La mujer dormía profundamente sobre los cojines de la cama ceremonial. El hombre que la observaba, admiraba desde un segundo piso , a través de un parabán estratégicamente colocado , el ancho de sus caderas y la forma de sus piernas. La redondez de sus senos atraía poderosamente su atención, cerraba las manos en puños del deseo de moldear y acariciar tan generosos montes. Se había apoderado de su boca una sequedad como si no hubiera bebido agua en muchos ciclos, con su lengua mojó sus gruesos labios e instantáneamente se imaginó saboreando esos oscuros pezones claramente visibles a través de la seda traslúcida.
Lujuria, ardiente e innegable se había apoderado de él. Su bestia interna se crispó ante el olor de esta nueva e inesperada hembra, su poderosa y latente erección era testigo del ciego deseo que le acuciaba. La mujer murmuró y se retorció en sueños extendiendo su magnífico cuello , como si él la hubiera tocado. Sus pechos se apretaron, contra la seda que los apresaba , amenazando con escapar.
Un gruñido brotó de los labios masculinos, haciendo eco en la lujosa y enorme habitación.
*****
Umara:
Despierto sobresaltada y me incorporo en la cama ¿ Me ha despertado un ruido? Tengo el corazón acelerado y se me ha puesto la carne de gallina. Me asalta la extraña sensación de que alguien me observa, lo cual es una tontería porque la habitación continúa vacía. No hay nadie aquí además de mí. Libero un resoplido y acomodo las transparentes telas qué intentan cubrirme. Este vestido es realmente incómodo, se clava en mi piel y las joyas incrustadas en la tela me arañan.
Me reclino sobre los almohadones cercanos y miro alrededor, esplendor, todo es esplendor dondequiera que pose mis ojos. Hago una mueca ¡Estos kuranies tontos y su afán de joyas!
Mis ojos viajan hacia arriba y me levanto de la cama de un salto. Justo allí, en el rojizo techo hay miles de imágenes. Imágenes de hombre y mujeres, desnudos. Y realizando toda clase de… actos … siento que la sangre me sube a la cara y las náuseas regresan. La bilis sube a mí garganta, pongo una mano sobre mi boca y corro en dirección de la primera puerta hacia mi izquierda con la esperanza de que conduzca a un lugar en el que pueda vaciar el contenido de mi estómago.
*****
Logré salir a un jardín. Luego de vomitar dos veces y secar mi boca con el dobladillo de mi infernal vestido respiro profundo para intentar librarme de las náuseas. Mi cuerpo se estremece y mi piel está sudorosa y fría. Tiemblo.
Las imágenes que he visto hace un momento en el techo de la habitación aún están frescas en mi memoria y me provocan una repulsión inmensa… A edades muy tempranas como es costumbre , mi madre nos explicó a mis hermanas y a mí lo que se esperaría de nosotras una vez casadas, por eso siempre tuve cierto aprehensión y recelo hacia los chicos y ya de mayor los hombres siempre me han aterrado.¡ Son bestias, bestias salvajes con autoridad para dominar sobre nosotras! Mi hermana mayor siempre protestaba. Y ahora comprendo que tenía razón. Esas imágenes… Sacudo la cabeza intentando desprenderlas de mi memoria y mis ojos vagan por el jardín.
Espera…¿Esto es un jardín? Me pregunto mientras observo la tierra negra, maloliente, el enorme árbol reseco y fantasmagórico, los arbustos espinosos esparcidos por aquí y por allá, la majestuosa fuente de ébano. Frunzo el ceño. Y meneo la cabeza desaprobadoramente… ¡Kuranies ! Se esfuerzan tanto en hacer que su mundo sea monocromático no me extraña que peguen fuego a un jardín sólo porque lo desean . Resoplo. Nunca los entenderé… Todo aquí afuera es negro.
— Veo que desapruebas el jardín privada del Emperador …-una voz masculina y falsamente dulce interrumpe mis pensamientos. Me giro bruscamente y detrás de mí está el desconocido propietario de esa voz que ronronea sarcásticamente.
Doy un paso atrás, otro y uno más… manteniendo al intruso en mi campo de visión. El individuo viste unas ropas blancas, que contrastan grandemente con la negrura del paisaje. Su cabeza y rostro están cubierto con un grueso turbante y burka, respectivamente. Solo sus ojos son visibles, y por un momento me quedo paralizada… Sus ojos son hermosos, enmarcados por gruesas pestañas negras, son ojos felinos… Fríos, calculadores, ojos de cazador…
Me habla en kuraní antiguo, tal vez sea uno de los tantos nobles de la corte.
—No fue mi intención asustarte.- Ronronea el poderoso depredador, mientras me recorre un escalofrío. Porque sé que miente.
