GiaEl reloj que colgaba en mi muñeca indicaba que faltaba un cuarto de hora para las cuatro de la madrugada. El frio se mecía tétrico en los pasillos y el silencio si quiera confortaba.Con las emociones atolondradas y un café caliente en la mano, entré a la pequeña sala de cámaras de seguridad y coloqué la taza sobre el escritorio. Carlo reparó en cada uno de mis movimientos y me invitó en silencio a que me acercara.Cuando lo hice, su mano rodeó mi cintura y me instó a sentarme sobre una de sus piernas. Dejó un beso sobre mi hombro descubierto y luego subió la manga de mi jersey para que me acobijara.—Te he traído café, por si no lo has notado —dije en un pequeño susurro contra su sien—. Tiene una cucharada y media de azúcar y está delicioso.—Si lo has preparado tú, por supuesto que lo está —sonrió, y a mi el corazón se me redujo a la forma en como el suyo latía contra mi brazo.Cogió la taza y dio un pequeño sorbo antes de suspirar con una mueca de mofa y fascinación.—En el pun
BellaEl pasillo de aquella improvisada sala de emergencias se llenó de un angustiante silencio que no tardó en convertirse en una reacción acelerada de mi parte.Di un paso al frente al mismo tiempo que todos me miraban conmocionados y expectantes.Cuando el doctor se quitó el gorro que completaba su uniforme y nosotros le rodeamos casi como buitres, explicó que en la operación por extraer la bala Sebastian había perdido mucha sangre y las reservas eran escasas.Necesitaba una transfusión inmediata o…Me recorrió un escalofrío, si quiera podía imaginar si llegaba a perderle.—Yo soy compatible con su grupo sanguíneo —dije, y el médico paso de mi hermano mayor hasta mi con un gesto de ligera preocupación.—Si, pero usted también ha perdido sangre y…—Le he dicho que soy compatible y eso debería bastar —murmuré bajito, y no me atreví a soportar el contacto de Mauro cuando intentó rodearme de la cintura.—Bella… —entendía perfectamente su preocupación, pero la vida de Sebastian dependía
BellaExhalé despacio y me preparé mentalmente para mirarlo porque de repente me escoció el miedo de creer que podría tratarse de un vago espejismo. Que su voz solo se había escuchado en mi imaginación y que su caricia era meramente una reacción de mi cuerpo por la necesidad de sentirlo.Pero no, allí estaba él. Y lo primero que vi fue como el azul de sus ojos brillaba más que antes, como si hubiesen estado apagados todo este tiempo para recobrar su intensidad y detener el tiempo.Con el aliento entrecortado y el corazón paralizado, levanté temblorosamente una mano y la llevé hasta su mejilla. El buscó aferrarse más a ese contacto ladeando la cabeza y yo jadeé por el calor que sentí extendiéndose a través de mis dedos.¡Era real!Tan real como las ganas que tuve de gritar en ese momento. Pero no lo hice por siquiera podía encontrar la forma de correcta de respirar.—No me dejaste… —sollocé y no pude evitar aferrarme con delicada desesperación y desear fundirme en su piel.Ser uno mism
BellaRigo compartió el silencio conmigo y también aquella necesaria bocanada de aliento cuando salimos al exterior y la brisa azotó nuestra cara. Acompañada además por una sextena de hombres custodiando la zona, me senté en una piedra y oteé la expresión de tranquilidad del hombre que había cuidado de mi durante las últimas semanas.Con el pulso ligeramente controlado, tragué saliva y me escondí un mechón de cabello detrás de la oreja antes de hablar.—¿Alguna vez… te has sentido como que la tristeza ya es parte de tu organismo? —pregunté bajito, y luego miré la punta de mis zapatos de correr— me refiero…—Se a lo que te refieres —respondió él, tranquilo. Le miré arrancar de reojo un pedazo de rama seca y comenzar a deshilacharla—. Tienes permitido estar triste, ¿sabes? Tienes permitido llorar, gritar incluso. Puedo ofrecerte mi pecho para que lo golpees si sientes que es necesario, es duro como una roca, pero no guardes ese sentimiento porque… —hizo una pausa y respiró hondo, como s
