El refugio en la grieta era oscuro y silencioso, pero ni la penumbra ni el aislamiento podían ahogar el caos que rugía dentro de Ethan. Afrodita se arrodilló frente a él, observándolo con una mezcla de preocupación y firmeza. Sus manos descansaban en las suyas, cálidas y constantes, pero él apenas podía sentirlas. El peso de la culpa era un torbellino que no le daba tregua.—Tarek, —susurró Ethan, con la voz temblando mientras la imagen del mestizo lo atravesaba como un cuchillo—. Él murió por mí.Afrodita sintió un nudo en la garganta, pero no apartó su mirada de él. En sus ojos veía la tormenta que se libraba en su interior, una mezcla de dolor, furia y duda que amenazaba con consumirlo.—Ethan, —comenzó, con un tono suave pero firme—, Tarek no murió por ti. Murió porque creyó en lo que estás destinado a hacer. Él sabía lo que estaba en juego.Él negó con la cabeza, apartando la mirada mientras sus manos temblaban bajo las de Afrodita.—No estaba allí, —murmuró, su voz apenas audibl
La niebla envolvía las ruinas como un velo pesado, atenuando los sonidos del entorno y sumiendo todo en una inquietante quietud. Cada paso que daban Lyra, Kieran y Dorian resonaba en el silencio, un eco que parecía burlarse de su agotamiento. Sus cuerpos estaban cubiertos de heridas, sus almas llevaban las cicatrices de las visiones y batallas que habían enfrentado, pero aun así, continuaban avanzando.—Esto tiene que ser el lugar, —dijo Lyra, deteniéndose para observar el desgastado templo que se alzaba frente a ellos. Sus ojos recorrieron las columnas derruidas, las grietas en las paredes que parecían haber resistido siglos de abandono.Kieran, que apenas podía ocultar su impaciencia, pasó a su lado.—Si no es aquí, no sé cuánto más podremos avanzar, —murmuró, apoyándose en una roca para recuperar el aliento.Dorian caminaba detrás, en silencio, su mirada fija en el suelo. Había algo en su postura, en la forma en que mantenía su arma lista, que sugería que esperaba lo peor.—Sigamos
El agua helada se agitaba ligeramente, creando ondas que parecían susurrar secretos olvidados a Poseidón y Kael mientras avanzaban por el templo sumergido. Cada paso resonaba como un eco lejano, amplificado por la atmósfera opresiva que parecía estrecharse a su alrededor.Las paredes, cubiertas de inscripciones desgastadas por el tiempo, contaban historias de un pasado turbulento. Relieves de titanes alzándose contra la luz, sus cuerpos envueltos en sombras vivientes, parecían moverse bajo la tenue luz que se filtraba desde grietas en el techo. Kael no podía apartar los ojos de los grabados. Había algo en ellos que lo atraía, algo que le resultaba inquietantemente familiar.—¿Sientes eso? —preguntó Kael, deteniéndose junto a una pared donde una figura tallada, alta y poderosa, extendía una mano hacia un ser más pequeño atrapado entre la luz y la oscuridad.Poseidón asintió lentamente, su tridente brillando con una luz tenue mientras lo usaba para explorar el camino frente a ellos.—Es
El Olimpo, alguna vez un bastión de luz y poder, parecía envuelto en una penumbra que erosionaba lentamente su majestuosidad. Las nubes cargadas que rodeaban la montaña eran diferentes esta vez; no eran las tormentas que obedecían la voluntad de Zeus, sino una presencia más oscura, tangible, que se filtraba como un veneno invisible en el aire.En el gran salón, el Orbe flotaba en el centro de la sala, su energía fluctuando entre destellos de luz pura y pulsaciones de sombra. Las imágenes que proyectaba se entrelazaban en un caos inquietante: las batallas de los mestizos, Afrodita y Ethan enfrentándose al portal de Aramu Muru, y una figura imponente que se alzaba desde las sombras.Zeus observaba todo en silencio, sus ojos cargados de una tensión que no había mostrado desde las guerras titánicas. La imagen de Cronos, sentado en un trono de sombras, se desvaneció momentáneamente, solo para reaparecer con una risa que parecía resonar desde lo más profundo del Orbe.—Se está acercando, —m