— Lamento si he cruzado algún límite y entrado en un lugar prohibido, Señor.- Susurro. Mi abuelo fue esclavo del imperio kuraní en su juventud, ganó su libertad tras salvar a su amo de una emboscada. Logró un dominio del lenguaje con fluidez, le enseñó a mi padre y éste a su vez me enseñó a mí . No lo hablo tan diestramente como un nativo, pero estoy orgullosa de mi habilidad.
—¿Qué hace una flor del desierto como tú en un lugar tan seco y agreste como este?- Murmura el hombre.
— Cuando sopla la tormenta, las flores del desierto caen y son arrastradas lejos del cactus que les dio vida. Tal vez encuentren buena tierra y logren prosperar o tal vez sean arrastradas por el viento tan lejos… que marchiten durante el viaje.
—Ah…sabías palabras. Eres instruida, después de todo. -Dice, aparentemente complacido .
—Mi padre era el Chamán de mi tribu. Muchos venían a él en busca de consejo y sabiduría. En mi tierra, mis ancestros fueron jueces…- Mi voz flaquea, entrecortada por el dolor que hacen que mi garganta se cierre en un espasmo.
— Ya veo. Se puede decir entonces que eres la princesa de tu pueblo?
Lo miro despectivamente y escupo en el suelo.
— ¿Es acaso un príncipe más valiente que un pastor de ovejas? ¿Es acaso un rey más fuerte que cien de sus soldados?- levanto el rostro altanera. —No soy princesa, mi pueblo no seguía coronas ni estandartes. Nuestras formas no las entenderá nunca un soberbio kuraní.
El hombre me observa en silencio. Por un momento temo que se acerque y levante su mano contra mí, pero me mira a los ojos, como si quisiera adivinar mis pensamientos. Luego suelta una risa irónica y prosigue.
— Al parecer nos hemos desviado de nuestro asunto original…Decidme, ¿ que os parece el Jardín Privado del Emperador?
Extiende su mano, señalando la negrura en derredor. Mis ojos aprecian el lugar nuevamente y por unos minutos puedo ver el verdor y la frescura que una vez dominaron la ruina frente a mí.
Me acuclillo sobre la carbonizada tierra, y tomando un puñado me la llevo a la nariz. Me aparto la mano inmediatamente. El olor es repugnante. Similar a huevos podridos y muerte.
— La tierra ha sido envenenada.- Respondo. Sacudiéndose las manos con cuidado para que no residuos de la tierra podrida, poniéndome en pie .
— De algún modo, han mezclado azufre y calabrón, y estos han terminado por dejar la tierra de este lugar estéril.- Mantengo la cabeza baja unos segundos, para ocultar que frunzo mi ceño.
Me vuelvo hacia mi interrogador y este se muestra sorprendido.
—¿Estás completamente segura?- Gruñe, avanzando rápidamente hacia mí. Tengo el impulso de huir, de retroceder, pero yergo mi frente y le planto cara.
—Los agoreros han profetizado que este lugar está maldito, crees pués que tienes mayor don de clarividencia que los sabios al servicio del Emperador?
—Soy Sindú. Mi pueblo es nómada y conoce la tierra. La calidad del suelo es vital para nuestra supervivencia. La buena agua, encontrada en el desierto , es motivo de fiesta entre mi gente. Si os digo que este jardín ha sido envenenado debéis creerme.
Por un momento sopesa mis palabras. Es imposible leer sus pensamientos porque su rostro está oculto a mi vista. Pero sus ardientes ojos muestran desconfianza.
—Si estás tan convencida…entonces podrás decirme qué hacer para regresarlo a su antiguo esplendor.-Masculla burlón.
Me muerdo la lengua para no responder lo que realmente quiero. Por los dioses que hombre más irritante.
—Señor, este asunto tiene solución… -empleo el tono más dulce que soy capaz de usar-…pero no será fácil. Tendréis que sacar la tierra, excavar hasta que lleguéis a las piedras que están debajo, la tierra que saquéis deberíais echarla toda al mar, de lo contrario dónde sea que la dejéis envenenará todo lo cercano a ella…
Levanta su mano y me interrumpe.
—¿Por qué no mojarla con agua de mar y dejarla aquí? -Pregunta.
Bufo exasperada.
—Porque lo que queréis es tierra dónde florezcan y crezcan las plantas ¿No es así? Necesitáis tierra nueva para eso, ésta ha quedado estéril y por lo tanto no os sirve. Recomiendo echarla toda al mar, lo más lejos de la costa posible. El salitre se encargará de diluirla.
