MassimoEl médico asintió, como si hubiera esperado esto, en su rostro pude ver que las cosas no estaban del todo bien.—Es posible que haya algún daño neurológico. Necesitaremos hacer más pruebas, comenzar la terapia física de inmediato. Pero Massimo, quiero que entiendas…Pero yo ya no estaba escuchando. Sus palabras resonaban en mi mente como el tañido de una campana fúnebre. Daño neurológico, esa era la razón por la cual no podía mover las piernas.Una ola de desesperación me inundó, tan intensa que amenazó con ahogarme. ¿Qué clase de vida era esta? ¿Qué clase de futuro podía ofrecer a Emilie y a nuestro hijo estando... roto?Mi cerebro se negaba a aceptar lo que él médico decía, traté de mover las piernas, de sentir aunque sea un poco, buscaba una sensación en ellas, la más mínima, pero no pude sentirla.Miré a Emilie, vi la preocupación y el amor en sus ojos. Ella estaba aquí, a mi lado, como siempre lo había estado. Pero yo sabía... sabía que no podía atarla a esta vida. No pod
MassimoEl sonido de las ruedas contra el mármol era ensordecedor en el silencio de la mañana. Entré en el edificio del corporativo, mi silla de ruedas avanzaba con cada empuje y el esfuerzo de mis brazos.Los empleados se apartaban a mi paso, sus ojos estaban llenos de una mezcla de miedo y lástima. Podía escuchar los susurros y las miradas furtivas, el gran Massimo Mancini estaba reducido a una sombra de sí mismo.Pero no dejaría que su lástima me hiciera daño, no dejaría que su compasión se convirtiera en mi prisión.Llegué a la sala de juntas, mi asistente abrió la puerta para mí. Todos ya estaban allí, sus conversaciones se detuvieron abruptamente cuando entré.—Buenos días —dije, mi voz fría era como el acero— Espero que todos hayan venido preparados.El silencio que siguió fue ensordecedor, finalmente, uno de los socios habló.—Massimo, tal vez deberíamos posponer esta reunión, has pasado por mucho, quizás necesitas más tiempo para…—¿Para qué? —lo interrumpí bruscamente— ¿Pa
MassimoMiraba la pantalla del televisor, los titulares se burlaban de mí con su crueldad."La gran Emilie se cae en la pasarela", "De reina a hazmerreír: La caída de Emilie", "¿Se acabó la suerte de Emilie?"Cada palabra era como una puñalada en mi corazón. Emilie, mi dulce Emilie, expuesta a tal humillación, a tal crueldad.Miré las fotos, su rostro que demostraba que estaba en shock y vergüenza mientras yacía en la pasarela, podía ver las lágrimas en sus ojos, la angustia en su rostro.Y yo estaba aquí, atrapado en esta maldita silla, incapaz de hacer nada para ayudarla.Lancé el control remoto del televisor a través de la habitación, un grito de frustración y rabia escapó de mis labios.¿De qué servía todo mi dinero, todo mi poder, si no podía proteger a la mujer que amaba?Pensé en volver a ella, en ir a su lado y enfrentar a los buitres de los medios juntos, pero luego miré mis piernas, inmóviles e inútiles.¿Qué bien le haría? ¿Cómo podría apoyarla cuando yo mismo era un lisiad
FrancoEstaba caminando de regreso con el carbón cuando escuché las voces alzadas. Me detuve, escuchando con creciente incredulidad y rabia las palabras venenosas que salían de la boca de mi esposa.¿Cómo se atrevía a hablarle así a Emilie? ¿A insinuar esas cosas horribles?Dejé caer el carbón y me apresuré a ir hacia ellas, llegando justo a tiempo para escuchar a María escupir:—Mientras que tú... tú eres sólo la zorra que no pudo mantener a su hombre, la zorra que tuvo que venir arrastrándose a casa porque nadie más la quiere.Vi a Emilie tambalearse como si hubiera recibido un golpe físico, las lágrimas corrían por su rostro, mi corazón se rompió por ella, por todo lo que había soportado.—¡María! —rugí, haciéndola saltar— ¿Cómo te atreves a hablarle a Emilie de esa manera?María me miró, sus ojos muy abiertos con fingida inocencia, me enfurecí de inmediato, no sé qué es lo que pasaba por su mente que era tan atrevida.—Franco, cariño, yo solo estaba… —Sé exactamente lo que estaba