BellaSebastian ahuecó mis mejillas entre sus manos y me obligó a mirarle. Serio, pero también relajado, comenzó a deslizar un caminito de besos por cada rincón de mi cara.—Lamento haberte asustado de este modo, ¿sí? —su nariz rozó la mía— pero no quiero que te enfades nunca más conmigo.—No estoy enfadada contigo —admití, porque en parte era cierto—, solo me preocupo por ti.—No tienes por qué hacerlo.—Por supuesto que si —le miré a los ojos y me perdí en ellos por un nanosegundo— eres mi familia, eres mi todo… eres mi única e irremediable decisión.Al hacer un movimiento con la mano para acariciarle el pecho, cometí el error de rozarle la herida y él se quejó con un gemido leve.—¿Estás bien?Sonrió para restarle importancia y me escondió un mechón de cabello detrás de la oreja.—¿Si entiendes que cuando se trata de ti nada podría ir mal? —musitó trémulo, y de repente, sentí el rumor de sus latidos contra mi pecho.Y aunque eso era un gesto meramente automático de su cuerpo, no le
BellaEl agua cayó sobre mi espalda mientras trataba desesperadamente de recobrar el aliento. Vertí un poco de champú en mi mano y cerré los ojos imaginando que era él quien hundía las yemas de sus dedos en mi cuero cabelludo y respiraba contra mi nuca.Hace menos de una hora habíamos hecho el amor como si no hubiese un mañana; como si hubiésemos sido advertidos del declive del mundo y no tendríamos otra oportunidad para entregarnos con ese repentino desenfreno. O simplemente nos amábamos con locura y esa era una de las tantas formas que teníamos de recordárnoslo.seguí imaginando…Sus manos arrastrándose a través de mi piel como si fuesen parte de ella. Tocando lugares que solo respondían sensibles bajo su caricia.—Parece que alguien no ha tenido suficiente… —la voz de Sebastian no solo me provocó un respingo, sino que hacia menos de un minuto le había dejado tendido sobre la cama y ahora allí estaba allí, mirándome como si él tampoco hubiese tenido suficiente.—Parece que alguien m
BellaVi los rostros de las personas que más amaba en la vida.Vi la muestra de amor más grande. La lealtad y el compañerismo a partes iguales en cada uno de ellos. También vi a Sebastian, «mi Sebastian…» el mar inmenso en sus ojos.Quizás si me hubiese aferrado a su mirada un poco más, no sentiría tan de cerca la pérdida desbastadora. Quizás, solo quizás… nada de esto habría sucedido, pero estaba ridículamente equivocada……Y fue justo allí cuando lo supe.Habría dado mi vida entera por ahorrarles todo esto. habría vendido mi alma al diablo por regalarles un segundo más de tiempo y huir… o lo que sea que los mantuviese y lejos de un mundo en el que la mafia no era tan desastrosa y cruel.Pero ellos también eran la mafia y supe que nunca me dejarían, que, si el uno caía, el otro también.Por eso, cuando la explosión lo abordó todo, nos prometidos la eternidad en silencio.Sus cuerpos chocaron los unos contra los otros por culpa de aquella maldita onda expansiva. Cayeron al suelo. Se es
Sebastian—¡Pasillo del ala este despejado! — había dicho Greco a través del dispositivo auricular, quien nos abría el camino con Enzo y dos más de su equipo.Detrás de nosotros, lo cerraba Gregorio y tres de nuestros hombres. Los demás estaban replegados por la zona y otro grupo ya había sido advertido para que preparasen la pasarela de despegue en caso de ser nuestro último recurso. Allí también había sido enviado el equipo médico que consiguió sobrevivir tras la explosión de la granada.Según informes, se estimaban más de treinta de ellos dispersados en distintos puntos entre Fonte Nuova y Roma, por ende, si necesitaban reafirmar sus refuerzos, no dudarían en llegar a nosotros en menos de lo que pudiera cantar un gallo y entonces allí estaríamos realmente acabados.La opción más viable que teníamos ahora era abandonar. Y aunque Mauro estuvo de acuerdo conmigo gracias a aquella mirada que compartimos, los dos conocíamos de sobra a Carlo y esa idea le estaba tocando los cojones.—¡Te