EmilieLa operación de Luca fue un éxito, poco después de terminar la cirugía, lo trasladaron a una habitación, horas después, cuando vi a mi pequeño abrir sus ojos, sentí como si un peso enorme se hubiera levantado de mis hombros. Su rostro, aunque aún pálido, tenía brillo.—Mami —susurró, su voz débil pero llena de amor.—Aquí estoy, mi amor —dije, las lágrimas corriendo por mis mejillas mientras acariciaba su rostro— Mami está aquí.Me senté a su lado, sosteniendo su pequeña mano en la mía. A pesar de todo por lo que había pasado, a pesar del miedo y la incertidumbre, él seguía siendo mi rayo de luz, mi razón para seguir adelante.Justo entonces, el doctor entró con una expresión sombría. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Conocía esa mirada. Era la mirada que alguien tenía cuando las noticias no eran buenas.—Señorita Emilie, necesito hablar con usted —el tono de su voz era serio.Me levanté de la silla, besando suavemente la frente de Luca. —Volveré pronto, cariño. Trata d
EmilieMientras mi hijo se fortalecía, Massimo permanecía sumido en un profundo coma. Los médicos no me daban muchas esperanzas, pero yo me negaba a rendirme. Él había salvado la vida de mi hijo, y ahora era mi turno de luchar por él.Tomé la decisión de trasladarlo a mi casa, donde había preparado una habitación especialmente para él. Quería que estuviera rodeado de amor y cuidado, incluso si no podía percibirlo. Quería que Luca pudiera ver a su padre todos los días, aunque fuera en ese estado.El día que Massimo llegó a casa, mi pequeño hijo colocó su peluche favorito al lado de la cama de su padre, él no entendía quién era ese hombre, pero sin duda sentía el llamado de la sangre.—Tu papi es fuerte, mi amor —le dije, abrazándolo— Está luchando para volver con nosotros. Sólo tenemos que tener fe y darle mucho amor.Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. La condición de Massimo no cambiaba, pero yo me aferraba a cada pequeño signo, a cada mínimo movimiento.Los
MassimoEstaba atrapado. Atrapado dentro de mi propio cuerpo, incapaz de moverme, de hablar, de abrir los ojos. Pero podía oír. Podía sentir. Y lo que oía y sentía me estaba destrozando por dentro.Escuché a Emilie discutir con ese hombre, Luca, sobre mi destino. Él quería enviarme lejos, sacarme de la vida de Emilie y de nuestro hijo. Y una parte de mí no podía culparlo. Después de todo el daño que había causado, después de todo el sufrimiento que había infligido, quizás merecía ser abandonado.Pero entonces, Luca dijo esas palabras. Esas palabras que me helaron el corazón y encendieron un fuego de celos y rabia en mi interior.—Yo podría darte eso, Emilie. Podría amarte como mereces ser amada. A ti y a Luca. Podríamos ser una familia...Luca. El nombre de mi hijo. El nombre que Emilie había elegido. ¿Fue por él? ¿Fue por este hombre que había estado a su lado mientras yo me perdía en mi propia oscuridad?El pensamiento era como ácido, corroyendo mi ya destrozado corazón. Imaginé a
MassimoEl médico asintió, como si hubiera esperado esto, en su rostro pude ver que las cosas no estaban del todo bien.—Es posible que haya algún daño neurológico. Necesitaremos hacer más pruebas, comenzar la terapia física de inmediato. Pero Massimo, quiero que entiendas…Pero yo ya no estaba escuchando. Sus palabras resonaban en mi mente como el tañido de una campana fúnebre. Daño neurológico, esa era la razón por la cual no podía mover las piernas.Una ola de desesperación me inundó, tan intensa que amenazó con ahogarme. ¿Qué clase de vida era esta? ¿Qué clase de futuro podía ofrecer a Emilie y a nuestro hijo estando... roto?Mi cerebro se negaba a aceptar lo que él médico decía, traté de mover las piernas, de sentir aunque sea un poco, buscaba una sensación en ellas, la más mínima, pero no pude sentirla.Miré a Emilie, vi la preocupación y el amor en sus ojos. Ella estaba aquí, a mi lado, como siempre lo había estado. Pero yo sabía... sabía que no podía atarla a esta vida. No pod
