El mar de sombras se retorcía como si tuviera vida propia, sus murmullos guturales resonaban en el aire, cargados de promesas de desesperación. Afrodita y Ethan avanzaban con cautela, sus pasos resonando sobre un terreno que parecía cambiar con cada pisada, oscilando entre sólido y quebradizo.Afrodita sentía el peso de la daga en su mano, pero su mirada estaba fija en Ethan. Él parecía más vulnerable que nunca, pero en su vulnerabilidad había algo indomable, un fuego que ardía dentro de él, alimentado por el Orbe.—Ethan, —susurró Afrodita, rompiendo el tenso silencio—. Si sientes que esto es demasiado, dímelo.Ethan giró su cabeza hacia ella, su expresión era una mezcla de cansancio y determinación.—Afrodita, todo esto ya es demasiado. Pero eso no significa que vaya a detenerme.Ella asintió, aunque su corazón estaba lleno de preocupación. Sabía que Ethan llevaba más de lo que cualquier humano podría soportar, pero también sabía que no lo abandonaría, sin importar lo que viniera.E
Ethan sentía cómo el poder dentro de él se desbordaba, desgarrando su conciencia en mil fragmentos. Las palabras de Erebo resonaban en su mente como un eco cruel, mezclándose con la imagen desgarradora de Tarek siendo asesinado. Cada vez que intentaba calmarse, las visiones volvían con más fuerza, alimentando su rabia y su dolor.El brillo del Orbe, que irradiaba desde su pecho, se intensificaba con cada segundo, pulsando como si fuera un corazón que latía al borde del colapso. Afrodita lo observaba, impotente, mientras las ondas de energía emanaban de su cuerpo, creando un campo que parecía consumir todo a su alrededor.—¡Ethan, por favor! —gritó Afrodita, su voz cargada de desesperación—. ¡No dejes que te controle!Pero Ethan no respondió. Sus ojos, ahora completamente bañados en luz, estaban fijos en Erebo, cuya sonrisa burlona persistía incluso mientras retrocedía un paso.—Eso es, Ethan, —dijo Erebo, con un tono que bordeaba la satisfacción—. Siente el poder. Siente cómo consume
El aire estaba cargado de tensión, casi asfixiante, mientras las sombras en el horizonte parecían agitarse con una vida propia. Los diferentes grupos, cada uno enfrentando su propia batalla, estaban unidos por un hilo invisible: el peligro inminente que Cronos representaba.En un rincón de la vasta telaraña de eventos, Lyra, Kieran y Dorian avanzaban con cautela a través de una estrecha caverna iluminada solo por el tenue resplandor de los fragmentos que habían recuperado. Cada paso resonaba en la oscuridad, un recordatorio de lo precario de su situación.—¿Cuánto más crees que falta? —preguntó Kieran en voz baja, su tono cargado de impaciencia y agotamiento.Lyra, quien lideraba el grupo, se detuvo un momento para observar las inscripciones en las paredes.—No lo sé, pero estas marcas... parecen una advertencia. Algo nos está esperando.Dorian, siempre pragmático, se colocó a su lado.—Algo siempre nos está esperando, —dijo, empuñando su arma con firmeza—. Lo importante es estar list
El refugio en la grieta era oscuro y silencioso, pero ni la penumbra ni el aislamiento podían ahogar el caos que rugía dentro de Ethan. Afrodita se arrodilló frente a él, observándolo con una mezcla de preocupación y firmeza. Sus manos descansaban en las suyas, cálidas y constantes, pero él apenas podía sentirlas. El peso de la culpa era un torbellino que no le daba tregua.—Tarek, —susurró Ethan, con la voz temblando mientras la imagen del mestizo lo atravesaba como un cuchillo—. Él murió por mí.Afrodita sintió un nudo en la garganta, pero no apartó su mirada de él. En sus ojos veía la tormenta que se libraba en su interior, una mezcla de dolor, furia y duda que amenazaba con consumirlo.—Ethan, —comenzó, con un tono suave pero firme—, Tarek no murió por ti. Murió porque creyó en lo que estás destinado a hacer. Él sabía lo que estaba en juego.Él negó con la cabeza, apartando la mirada mientras sus manos temblaban bajo las de Afrodita.—No estaba allí, —murmuró, su voz apenas audibl
