Nico y Emilia volvieron por Viviana a casa de Lorenzo luego de la cena. Emilia se disculpó con Stella por la demora.—No te preocupes, Emi. Viviana es una niña muy bien portada, ha sido un verdadero placer cuidar de ella, ¿tú cómo estás? —le preguntó.Emilia suspiró.—Mucho mejor que esta mañana —aceptó. Hablar de su pasado había sido difícil, pero también liberador, sentía que esa carga pesada que la había acompañado siempre, ahora era más llevadera, sobre todo, porque Stella no la juzgaba.—Me alegro, sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad?—Lo sé Stella y te lo agradezco. Gracias por estar para mí —agradeció desde lo más profundo de su corazón.Stella la abrazó.—Siempre estaré para ti, Emilia, eres la hermana que el destino quiso darme y te amo —le dijo.Emilia asintió, Stella muy pocas veces expresaba sus emociones y sentimientos, pero cuando lo hacía era directo al corazón.—Yo también te amo —le dijo en respuesta. Emilia no quería volver a llorar, pero sentía que los ojos se l
«Descubrió que el hombre que conducía el otro auto, el que impactó con el de tu esposa, no era otro que Elio Romano, el padre de Viviana».Lorenzo se tambaleó al escuchar las palabras de su hermana, quizá no por conocer el nombre del hombre que le robó a vida a Lionetta y le arruinó la suya, sino por la herida que volvió a abrirse en su corazón. Una herida que ya estaba casi curada y cerrada. Los ojos de Lorenzo se llenaron de lágrimas, no pudo evitarlo. La presión que subió por su garganta casi lo ahogó y los latidos de su corazón se volvieron erráticos.—¡Lorenzo! —gritó Anna con preocupación al notar el semblante de su hermano. Estaba pálido, como la ceniza.La muchacha se puso de pie, mientras Lorenzo buscó sentarse en su silla al sentir que las piernas le fallaban.Para Lorenzo, hablar del accidente, era volver a revivir el dolor que sintió ese día, no miraba ni las noticias para evitar recordar. Y sí, quizá para muchos podía ser extremista o dramático, pero solo él conocía el do
«Te odio, Nico»Si Nico Ferretti hubiera sido otro hombre, se habría alejado de Emilia, pero Nico no era cualquier otro hombre, además de ser su esposo, estaba seguro de que era el único que la conocía lo bastante bien como para poder interpretar sus palabras.«Te odio, Nico» era lo mismo que escucharle decir: «Te amo, Nico»Nico llevó una mano a la cintura de Emilia y la otra a su cuello para atraerla hacia él y hacerle sentir el poder de su necesidad.Sus lenguas se enredaron, mientras sus prendas empezaron a caer, ambos estaban desesperados por consumar la pasión nacida de lo más profundo de su ser.—La niña, Nico —susurró Emilia entre besos y jadeos.—No va a despertarse, cariño, no ha dormido en todo el día —le respondió.Emilia lo miró, sus manos acariciaron las mejillas de Nico y buscó su boca nuevamente. El beso fue como un cerillo cayendo sobre la leña seca, el fuego ardió entre ellos amenazando con consumirlo todo a su paso.Emilia gimió cuando la boca de Nico se deslizó de
«Acepto, Vale»Los bellos ojos caoba de Valentina brillaron de emoción al escuchar la respuesta de Stella, sus labios dibujaron una hermosa sonrisa antes de dar pequeños brincos de felicidad alrededor.—¡Ha dicho que sí! ¡Stella ha dicho que sí! —gritaba con entusiasmo e inocencia.Lorenzo tomó la mano de Stella.—¿Has escuchado, papito? Stella dijo que sí, ¡Stella dijo que sí! —repetía.La joven se mordió el labio, emocionada y feliz.—He escuchado su respuesta, cariño —le dijo para tranquilizarla, pero no sirvió de mucho, Valentina siguió dando pequeños saltos, hasta llegar a donde Chiara estaba. La mujer tenía los ojos llenos de lágrimas al ver el amor que Stella tenía al lado de la familia Bianchi. Feliz de saber que la segunda oportunidad que la vida le había dado también incluía el amor de un buen hombre y el cariño especial que Valentina le tenía; bastaba solo con verla para saber lo feliz que era con la noticia de la boda.—Si mi papito se casa con Stella, ¿tú serás mi abuela?
