Las manipulaciones

Había despertado temprano y llevé a las gemelas al jardín de infantes. Era su primer día, y estaban muy emocionadas. Sus risas y preguntas interminables aliviaron un poco la tensión que sentía por dentro. Luego, me dirigí a la oficina, con los nervios a flor de piel por la cena con Damon esa noche.

Intenté concentrarme en mi trabajo, pero mi mente no dejaba de divagar. ¿Qué diría? ¿Cómo me sentiría al verlo de nuevo? Al mediodía, mientras revisaba unos documentos, noté que alguien entró a mi oficina sin anunciarse. Levanté la vista y allí estaba Azula, la mujer de Damon. Pero no estaba sola. A su lado, un pequeño niño me observaba con curiosidad. Era Diego, el hijo de Damon.

— Azula, ¿qué haces aquí? — pregunté, tratando de mantener la compostura a pesar de la sorpresa.

— Luzma, necesito hablar contigo —dijo Azula, sin rodeos, mientras Diego se aferraba a su mano. Mi corazón latía con fuerza, y sentí que el aire se volvía pesado. ¿Qué querría ella ahora, en este preciso momento?
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