BellaSebastian ahuecó mis mejillas entre sus manos y me obligó a mirarle. Serio, pero también relajado, comenzó a deslizar un caminito de besos por cada rincón de mi cara.—Lamento haberte asustado de este modo, ¿sí? —su nariz rozó la mía— pero no quiero que te enfades nunca más conmigo.—No estoy enfadada contigo —admití, porque en parte era cierto—, solo me preocupo por ti.—No tienes por qué hacerlo.—Por supuesto que si —le miré a los ojos y me perdí en ellos por un nanosegundo— eres mi familia, eres mi todo… eres mi única e irremediable decisión.Al hacer un movimiento con la mano para acariciarle el pecho, cometí el error de rozarle la herida y él se quejó con un gemido leve.—¿Estás bien?Sonrió para restarle importancia y me escondió un mechón de cabello detrás de la oreja.—¿Si entiendes que cuando se trata de ti nada podría ir mal? —musitó trémulo, y de repente, sentí el rumor de sus latidos contra mi pecho.Y aunque eso era un gesto meramente automático de su cuerpo, no le
BellaEl agua cayó sobre mi espalda mientras trataba desesperadamente de recobrar el aliento. Vertí un poco de champú en mi mano y cerré los ojos imaginando que era él quien hundía las yemas de sus dedos en mi cuero cabelludo y respiraba contra mi nuca.Hace menos de una hora habíamos hecho el amor como si no hubiese un mañana; como si hubiésemos sido advertidos del declive del mundo y no tendríamos otra oportunidad para entregarnos con ese repentino desenfreno. O simplemente nos amábamos con locura y esa era una de las tantas formas que teníamos de recordárnoslo.seguí imaginando…Sus manos arrastrándose a través de mi piel como si fuesen parte de ella. Tocando lugares que solo respondían sensibles bajo su caricia.—Parece que alguien no ha tenido suficiente… —la voz de Sebastian no solo me provocó un respingo, sino que hacia menos de un minuto le había dejado tendido sobre la cama y ahora allí estaba allí, mirándome como si él tampoco hubiese tenido suficiente.—Parece que alguien m
BellaVi los rostros de las personas que más amaba en la vida.Vi la muestra de amor más grande. La lealtad y el compañerismo a partes iguales en cada uno de ellos. También vi a Sebastian, «mi Sebastian…» el mar inmenso en sus ojos.Quizás si me hubiese aferrado a su mirada un poco más, no sentiría tan de cerca la pérdida desbastadora. Quizás, solo quizás… nada de esto habría sucedido, pero estaba ridículamente equivocada……Y fue justo allí cuando lo supe.Habría dado mi vida entera por ahorrarles todo esto. habría vendido mi alma al diablo por regalarles un segundo más de tiempo y huir… o lo que sea que los mantuviese y lejos de un mundo en el que la mafia no era tan desastrosa y cruel.Pero ellos también eran la mafia y supe que nunca me dejarían, que, si el uno caía, el otro también.Por eso, cuando la explosión lo abordó todo, nos prometidos la eternidad en silencio.Sus cuerpos chocaron los unos contra los otros por culpa de aquella maldita onda expansiva. Cayeron al suelo. Se es
Sebastian—¡Pasillo del ala este despejado! — había dicho Greco a través del dispositivo auricular, quien nos abría el camino con Enzo y dos más de su equipo.Detrás de nosotros, lo cerraba Gregorio y tres de nuestros hombres. Los demás estaban replegados por la zona y otro grupo ya había sido advertido para que preparasen la pasarela de despegue en caso de ser nuestro último recurso. Allí también había sido enviado el equipo médico que consiguió sobrevivir tras la explosión de la granada.Según informes, se estimaban más de treinta de ellos dispersados en distintos puntos entre Fonte Nuova y Roma, por ende, si necesitaban reafirmar sus refuerzos, no dudarían en llegar a nosotros en menos de lo que pudiera cantar un gallo y entonces allí estaríamos realmente acabados.La opción más viable que teníamos ahora era abandonar. Y aunque Mauro estuvo de acuerdo conmigo gracias a aquella mirada que compartimos, los dos conocíamos de sobra a Carlo y esa idea le estaba tocando los cojones.—¡Te