La niebla envolvía las ruinas como un velo pesado, atenuando los sonidos del entorno y sumiendo todo en una inquietante quietud. Cada paso que daban Lyra, Kieran y Dorian resonaba en el silencio, un eco que parecía burlarse de su agotamiento. Sus cuerpos estaban cubiertos de heridas, sus almas llevaban las cicatrices de las visiones y batallas que habían enfrentado, pero aun así, continuaban avanzando.—Esto tiene que ser el lugar, —dijo Lyra, deteniéndose para observar el desgastado templo que se alzaba frente a ellos. Sus ojos recorrieron las columnas derruidas, las grietas en las paredes que parecían haber resistido siglos de abandono.Kieran, que apenas podía ocultar su impaciencia, pasó a su lado.—Si no es aquí, no sé cuánto más podremos avanzar, —murmuró, apoyándose en una roca para recuperar el aliento.Dorian caminaba detrás, en silencio, su mirada fija en el suelo. Había algo en su postura, en la forma en que mantenía su arma lista, que sugería que esperaba lo peor.—Sigamos
El agua helada se agitaba ligeramente, creando ondas que parecían susurrar secretos olvidados a Poseidón y Kael mientras avanzaban por el templo sumergido. Cada paso resonaba como un eco lejano, amplificado por la atmósfera opresiva que parecía estrecharse a su alrededor.Las paredes, cubiertas de inscripciones desgastadas por el tiempo, contaban historias de un pasado turbulento. Relieves de titanes alzándose contra la luz, sus cuerpos envueltos en sombras vivientes, parecían moverse bajo la tenue luz que se filtraba desde grietas en el techo. Kael no podía apartar los ojos de los grabados. Había algo en ellos que lo atraía, algo que le resultaba inquietantemente familiar.—¿Sientes eso? —preguntó Kael, deteniéndose junto a una pared donde una figura tallada, alta y poderosa, extendía una mano hacia un ser más pequeño atrapado entre la luz y la oscuridad.Poseidón asintió lentamente, su tridente brillando con una luz tenue mientras lo usaba para explorar el camino frente a ellos.—Es
El Olimpo, alguna vez un bastión de luz y poder, parecía envuelto en una penumbra que erosionaba lentamente su majestuosidad. Las nubes cargadas que rodeaban la montaña eran diferentes esta vez; no eran las tormentas que obedecían la voluntad de Zeus, sino una presencia más oscura, tangible, que se filtraba como un veneno invisible en el aire.En el gran salón, el Orbe flotaba en el centro de la sala, su energía fluctuando entre destellos de luz pura y pulsaciones de sombra. Las imágenes que proyectaba se entrelazaban en un caos inquietante: las batallas de los mestizos, Afrodita y Ethan enfrentándose al portal de Aramu Muru, y una figura imponente que se alzaba desde las sombras.Zeus observaba todo en silencio, sus ojos cargados de una tensión que no había mostrado desde las guerras titánicas. La imagen de Cronos, sentado en un trono de sombras, se desvaneció momentáneamente, solo para reaparecer con una risa que parecía resonar desde lo más profundo del Orbe.—Se está acercando, —m
El aire dentro del templo estaba cargado de energía, tan densa que parecía dificultar la respiración. Las inscripciones en las paredes brillaban con un resplandor etéreo, proyectando destellos que bailaban como si respondieran al ritmo de los latidos del corazón de Ethan. Afrodita, a su lado, podía sentir la tensión en sus hombros, la batalla interna que libraba sin siquiera decir una palabra.—¿Lo sientes? —preguntó ella en un susurro, su mirada fija en las líneas de luz que parecían converger hacia el centro del templo.Ethan asintió lentamente, colocando una mano sobre su pecho. La calidez que emanaba de su interior era abrumadora, como si un sol pequeño estuviera tratando de liberarse.—Es como si el templo estuviera… vivo, —murmuró, su voz cargada de asombro y temor—. Y de alguna manera, conectado a mí.Afrodita se acercó más, su presencia un ancla en el torbellino de sensaciones que lo atravesaban.—No está conectado al templo, Ethan, —dijo, con un tono firme pero sereno—. Está