Lo observo juntar sus manos a su espalda, y pareciera dudar un instante cuando me pregunta:
— De ser cierto tu … diagnóstico…¿ Tienes alguna idea de cómo han podido envenenar este jardín? ¿ Y quién pudo haberlo hecho?
Su tono es ahora más amable, persuasivo…sospecho que algo se trae entre manos.
— El cómo es fácil de adivinar, Señor.- Digo, señalando a la marmórea fuente con el dedo índice. - Envenenar el agua es la forma más rápida y fácil de envenenar la tierra. En cuánto a quién es responsable…me es imposible daros respuesta, pero sospecho que si investigáis de donde proviene o provenía el agua de la fuente, podréis dar con el malhechor que buscáis.
¡Este sí es un jardín! Contemplo pletórica de felicidad el fresco verdor que se extiende ante mis ojos hasta donde alcanza mi vista . Aquí y allí florecen las más extrañas plantas. Aromas exóticos llenan el aire, la brisa hace mecer las cargadas palmeras y cocoteros. Al menos cincuenta fuentes vierten agua cristalina . A un lado y otro descubro aves coloridas enjauladas o animalitos que corretean libres por entre las flores. Posadas en las ramas de los árboles observo palomas de diferentes clases.No logro salir de mi mudo asombro. Me postro sobre mi rostro y beso la tierra, mientras elevó una oración de agradecimiento al Magnánime. Este lugar debe ser la réplica terrenal del Gran Oasis Celestial.— Ven, deja tus rezos para luego. Es hora de presentarte a los demás soles.- Me apura Lady Citié. Hoy parece impaciente y malhumorada.Me pongo en pie y la sigo, caminando sobre el paseo de granito que serpentea entre las flores y fuentes y jaulas … Los zapatos de madera de Citié producen un
Umara:Debo parecer un pez que han sacado del agua con anzuelos, por qué mis ojos están grandes como platos y mi boca abierta a más no poder.La mujer de la trenza ríe y prosigue su camino dejándose caer en un diván y aceptando un racimo de uvas de una de las doncellas del servicio.Burya se acerca a mí y poniendo los ojos en blanco toma una de mis manos.— Tranquila, pronto te acostumbrarás a las excentricidades de Sarab.— ¿Excentricidades, en serio rusa?- dice la gemela peliblanca.— No sé. Intentar asesinar a nuestro emperador, no una ni dos veces…sino doscientas, ¿puede ser considerada una excentricidad?- pregunta la otra gemela. Definitivamente quieren matarme de asombro.— ¿Ella…ha intentado … qué?!- Chillo.—Oh, por los dioses. No hay que hacer tanto aspaviento.-Regaña Lady Citié. - Ahora, por favor, ya concluidas las introducciones debo marcharme. El emperador querrá su té luego de la reunión del concilio.La mujercita se marcha y me deja en manos de la rusa y las gemelas.—
Umara:La sala del trono es imponente, todo brilla con un fulgor dorado cegador. Los cortesanos Kuranies se agrupan a ambos lados de un camino cubierto con alfombras doradas que han dejado en medio. Imagino que para que le sea más fácil acercarse al que viene a plantear su disputa ante el Emperador.Estamos de pie junto a la puerta y lady Cítiê aprovecha para darme rápidas instrucciones.— Al entrar, deberás hacerlo con la mirada gacha, cuando lleguemos cerca del Emperador, deberás postrarte sobre tu rostro y mantenerte así hasta que se te ordene incorporarte, no deberás mirar al Emperador al rostro, ni hablarle sin que él se dirija a ti primero. La desobediencia a cualquiera de éstas reglas acarrea la muerte ¿ Has entendido?Le hago entender que comprendí con un movimiento de mi cabeza.El guarda de la entrada anuncia nuestros nombre y Lady Citié avanza por delante de mí , caminando sobre la dorada alfombra. Inhalo fuertemente y la sigo, manteniendo mi frente erguida y mi espalda rec
Umara:Cítiê se incorporó de un salto en cuanto el Emperador se sentó de nuevo sobre su dorado trono.Me ha tomado de la mano y me ha sacado del Gran Salón por dónde mismo hemos entrado. Las doncellas de su séquito nos siguen en tropel. No entiendo por qué la mujercita corre tan despavorida, pareciera que los sabuesos del infierno nos persiguen.Hemos llegado al pabellón, Cítiê ha despedido a las doncellas del séquito y ha reunido a las demás esposas. Les ha contado lo sucedido y ahora están todas reunidas a mí alrededor.— ¡Está loca!– chilla Burya.—¿Realmente hizo eso?– increpa Sarab, con admiración.—¿En medio del Mayilis?– pregunta Zai.— Es increíble…–me observa boquiabierta Mem.Cítiê recorre de un lado a otro el pabellón. Se muestra contrariada, enfadada y francamente desesperada.— ¿¡Tienes la más mínima idea de lo que has hecho?!–se acerca a mí y me agita agarrándome por los hombros. – Si tanto deseo tienes de morir toma una daga y córtate el cuello, pero no continúes con tu
