«Stella… Stella tiene el corazón de mi hermana»Anna apartó la mano del hombro de Gabriel y dio dos pasos atrás. Sus ojos se abrieron como platos y no fue capaz de pronunciar palabra. Estaba en shock ante la revelación.—Nunca imaginé que Stella trabajaba para Lorenzo, tampoco llegué a pensar que iban a encontrarse y enamorarse. —Gabriel no pudo contener sus emociones. Las lágrimas se derramaron de sus ojos, sobre todo, por la distancia que Anna había puesto entre los dos.—No puede ser posible, no puedes estar hablando en serio, Gabriel —dijo, buscando sentarse, pues sentía que las piernas iban a fallarle en cualquier momento —. Será un duro golpe para Lorenzo cuando lo sepa —susurró con voz ahogada.Gabriel negó.—No tiene por qué enterarse de esta verdad, Anna. No hay necesidad de que él sepa que el corazón de Lionetta late en el cuerpo de Stella.—¡Fue su esposa! —le gritó en un acto de desesperación —. La mujer que amaba.—Y también era mi hermana —refutó.Anna negó.—No
Stella se recargó sobre el hombro de Lorenzo, él la tomó de la cintura y juntos caminaron al interior de la casa. Las luces se encendieron de repente, sorprendiéndolos.—Y ustedes, ¿qué hacían afuera? —preguntó Valentina, con el ceño fruncido, como si fuera ella la adulta y ellos los niños desobedientes, atrapados en medio de una travesura.La preocupación de la niña se debía a que se había despertado sola y los había buscado en la habitación sin éxito.—¿Qué haces despierta, cariño? —preguntó Lorenzo, fijándose en que no traía pantuflas, sus piecitos estaban sobre el frío piso, por lo que, se alejó de Stella y la tomó en brazos.—Yo pregunté primero, papito. ¿Qué hacían allá afuera? Eso hará que mi hermanito se enferme —los regañó.Stella acarició su mejilla, conmovida por su preocupación.—Salimos a dar una vuelta, cariño, no podía dormir y Stella me siguió —le explicó él.Valentina se mordió su labio.—¿Es por mi mamita? —preguntó, acariciando las mejillas de Lorenzo.Un nudo se le
Stella y Valentina caminaron hasta el auto. La niña se sentó en el pequeño muro que había bajo la sombra de un árbol.—Ven, Stella, siéntate —le pidió, limpiando un espacio justo a su lado.Stella cerró la distancia y se acomodó al lado de la niña, le arregló un mechón de rizos sueltos, se lo colocó detrás de su oreja y luego esperó.No sabía cuánto tiempo le llevaría, pero esperaría el tiempo que fuera necesario por Lorenzo. Sabía que él necesitaba espacio y tiempo, hoy no era un día fácil y lo comprendía.La joven suspiró, para nadie era un día fácil, hace un año, ella también pudo haber muerto.«Estás viva, Stella, no pienses más en el pasado. Disfruta del presente, del aquí y del ahora. Deja que todo lo demás se convierta en un lejano recuerdo. Y aprovecha la segunda oportunidad que has tenido en la vida»Stella no estaba segura si eran sus propios pensamientos, aunque se escuchaba tan ajeno a ella, como si fuese alguien más quien le susurrara al oído.—Stella, ¡Stella! —llamó Val
«¿Stella, es la persona que recibió el corazón de tu hermana…?»El silencio fue sepulcral, Lorenzo miró a Gabriel y esperó a que le respondiera de la misma manera que lo estuvo haciendo, sin embargo, su cuñado guardó silencio.Gabriel se llevó el vaso a los labios, bebió un sorbo para humedecer su boca seca, su mano temblaba. No se había esperado ese tipo de pregunta, ni siquiera habría imaginado que Lorenzo lo pensaba.—Responde, Gabriel. No necesito explicaciones —dijo, ante el silencio del médico.—Lorenzo, es un procedimiento privado, no puedo responderte, por seguridad de todos —le dijo, bebiendo otro sorbo a su bebida.Lorenzo se puso de pie, metió las manos en sus bolsillos y caminó hasta el ventanal, algunas imágenes del pasado pasaron por su cabeza.Su último almuerzo con Lionetta, su última conversación, su último deseo… Entregar sus órganos en donación. No solo era su corazón, pero él parecía haber tenido la suerte de encontrarlo sin buscarlo. Los ojos de Gabriel no podían
«Dime, Stella, dime, ¿qué se siente llevar dentro de tu pecho el corazón de Lionetta Marchetti?»Lorenzo se congeló en su sitio, miró el teléfono como si fuera una serpiente que iba a saltarle encima en cualquier momento, antes de volver a colocarlo en su oído.—¡Stella! —gritó, mas no obtuvo respuesta. Todo lo que había al otro lado de la línea era un silencio sepulcral que le erizó los vellos de la nuca.—¿Lorenzo? —lo llamó Nico.Lorenzo se había olvidado de que estaba en medio de una reunión.—Lo siento, tengo una emergencia, continúen sin mí —pidió, sin dar mayor explicación, salió de la sala de juntas y sin apartar el móvil de su oreja, corrió por los pasillos de la empresa como si el mismo diablo le pisara los talones. Haciéndose preguntas que pronto tendrían respuestas.Mientras tanto, Stella miró a Bruna, la sonrisa de la mujer era espeluznante.—No puedo responderle a su pregunta, señora, porque no sé de lo que habla —respondió, sin embargo, la voz le tembló.—¿No lo sabes?