EmilieLa isla se había convertido en un refugio, un lugar donde podía encontrar paz en medio de la tormenta que era mi vida. Las cosas con María habían mejorado notablemente, una amistad floreciendo donde antes sólo había habido hostilidad.Estábamos sentadas en la terraza, disfrutando del cálido sol de la tarde mientras veíamos a Luca jugar en el jardín. Su risa, tan pura e inocente, era un bálsamo para mi alma herida.Fue entonces cuando mi teléfono sonó, el nombre de mi jefe apareció en la pantalla. Fruncí el ceño, una sensación de aprensión se apoderó de mí, ¿Por qué estaría llamando? ¿Había pasado algo?—¿Hola? —respondí, tratando de mantener mi voz firme.—Emilie —la voz de Luca sonaba tensa, casi asustada— tengo noticias sobre Massimo.Sentí mi corazón detenerse, mi sangre se convirtió en hielo en mis venas por un instante, Massimo, ¿Qué podría haber pasado?—¿Qué pasa con él? —pregunté, mi voz apenas un susurro— ¿Está... está bien? —pregunté temiendo su respuesta.Luca susp
EmilieSentí que el mundo comenzaba a dar vueltas a mi alrededor, los sonidos se volvieron amortiguados, mi visión se oscureció, era como si estuviera cayendo en un pozo sin fondo.Con un gemido, sentí mi cuerpo desvanecerse, colapsando bajo el peso insoportable de la conmoción y el agotamiento.—¡Emilie! —Escuché la voz de Massimo llena de miedo, desesperado por consolarme, pero atrapado en su propia prisión corporal.Me desperté momentos después con una enfermera a mi lado, ofreciéndome agua y palabras tranquilizadoras.—Despacio, querida —dijo la enfermera, su voz era suave como una caricia, has pasado por mucho, bebe esto, te ayudará a recuperar las fuerzas.Tomé el agua con gratitud, sintiendo el frío líquido aliviando la sequedad de mi garganta, era como un bálsamo para mi alma herida. Poco a poco, la habitación dejó de girar y pude sentarme, mi mirada inmediatamente buscó a Massimo, necesitaba ver sus ojos, perderme en ellos y saber que todo estaría bien.El médico entró apres
Parecía ser una noche como cualquier otra, me encontraba bailando al centro de la pista del club nocturno, los reflejos de luces neón iluminaban mi figura, un mar de hombres me observaba mientras un intenso deseo se reflejaba en sus rostros. Seguí moviéndome, deseando que no notaran el gran esfuerzo que estaba haciendo por moverme al ritmo de la sensual música, ese día mis movimientos eran torpes. Intentaba contener mis nervios, mi cuerpo parecía resistirse a mis órdenes, luchaba contra la urgencia de escapar, moví mi cadera al ritmo de la música. La escasa ropa que portaba, me hacía sentir expuesta, insegura ante todas aquellas miradas lascivas, afortunadamente los guardias en el escenario evitaban que los hombres se acercaran. Al club asistían hombres de clase alta, pero eso no impedía que alguno de ellos me gritara improperios, pretendiendo disfrazarlos de piropos, era como si en cada movimiento de mi cuerpo alentara lo peor de ellos. Cuando la música finalmente se detuvo, me d
El lujo y la elegancia del lugar me abrumaron al entrar, la mirada curiosa de algunas personas que se encontraban en el lobby me acompañaron durante el camino hacia el elevador. Mientras me dirigía a una suite, mi mente estaba llena de pensamientos sobre cómo podría obtener el dinero necesario para el trasplante, las buenas noticias que me había dado el médico invadían mi mente. Finalmente, llegué a la puerta indicada, después de un momento de duda, toqué el timbre, la puerta se abrió, y allí estaba Massimo, el mismo hombre que me había ofrecido dinero aquella noche en el club. Su presencia imponente llenó la habitación, y me encontré atrapada en su mirada penetrante, su presencia era imponente- Aunque su expresión permanecía fría y seria, los ojos de Massimo brillaban con una intensidad que revelaba su deseo incontrolable, su presencia ejercía un magnetismo innegable sobre mí, como una cadena invisible que me atraía hacia él. —Al fin has llegado —resonó la voz ronca de Massimo, s