MassimoEl sonido de las ruedas contra el mármol era ensordecedor en el silencio de la mañana. Entré en el edificio del corporativo, mi silla de ruedas avanzaba con cada empuje y el esfuerzo de mis brazos.Los empleados se apartaban a mi paso, sus ojos estaban llenos de una mezcla de miedo y lástima. Podía escuchar los susurros y las miradas furtivas, el gran Massimo Mancini estaba reducido a una sombra de sí mismo.Pero no dejaría que su lástima me hiciera daño, no dejaría que su compasión se convirtiera en mi prisión.Llegué a la sala de juntas, mi asistente abrió la puerta para mí. Todos ya estaban allí, sus conversaciones se detuvieron abruptamente cuando entré.—Buenos días —dije, mi voz fría era como el acero— Espero que todos hayan venido preparados.El silencio que siguió fue ensordecedor, finalmente, uno de los socios habló.—Massimo, tal vez deberíamos posponer esta reunión, has pasado por mucho, quizás necesitas más tiempo para…—¿Para qué? —lo interrumpí bruscamente— ¿Pa
MassimoMiraba la pantalla del televisor, los titulares se burlaban de mí con su crueldad."La gran Emilie se cae en la pasarela", "De reina a hazmerreír: La caída de Emilie", "¿Se acabó la suerte de Emilie?"Cada palabra era como una puñalada en mi corazón. Emilie, mi dulce Emilie, expuesta a tal humillación, a tal crueldad.Miré las fotos, su rostro que demostraba que estaba en shock y vergüenza mientras yacía en la pasarela, podía ver las lágrimas en sus ojos, la angustia en su rostro.Y yo estaba aquí, atrapado en esta maldita silla, incapaz de hacer nada para ayudarla.Lancé el control remoto del televisor a través de la habitación, un grito de frustración y rabia escapó de mis labios.¿De qué servía todo mi dinero, todo mi poder, si no podía proteger a la mujer que amaba?Pensé en volver a ella, en ir a su lado y enfrentar a los buitres de los medios juntos, pero luego miré mis piernas, inmóviles e inútiles.¿Qué bien le haría? ¿Cómo podría apoyarla cuando yo mismo era un lisiad
FrancoEstaba caminando de regreso con el carbón cuando escuché las voces alzadas. Me detuve, escuchando con creciente incredulidad y rabia las palabras venenosas que salían de la boca de mi esposa.¿Cómo se atrevía a hablarle así a Emilie? ¿A insinuar esas cosas horribles?Dejé caer el carbón y me apresuré a ir hacia ellas, llegando justo a tiempo para escuchar a María escupir:—Mientras que tú... tú eres sólo la zorra que no pudo mantener a su hombre, la zorra que tuvo que venir arrastrándose a casa porque nadie más la quiere.Vi a Emilie tambalearse como si hubiera recibido un golpe físico, las lágrimas corrían por su rostro, mi corazón se rompió por ella, por todo lo que había soportado.—¡María! —rugí, haciéndola saltar— ¿Cómo te atreves a hablarle a Emilie de esa manera?María me miró, sus ojos muy abiertos con fingida inocencia, me enfurecí de inmediato, no sé qué es lo que pasaba por su mente que era tan atrevida.—Franco, cariño, yo solo estaba… —Sé exactamente lo que estaba
EmilieLa isla se había convertido en un refugio, un lugar donde podía encontrar paz en medio de la tormenta que era mi vida. Las cosas con María habían mejorado notablemente, una amistad floreciendo donde antes sólo había habido hostilidad.Estábamos sentadas en la terraza, disfrutando del cálido sol de la tarde mientras veíamos a Luca jugar en el jardín. Su risa, tan pura e inocente, era un bálsamo para mi alma herida.Fue entonces cuando mi teléfono sonó, el nombre de mi jefe apareció en la pantalla. Fruncí el ceño, una sensación de aprensión se apoderó de mí, ¿Por qué estaría llamando? ¿Había pasado algo?—¿Hola? —respondí, tratando de mantener mi voz firme.—Emilie —la voz de Luca sonaba tensa, casi asustada— tengo noticias sobre Massimo.Sentí mi corazón detenerse, mi sangre se convirtió en hielo en mis venas por un instante, Massimo, ¿Qué podría haber pasado?—¿Qué pasa con él? —pregunté, mi voz apenas un susurro— ¿Está... está bien? —pregunté temiendo su respuesta.Luca susp