La voz resonante que los había recibido al cruzar el umbral del templo aún vibraba en sus oídos, como si las palabras hubieran quedado suspendidas en el aire. Afrodita y Ethan avanzaron con pasos cuidadosos, sus miradas escudriñando cada rincón de aquel lugar. Las inscripciones doradas brillaban con una intensidad que parecía respirar, como si el templo mismo estuviera vivo.El silencio era denso, pero no opresivo. Más bien tenía un peso que les recordaba que estaban entrando en un lugar que desafiaba las reglas del mundo conocido.—Este lugar… —murmuró Afrodita, sus dedos acariciando los grabados en la pared—. Es como si estuviera esperando algo de nosotros.Ethan asintió, aunque no respondió. Su mirada estaba fija en las inscripciones que parecían flotar en el aire frente a ellos. Eran palabras en un idioma desconocido, pero que de alguna manera podía comprender.—"El vínculo entre la luz y la oscuridad es el eje del equilibrio," —leyó en voz baja, sintiendo un escalofrío recorrer s
El eco de sus pasos se convirtió en un ritmo hipnótico mientras Afrodita y Ethan avanzaban por la vasta sala circular. Cada columna parecía pulsar al compás de sus corazones, y las inscripciones doradas en las paredes brillaban con una intensidad que parecía responder a su proximidad. El aire tenía un peso extraño, una mezcla de anticipación y peligro que los envolvía como una presencia invisible.Afrodita mantenía una mano cerca de su daga, mientras que Ethan llevaba sus ojos fijos en la esfera dorada que flotaba en el centro. Había algo magnético en ella, algo que lo llamaba de una manera que no podía ignorar.—¿La sientes? —preguntó Ethan, sin apartar la mirada de la esfera.Afrodita asintió lentamente, sus ojos evaluando cada rincón del templo.—Es como si este lugar nos estuviera observando, esperando algo.Ethan dio un paso adelante, pero Afrodita lo detuvo, colocando una mano en su brazo.—Espera, —dijo, su tono más bajo y firme—. No sabemos qué desencadenará si te acercas más.
El pasillo de luz los envolvió por completo, transportándolos a un lugar donde las reglas del mundo parecían haber cambiado. La transición fue tan silenciosa que Afrodita y Ethan sintieron que el universo contenía la respiración. Cuando la luz comenzó a disiparse, se encontraron en una vasta llanura bañada por un crepúsculo rojizo que parecía eterno. El cielo, salpicado de nubes doradas, se extendía hacia un horizonte en el que las montañas se alzaban como gigantes guardianes.El viento era frío, cargado con un aroma mineral y fresco, que arrastraba un murmullo casi inaudible, como si la tierra misma estuviera hablando. A lo lejos, un lago cristalino reflejaba el brillo del atardecer, dándole una cualidad casi etérea.—¿Dónde estamos? —murmuró Ethan, sus palabras apenas audibles en el silencio que los rodeaba.Afrodita miró a su alrededor con una mezcla de asombro y cautela.—Esto… no parece estar en nuestro mundo, pero tampoco es completamente otro.Ethan observó un sendero estrecho
El resplandor del portal los envolvía en un silencio tan profundo que parecía que el universo mismo los observaba. Afrodita y Ethan sentían cómo sus corazones latían al unísono, marcando el único ritmo en un espacio donde el tiempo y la realidad se difuminaban. Al cruzar el umbral, el mundo conocido desapareció detrás de ellos.La luz se desvaneció, revelando un vasto paisaje que parecía existir en el borde de la creación. Un cielo fracturado se extendía sobre ellos, con constelaciones que brillaban en patrones desconocidos. La tierra, cubierta de cristalinas arenas negras, reflejaba los fragmentos del cielo como un espejo. En el horizonte, enormes estructuras flotaban como si desafiaran la gravedad, cada una emitiendo un tenue resplandor que cambiaba de color.Ethan miró a Afrodita, pero sus palabras murieron en su garganta. Ella lo observaba con la misma mezcla de asombro y preocupación que sentía él.—Esto no es solo otro lugar, —murmuró Afrodita, rompiendo el silencio—. Es… algo m