En un abrir y cerrar de ojos se ha abalanzado contra mí y me ha abofeteado en la mejilla derecha. Con tal fuerza que se me ha torcido el cuello. Ese lado de mi comienza a arder, de forma insoportable.— ¡Quien te crees que eres! –Grita colérica. – ¡Cómo osas mostrar tal irrespeto a nuestro amado durante el gran concilio! – vuelve a abofetearme, está vez en la mejilla izquierda. Cierro mis manos en puños y aprieto mis ojos para contener las lágrimas. No voy a llorar, no voy a llorar. No le daré el gusto de verme llorar.Se aparta y me da la espalda, encorvándose sobre sí misma como si hubiera perdido el aliento. Luego se gira bruscamente y sonríe, como sólo una persona demente podría hacerlo.—¡Por tu culpa mi hermano fue reprendido delante de todos los nobles! Tu osadía no conoce límites ¿Que más se podría esperar de una sucia adoradora de camellos como tú? – ríe, y es la risa más siniestra he oído en mi vida. Se vuelve hacia las otras esposas, dándome la espalda. . —¡Salvajes, todas
Muerdo mi labio inferior para no dejar escapar el chillido de sorpresa que ha subido a mí garganta ¡Con unas pocas palabras, Cítiê ha reconocido a Cassandra como la víctima que no es! —Bien, veo que en este asunto tendré que contar solo con mi propio juicio.– el Emperador suena resignado. Y sin ceremonia de ningún tipo comienza a descender del trono. Llega ante mí y yo instintivamente aparto la mirada de su rostro, no quiero mirarle, me da asco, le odio. Contento las ganas de vomitar y me abrazo a mí misma. En este preciso instante, no le temo a los azotes, no le temo a las torturas Kuranies, no le temo a la muerte…pero tener a este dictador despótico tan cerca, hace que un sudor frío se apodere de mí. Aparentemente satisfecho con su inspección, el Emperador sigue de largo, y le ordena a Cassandra ponerse en pie al tiempo que le tiende la mano y la ayuda a incorporarse él mismo. Los miro de reojo. Se queda contemplándola unos minutos y luego se aleja, pensativo. —Viendo que vuestra
— Creo que Cítiê no ha tenido tiempo de explicarte algunas cosas.– Murmura Mem.— Bien, creo que recaerá en nosotras instruirte en la intrincada ceremonia e imposible protocolo Kuraní – murmura Burya alegremente, poniéndose en pie y dando saltitos de contenta.— Frénate un poco rusa, ¿sí?–Regaña Mem.— Oh, por favor. Ya basta ustedes dos.– Reprende Sarab, dirigiéndose a Burya y Mem. Las contemplo, y sonrío. Pelean entre sí y se dan codazos , pellizcos y empujones como si fueran un grupo de niñas pequeñas y no las adultas que son. Una duda surge en mi mente, pero sería de lo más inapropiado preguntar semejante cosa en voz alta. Suspiro.— Recuerden lo que pasó la última vez, nuestro parloteo incesante puso enferma a Lady Umara.– Observa Mem.— Tienes razón. Hace demasiada calor para sostener está conversación aquí dentro…¡Salgamos al jardín!– chilla Burya y se lleva a Zai tomándola de la mano.Sarab niega con la cabeza y pone los ojos en blanco.— Que llena de energía está la rusa ho
—¡Oh, son divinas!- exclamó Burya. —Sí, como no...- masculló Sarab, haciendo una mueca de desprecio. —Ay, egipcia, no hay manera de complacerte. Nunca te gusta nada de lo que nos traen.- protestó Zai. —Es porque son basura, lo que sobra. Saben tan bien como yo, que Cassandra siempre elige las mejores telas para sí. En el pabellón de las Lunas reinaba el jolgorio. Las doncellas de la corte habían traído telas multicolores para que las chicas escogieran entre ellas las que utilizarían en la confección de sus respectivos vestidos. —Es una pena que nuestro amado no nos obsequie con joyas.- comentó Burya en lo que seleccionaba una cedas y tules en colores brillantes. —A decir verdad…prefiero que no lo haga a que nos coloque una tiara como la de Cassandra o una tobillera como la de Sarab. —¿Por qué?- preguntó Umara intrigada. —Pues porque…- comenzó Mem. Zai sufrió un ataque repentino de tos y su hermana acudió a darle unos golpecitos en la espalda. —¿Estas bien hermana?- susurró Me