SebastianMe obligué a mi mismo a no perder el control ni demostrar emociones que no solo pusieran en riesgo la vida de mi madre y la mujer que amaba, sino la de toda mi gente sometida contra el piso y un Gregorio muy dispuesto a perder la vida en caso de dar la orden de intervención.Me entumecí bajo la caricia que me transmitió Isabella con la yema de sus dedos. Nos miramos por un segundo, y aunque ese hecho consiguió desequilibrarme, todo de mi se preparó para escuchar la propuesta del Vitale.Tragué saliva y le cacé de súbito…—Es una mujer fuerte y resistente, aunque fácil de persuadir — confesó sabiéndose en completo dominio de la situación—. ¿Preocuparse por la labor de parto de una de sus empleadas y volver sola al país sabiendo el riesgo que corría? ¡es una verdadera dama tu madrecita, Sebastian!Erguí mi postura y mantuve el ritmo de mi respiración.—¿Qué quieres? —pregunté impertérrito—Lo sabes bien —torció el gesto mientras desviaba diabólicamente la mirada hasta Isabella
Bella Torcí el gesto y Sandro me miró ajeno a lo que sucedería Los faroles de la caravana de autos no solo lograron captar la atención de mi gente, sino de la suya también. —¡Señor, trajeron refuerzos! —gritó uno de los suyos apuntando para todo lado y sin saber cuántos podrían ser los contrincantes, pero evidentemente eran muchos. Sonreí, guiñé un ojo a Guadalupe antes de que se hiciera de la muñeca de Sandro con los dientes y le mordiera hasta que la liberase. Lo consiguió, y corrió en mi dirección sabiendo que yo la acogería entre mis brazos. El muy cobarde estuvo a punto de apuntarnos con la pistola y disparar a traición cuando las llantas de uno de los autos se desparramaron sobre la explanada y se llevaron a unos cuantos de sus hombres por delante. Donato inició con un disparo desde su posición y nos regaló un segundo más de tiempo para ponernos a salvo detrás las furgonetas. Sandro Vitale también lo había hecho y ahora disparaba a todo lo que se moviese mientras trababa
Carlo—Tú y Analía son hijos de la misma madre… —confesó, y tanto ella como yo nos miramos aturdidos—. Fuiste producto de una aventura que tuvo Hortensia antes de casarse. Nuestra madre, en posición de evitarle un escándalo tan bochornoso como ese, viajó nueve meses a Francia y regresó con un bebé en brazos que registró como un hijo del matrimonio Ferragni. Nuestro padre lo consintió esperando cobrar el favor en un futuro.Las piernas me flaquearon al tiempo que negaba con la cabeza. No podía respirar, si quiera moverme. No podía hacer otra maldita cosa que no fuese pensar en como carajos yo no era un Ferragni.«¡¡¡No era un hijo de la mafia… no era un digno heredero del apellido más poderoso de roma…!!!¡¿Quién demonios era yo entonces?!¡Un maldito usurpador de la mafia!»Gerónimo Ferragni se carcajeó. Una y otra vez. Gozó de mi sufrimiento y aplaudió repetidas veces. Disfrutó de mi maldita realidad como si yo hubiese significado nada en lo absoluto para esta familia… como si gritab
Carlo «Soy mafia. Soy ese lado de la humanidad que corrompe y daña… soy Carlo, heredero usurpador del apellido Ferragni» . . . —Puedes compartir conmigo esa carga, ¿lo sabes…verdad? La voz de Analía surgió de entre la espesura y me procuró una terrible culpa porque las últimas dos semanas yo siquiera me había atrevido a dirigirle la palabra o siquiera mirarla a los ojos. Nada de esto era su culpa y yo estaba actuando como un completo gilipollas porque no era capaz de aceptar mis propias emociones como el adulto que se suponía que era. Me hice a un lado de la piedra y le pedí en silencio que se sentara conmigo. Ella no dudó en hacerlo y me miró con absoluta fascinación y como si no creyese la realidad que nos envolvía. Lo supe porque yo también había estado sintiéndome del mismo modo durante los últimos días. —Me he comportado como un idiota contigo y merezco que me patees las pelotas si eso te reconforta —dije luego de un rato de haber compartido aquel amanecer en silencio. Ell