Lorenzo recorrió las calles de Milán, tenía el corazón en la garganta. Una mezcla de rabia y miedo se anudaron en la boca de su estómago. Sentía terror al pensar que iba a perder a Stella, se sentía culpable por la distancia que había marcado esa tarde antes de irse a la oficina, pero necesitaba tiempo para asimilar la verdad.No era fácil, ni simple tener que aceptar que su futura esposa, era quien tenía el corazón de su difunta esposa. Tenía derecho a sentirse impactado, él no era un robot con interruptor para apagar sus sentimientos y emociones, era un ser humano y como tal, había reaccionado. ¿Que se había equivocado? Lo reconocía, había cometido el error de apartarse de Stella creyendo que tendría la oportunidad de redimirse ante ella. Nunca esperó que Bruna supiera la verdad y si no lo hubiese escuchado con sus propios oídos, no habría tenido ni la menor idea de cómo había hecho para enterarse. Sin embargo, quedaba claro que las personas como Bruna, egocéntricas y egoístas,
Lorenzo sintió que el alma le volvía al cuerpo al ver a Stella, sus ojos estaban rojos y su rostro mostraba su dolor. Stella siempre había sido un libro abierto para él. Su rostro y sus ojos eran el reflejo de su alma.—Stella —susurró, fue un sonido ronco, pues Lorenzo estaba conteniendo sus lágrimas. Intentando parecer fuerte, mientras por dentro lloraba de alivio y de alegría por encontrarla.Ella lo miró y luego miró a Emilia con cierto reproche.—No me mires así, cariño. Ustedes tienen que hablar, tienen que aclarar esto que está sucediendo y encontrar una solución —expresó Emilia con una clara disculpa en la mirada.Se sentía mal por obligar a Stella a enfrentarse a Lorenzo en esas circunstancias, pero ella había aprendido que para aclarar las cosas no se necesitaba tiempo. El tiempo lo enfriaba todo.Emilia le acarició el cabello, como si tratara de consolar a una niña, se inclinó sobre el oído de Stella y le habló:—No dejes que una mujer resentida y despechada termine con tu
Stella buscó el calor de Lorenzo, sus lágrimas se habían detenido, pero su pecho aún dolía, por llorar tanto.—Lo siento —musitó, cuando el beso se vio interrumpido por la falta de aire.Lorenzo respiró profundo, la miró con ternura y le acarició con devoción.—No hay nada por qué disculparse, Stella. El pasado ha quedado atrás, hoy a la luz de un nuevo día, empezaremos a escribir nuestra historia de amor.Stella asintió.—Te amo —susurró.Lorenzo la apretó contra su pecho, el cuerpo de Stella temblaba y estaba frío. Con cuidado y sin lastimarla le frotó los brazos para que la fricción generara un poco de calor, pero no era suficiente.Stella gimió cuando él se alejó.—Lorenzo…—Buscaré algo con qué calentar tu cuerpo —dijo, abriendo la puerta para ir a buscar en el armario, pero Stella no lo dejó solo, se levantó del sillón y lo siguió a la habitación, donde lo encontró, desordenando la poca ropa que aún tenía en casa de su madre.—Ven, Lorenzo —pidió Stella.—Aquí debe haber algo —i