El resplandor del portal los envolvió, desdibujando la realidad con un destello que parecía eterno. Afrodita y Ethan sintieron cómo sus cuerpos eran transportados más allá del tiempo y el espacio, mientras una energía intensa y primigenia los atravesaba. Cuando la luz comenzó a desvanecerse, sus pies tocaron un suelo firme, pero el aire seguía vibrando, cargado de una sensación de expectación inquebrantable.Frente a ellos se encontraba la sala circular, vastísima y desafiante, como si fuera el corazón palpitante de una realidad antigua y desconocida. Las paredes, cubiertas de inscripciones doradas, brillaban y fluctuaban como si fueran ríos vivos de energía. Estas marcas no eran solo un lenguaje, sino fragmentos de memoria que parecían contar una historia en constante cambio.En el centro de la sala flotaba un disco de luz, suspendido en el aire, que pulsaba rítmicamente, como un corazón vivo. Ethan lo miraba fijamente, como si algo en su interior respondiera al llamado del objeto. Af
Afrodita permanecía inmóvil, atrapada en la penumbra que había reemplazado la vibrante luz del portal. La energía, antes tan omnipresente, ahora parecía un eco lejano. Cada aliento era pesado, cargado del vacío que Ethan había dejado tras cruzar el umbral.Sus manos temblaban, y su mirada seguía fija en el disco inerte que flotaba en el centro de la sala. Una parte de ella esperaba que, si se quedaba allí lo suficiente, el portal se reactivaría y lo devolvería.—Ethan… —murmuró, su voz rota por una mezcla de desesperación y súplica.El eco de su voz fue lo único que le respondió.La inmensidad de la sala parecía crecer a su alrededor, y por primera vez en mucho tiempo, Afrodita sintió algo que rara vez la tocaba: una profunda soledad. No era el tipo de soledad que el tiempo curaba, sino una que se incrustaba en el alma como una espina invisible.Pero incluso en medio de ese abismo emocional, algo dentro de ella se resistía a ceder.—No puedo perderte, Ethan, —dijo en voz alta, como si
El mar de sombras se retorcía como si tuviera vida propia, sus murmullos guturales resonaban en el aire, cargados de promesas de desesperación. Afrodita y Ethan avanzaban con cautela, sus pasos resonando sobre un terreno que parecía cambiar con cada pisada, oscilando entre sólido y quebradizo.Afrodita sentía el peso de la daga en su mano, pero su mirada estaba fija en Ethan. Él parecía más vulnerable que nunca, pero en su vulnerabilidad había algo indomable, un fuego que ardía dentro de él, alimentado por el Orbe.—Ethan, —susurró Afrodita, rompiendo el tenso silencio—. Si sientes que esto es demasiado, dímelo.Ethan giró su cabeza hacia ella, su expresión era una mezcla de cansancio y determinación.—Afrodita, todo esto ya es demasiado. Pero eso no significa que vaya a detenerme.Ella asintió, aunque su corazón estaba lleno de preocupación. Sabía que Ethan llevaba más de lo que cualquier humano podría soportar, pero también sabía que no lo abandonaría, sin importar lo que viniera.E
Ethan sentía cómo el poder dentro de él se desbordaba, desgarrando su conciencia en mil fragmentos. Las palabras de Erebo resonaban en su mente como un eco cruel, mezclándose con la imagen desgarradora de Tarek siendo asesinado. Cada vez que intentaba calmarse, las visiones volvían con más fuerza, alimentando su rabia y su dolor.El brillo del Orbe, que irradiaba desde su pecho, se intensificaba con cada segundo, pulsando como si fuera un corazón que latía al borde del colapso. Afrodita lo observaba, impotente, mientras las ondas de energía emanaban de su cuerpo, creando un campo que parecía consumir todo a su alrededor.—¡Ethan, por favor! —gritó Afrodita, su voz cargada de desesperación—. ¡No dejes que te controle!Pero Ethan no respondió. Sus ojos, ahora completamente bañados en luz, estaban fijos en Erebo, cuya sonrisa burlona persistía incluso mientras retrocedía un paso.—Eso es, Ethan, —dijo Erebo, con un tono que bordeaba la satisfacción—. Siente el poder. Siente cómo consume