58. Te prohibo morir

Bella

Grité y luego caí sobre mis rodillas.

—¡Gia! —Chillé tan alto que creí que se me desgarraría la garganta.

Quise correr hasta ella, fue mi intención, pero Sandro lo impidió rodeándome por la cintura y estampándome de vuelta contra la pared.

No importó que forcejeara, ni siquiera que sollozara de un modo que abordaba el peor de los dolores. Una artimaña como aquella no tenía compasión por nada ni por nadie.

Se alimentaba del sufrimiento ajeno. Por eso disfrutó que la intención de aquel disparo cumpliese su objetivo.

Gia se desplomó en el piso al tiempo que Enzo evitaba su cabeza se golpeara contra el pavimento. Un instante más tarde, llegó mi hermano a la escena. Su impresión fue tan grande, que al principio dudó, luego se lanzó a por ella y la cargó en peso como si pesase menos que una pluma.

Me paralicé, sus ojos todavía no se cerraban, pero la sangre no dejaba de salir de su cuerpo. Todo de mi hermano estaba manchado de ella…

Se la llevaban y yo quería ir con ella.

Mordí el bra
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