«Pídale a su chofer que nos lleve a un lugar privado. Usted y yo, vamos a conversar»Vicenzo no hizo lo que Emilia le pidió, el chofer lo miró por el retrovisor, esperando una orden suya para bajarse y sacar a la mujer del auto o para poner el motor en marcha y salir de allí. Nada sucedió.El silencio reinó dentro del estrecho espacio. El chofer miraba nervioso a su jefe, sabía que no estaba en su mejor momento, de hecho, el hombre se atrevía a decir que jamás había visto a Vicenzo en aquel estado.Mientras tanto, Vicenzo y Emilia se miraban sin pronunciar palabra, si las miradas matasen, ambos estarían muertos ahora mismo.—No creo que tengamos nada que decirnos, Emilia —dijo. Su voz era fría, tanto, que la joven sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era un cosquilleo, como esos que sientes antes de que alguna tragedia esté a punto de suceder. El corazón de Emilia se hundió.—Tenemos que hablar y no me importa el lugar —le aseguró ella sin vacilar, pese al miedo que sentía.Vicen
«¡No! ¡No, Nico, tú no!»Emilia intentó alejarlo de su cuerpo, mientras sentía que las náuseas subían por su garganta. No quería volver a experimentar jamás en su vida, lo que era ser tomada por la fuerza, no quería que Nico tuviera ese peso sobre su conciencia.—No, Nico, por favor. Tú no —le suplicó, aferrándose a su espalda, tratando de inmovilizarlo contra su cuerpo.Nico luchó para liberarse, su pecho ardía, el aire empezó a faltarle una vez que se dio cuenta de sus actos y de la súplica en la voz de Emilia.«Tú no», le había pedido. ¿Cómo había sido capaz de olvidar la conversación que escuchó? ¿Cómo había sido capaz siquiera de pensar en…? Nico no tuvo el valor para terminar la frase en su cabeza.¡Era un idiota! ¡Un tonto!—Déjame ir —le pidió a Emilia con la voz rota —. Deja que me aleje de ti —suplicó.Emilia tenía miedo de hacerlo, tenía terror de que Nico arremetiera en su contra de nuevo y también de que se alejara de ella para siempre.—Nico…—Suéltame, Emilia, déjame ir
Vicenzo salió del juzgado como si el mismo diablo le pisara los talones, corrió al estacionamiento y golpeó el capó de su auto. Había tanta rabia en su rostro, como miedo. Su corazón latía desbocado y todo lo que deseaba era volver a Nápoles y enfrentar a la persona responsable de su dolor.«Un hombre que de verdad ama no miente, no engaña, y si lo hace, no puede esperar a que la vida lo trate bien.»«¿Ha estado enamorado a alguna vez, Vicenzo? ¿Ha sentido la desesperación de perder a ese ser querido?»—¡No sabes nada de mi vida, Emilia! —gritó con rabia y desesperación —. No tenías derecho a preguntar si conocía la desesperación de perder a alguien querido, porque ahora que lo sé, es demasiado tarde...—Tenemos que irnos, señor. El capitán espera en el aeropuerto, tiene los permisos para despegar apenas estemos dentro de la aeronave.Vicenzo miró a su asistente.—¿Has hecho algo?—Estoy rastreando por toda la ciudad, no puede ir muy lejos. No va a desparecer, señor —le prometió.—Se
El sueño de Stella fue intranquilo esa noche, pese a la buena compañía que tenía en la cama. Algunas imágenes del accidente de un año atrás se colaron en su mente y se despertó agitada, como hace mucho tiempo no lo hacía.—¿Stella? —la llamó Lorenzo al sentir cómo se movía inquieta en la cama —. ¿Estás bien? —preguntó al no obtener respuesta de la joven.Ella negó, se levantó de la cama y corrió al baño, saludó al retrete cuando no pudo contener más el deseo de vomitar, que le asaltó.Lorenzo se apresuró a salir de la cama, agradeció que la puerta no tuviera pasador y entró al pequeño baño, para encontrarse con Stella vomitando.—Stella…—No me veas así —le pidió en un susurro que pareció más un gemido.Lorenzo se inclinó a su lado, le recogió el cabello para evitar que se manchara y no se apartó.—Esto es asqueroso, no me veas —insistió Stella al tiempo que otra nueva arcada llegaba. La joven giró el rostro a tiempo.—Ahora vuelvo —le indicó, lo primero que Lorenzo cogió fue una dona