, —murmuró para sí misma, sus manos apretadas en puños mientras Diego
El aire era pesado, cargado con una energía que no pertenecía a este mundo. Afrodita, Ethan, y los mestizos avanzaban en silencio por un sendero oculto que los conducía a las montañas de Machu Picchu. A pesar de la calma aparente, el ambiente estaba impregnado de tensión. Cada paso parecía resonar en el aire, como si el universo mismo estuviera conteniendo la respiración.El portal de Aramu Muru había hecho su trabajo, transportándolos a los límites de la ciudadela. Sin embargo, la sensación de haberse acercado al epicentro del caos era ineludible. Ethan lideraba al grupo, con el Orbe brillando tenuemente en su pecho, una luz cálida que parecía contradecir la amenaza inminente.—¿Sientes eso? —preguntó Kieran, rompiendo el silencio, su voz cargada de inquietud.—Sí, —respondió Lyra, su mano apretando la empuñadura de su espada. Miraba a su alrededor con desconfianza, como si las sombras mismas pudieran volverse en su contra.Ethan no respondió. Su mente estaba concentrada en el peso d
El eco del altar aún resonaba en sus mentes mientras el grupo avanzaba por las ruinas de Machu Picchu. Cada paso los acercaba al enfrentamiento final, pero también parecía aumentar el peso que cada uno cargaba. Ethan lideraba el grupo, con Afrodita a su lado y los mestizos formando una línea detrás, sus armas listas y sus expresiones endurecidas.El camino era irregular, cubierto de musgo y piedras sueltas. La bruma que cubría las montañas añadía un aire de misterio, pero también hacía que el ambiente fuera opresivo, como si las montañas mismas guardaran secretos que no querían revelar.—¿Alguien más siente que estamos siendo observados? —preguntó Lyra, rompiendo el silencio, su tono cargado de tensión.Kieran asintió, su mirada moviéndose entre las sombras que parecían moverse en los bordes de su visión.—No es solo una sensación, —respondió él, ajustando la posición de su lanza—. Algo está aquí.Ethan se detuvo, su mirada fija en el horizonte. El Orbe en su pecho brilló con un respl
El grupo avanzaba con pasos cautelosos por el sendero que el Orbe iluminaba con su resplandor fluctuante. La luz dorada proyectaba sombras en las paredes erosionadas de las ruinas, que parecían cobrar vida con cada paso, como si estuvieran observando a los intrusos en su dominio. El aire era denso, cargado con una energía que hacía que cada respiración pareciera un esfuerzo monumental. Afrodita caminaba al lado de Ethan, manteniendo una mirada vigilante tanto en el camino como en el brillo del Orbe, que latía con una frecuencia que parecía sincronizarse con los latidos de su propio corazón.Ethan, con los ojos fijos hacia adelante, avanzaba como si fuera atraído por una fuerza invisible. Aunque su postura era firme, había algo en su expresión que traicionaba el peso de la responsabilidad que llevaba consigo. Cada pulso del Orbe parecía susurrarle fragmentos de una verdad que aún no lograba descifrar, como si le hablara en un idioma perdido en el tiempo.—¿Qué ves? —preguntó Afrodita,