El aire dentro del templo estaba cargado de energía, tan densa que parecía dificultar la respiración. Las inscripciones en las paredes brillaban con un resplandor etéreo, proyectando destellos que bailaban como si respondieran al ritmo de los latidos del corazón de Ethan. Afrodita, a su lado, podía sentir la tensión en sus hombros, la batalla interna que libraba sin siquiera decir una palabra.—¿Lo sientes? —preguntó ella en un susurro, su mirada fija en las líneas de luz que parecían converger hacia el centro del templo.Ethan asintió lentamente, colocando una mano sobre su pecho. La calidez que emanaba de su interior era abrumadora, como si un sol pequeño estuviera tratando de liberarse.—Es como si el templo estuviera… vivo, —murmuró, su voz cargada de asombro y temor—. Y de alguna manera, conectado a mí.Afrodita se acercó más, su presencia un ancla en el torbellino de sensaciones que lo atravesaban.—No está conectado al templo, Ethan, —dijo, con un tono firme pero sereno—. Está
El grupo avanzaba por un terreno desconocido, con el horizonte lleno de nubes bajas que ocultaban los caminos serpenteantes entre las montañas. Cada paso era un recordatorio del peso que cargaban. Afrodita lideraba junto a Ethan, sus movimientos sincronizados por una conexión que ahora parecía ir más allá de lo físico. Detrás de ellos, Lyra, Kieran y Dorian seguían con expresiones tensas, sus rostros marcados por el cansancio y la incertidumbre.El silencio era casi insoportable. Solo el viento, que susurraba entre las rocas, rompía la tensión, pero incluso ese sonido parecía cargado de un mensaje oculto.—¿Por cuánto tiempo más vamos a caminar sin un plan? —dijo Kieran de repente, su voz cortando el aire como una flecha.Ethan se detuvo, girando lentamente hacia él.—Estamos buscando respuestas, —respondió, con un tono que intentaba mantenerse firme—. El Orbe nos guiará.Kieran bufó, cruzándose de brazos.—¿El Orbe? —repitió con sarcasmo—. ¿El mismo Orbe que casi te consume? ¿El mism
El grupo avanzaba cautelosamente por el sendero rocoso. Cada paso parecía más pesado que el anterior, como si el aire mismo conspirara para detenerlos. Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando la niebla oscura comenzó a cubrir el terreno, moviéndose con una voluntad propia.—Esto no es natural, —murmuró Lyra, su voz apenas audible mientras sus ojos escudriñaban las sombras.Ethan colocó una mano sobre su pecho, donde la energía del Orbe comenzaba a pulsar con un ritmo irregular, como un corazón agitado. Afrodita, siempre atenta a sus reacciones, se acercó más a él.—¿Qué sientes? —preguntó en un susurro.—Algo está aquí, —respondió Ethan, sus ojos clavados en la neblina que parecía crecer con cada segundo—. Algo… antiguo.Antes de que pudiera añadir más, la niebla alrededor del grupo se movía como un ser vivo, engullendo el terreno con cada segundo que pasaba. El sonido de la risa de Erebo resonaba en el aire, como un eco cargado de maldad. Ethan sintió cómo la presión
El Olimpo vibraba bajo el peso del ataque de las sombras, cada impacto contra sus defensas resonando como un trueno. Las figuras nebulosas, emergidas de la grieta en el firmamento, se arremolinaban con furia, alimentadas por la energía que se filtraba desde el dominio de Cronos.Zeus lideraba el frente con su rayo alzado, sus ataques creando explosiones de luz que empujaban a los invasores hacia atrás. Hades, a su lado, desataba una energía oscura que devoraba a las sombras con igual eficacia. A pesar de sus diferencias, ambos peleaban como si sus vidas dependieran del otro.—¡Atenea, Artemisa! —gritó Zeus, girando para enfrentar otra ola de atacantes—. Protejan el salón del Orbe. ¡No podemos permitir que Cronos controle su energía!Atenea asintió, su espada brillando mientras cortaba a través de las figuras espectrales que se lanzaban hacia ella. Artemisa disparaba flechas imbuidas de luz, cada una encontrando su blanco con una precisión mortal.En el interior del gran salón, el Orbe