Elizabeth sacudió la cabeza, aturdida. Las palabras de Marcos eran como dagas: punzantes, letales. Su primer pensamiento fue si Xavier estaría involucrado en todo eso… sí lo sabía.—Ven, por aquí —dijo Marcos, conduciéndola por un pasillo más estrecho y silencioso que el resto.Al final del corredor, una puerta pequeña con un teclado numérico bloqueaba el paso. Marcos digitó una combinación, y la puerta se abrió con un leve clic metálico.—¿Qué es este lugar? —preguntó Elizabeth al entrar. Lo que vio la dejó paralizada: un grupo de personas permanecía en completo silencio, en marcado contraste con el bullicio de la sala de subastas principal.Marcos la guio hasta una esquina de la sala y la invitó a sentarse. Se inclinó hacia su oído y le susurró con voz baja.—Cada una de esas pinturas al óleo que ves ahí tiene un código oculto. Esos códigos representan órganos. Cada obra corresponde a la subasta secreta de un órgano humano diferente.—¿Qué…? —Elizabeth sintió que las manos le tembla
Las manos de Elizabeth temblaban. Los últimos días la tenían al borde, y la incertidumbre le carcomía el pecho.Con la mirada fija en la pantalla de su computador, había escrito el nombre de Marcos una y otra vez en el buscador, aferrándose a la esperanza de encontrar alguna pista. Y entonces, lo vio. Su nombre apareció en la página oficial de la comisaría principal de la ciudad.Pero al leer la noticia que lo acompañaba, el rostro se le desfiguró de terror. Según el informe, Marcos había muerto meses atrás durante una misión. Una operación peligrosa, enfrentándose a un clan mafioso. Él lideraba el equipo y la misión había fallado, dejando como resultado una decena de muertos, y él fue abatido por uno de los jefes de la organización criminal.No había una fotografía que confirmara su identidad, pero el nombre y los datos coincidían.Elizabeth siguió desplazándose por la página, buscando más. No encontró nada. Era como si realmente estuviera muerto.Se mordió el labio con fuerza y se
Elizabeth salió un poco antes del trabajo. Necesitaba conseguir la “sorpresa” que se había inventado para despistar a Helena, algo improvisado pero convincente. Caminó sin rumbo claro hasta que una joyería llamó su atención. En el escaparate, unas mancuernas de oro brillaban con elegancia. Eran perfectas, sobrias, costosas y lo suficientemente llamativas para convencer a cualquiera. Aun así, sentía que no era suficiente.Al salir de la tienda, se topó con una pequeña chocolatería que emanaba encanto. Recordó lo mucho que a Xavier le gustaba el chocolate, aunque solía privarse de él para mantener la figura. Sin dudarlo, compró una selección de los más finos y exquisitos. ¿Qué podía salir mal con una sorpresa así? Todo debía lucir perfecto, por si acaso la entrometida de Helena intentaba dejarla en evidencia.Treinta minutos después, regresó a casa con una elegante caja adornada con un lazo y una pequeña tarjeta que llevaba el nombre de Xavier. Al entrar, lo primero que vio fue a él sen
Xavier se vistió a toda prisa y apenas le rozó los labios con un beso. —Tengo que irme, cariño. Trataré de volver esta noche —dijo con una sonrisa suave, pero Elizabeth ya estaba contrariada.—¿A dónde vas? —preguntó con los brazos cruzados—. Vas a dar la lección, ¿verdad? —su voz se quebró un instante.Él solo asintió, restándole importancia. —Nos vemos, amor. No te preocupes por nada. Ya te dije que será algo pequeño —intentó besarla otra vez, pero Elizabeth giró el rostro, dejando que el beso cayera en su mejilla.Minutos después, Xavier estaba en una habitación de un hotel lujoso frente a la comisaría, acompañado de Marcell y Dante. Desde allí, vigilaban cada movimiento. Todo estaba listo. Lo que Elizabeth creía un simple ajuste de cuentas, en realidad, sería una explosión monumental.Xavier no despegaba la mirada de la ventana. Observaba a la gente desde lo alto, moverse como hormigas apresuradas entre la rutina. Los empleados iban y venían con prisa, con ese aire de falsa impo
En el centro del salón, Xavier alzó su copa y aclaró la garganta. El murmullo cesó al instante. No necesitaba alzar la voz para imponerse; su sola presencia bastaba. Todos lo respetaban. Era el rey de la mafia, y nadie osaba desafiarlo.Uno a uno, los presentes se acercaron, formando un círculo silencioso a su alrededor. Él esbozó una leve sonrisa, apenas un gesto.—Gracias, amigos, por acompañarme esta noche —dijo, con voz serena pero firme. Las cabezas se inclinaron en señal de respeto, y más de una sonrisa se dibujó en los rostros.—Gracias por la invitación, jefe —respondió uno, alzando su copa en su honor.Xavier asintió con satisfacción.—Hemos recorrido un largo camino —continuó, mientras su mirada recorría cada rostro—. Recuerdo los días en que apenas éramos un puñado de hombres con hambre de poder. Mírennos ahora… la organización más poderosa del país. Nuestro nombre retumba en cada rincón. Y todo esto, es gracias a ustedes.Un estallido de vítores llenó la sala. El orgullo q
Elizabeth no pudo apartar la mirada de Xavier. Su confesión la dejó paralizada, trastocando por completo todo lo que creía saber.Era difícil de asimilar que el hombre más despiadado e indolente que había conocido acabara de abrirle el corazón con tanta honestidad. Sus palabras, aunque inesperadas, eran sinceras. Su amor, increíblemente, parecía puro y real.Quiso responder, corresponder de alguna forma, pero le costaba encontrar las palabras. Él acarició su mejilla con ternura, y ella hizo lo mismo, tocando su rostro antes de besarlo. No hubo necesidad de hablar. En ese beso, ella le transmitió lo que sentía, aunque eso significara traicionarse a sí misma, a sus ideales, a todo lo que había defendido hasta entonces. Por un instante, dudó en seguir adelante con sus planes.—Te amo, Elizabeth —susurró Xavier sobre sus labios.Ella se separó, nerviosa. No pudo decir lo mismo. Prefirió desviar la atención.—Por cierto, Xavier… ¿esta fiesta no era para descubrir al traidor? —preguntó, esq
Xavier bajó el arma y le tendió la mano a Elizabeth. Ella, por instinto, se la tomó, y juntos salieron de la habitación, dejando atrás a Dante con el cuerpo inerte del traidor.Al percatarse de que Dante se inclinaba para levantar el cadáver, Elizabeth intentó girarse, pero Xavier la detuvo.—No mires atrás, Elizabeth. No veas cosas que podrían herirte —le dijo con firmeza.Ella no respondió. Era como si su alma se hubiese desvanecido. Atravesaron el pasillo en silencio, cruzaron el gran salón sin que Xavier pronunciara una sola palabra ni se despidiera de nadie. Solo caminaron hasta el auto, donde Marcell ya los esperaba.—¿Estás cansada? —preguntó Xavier al notar su silencio y la forma en que mantenía la mirada fija en la ventana.Elizabeth apenas lo miró con indiferencia antes de volver a clavar los ojos en el vidrio.No podía mirarlo a la cara. No después de haber presenciado una ejecución tan brutal.¿Y si ella tenía la culpa? ¿Y si por su causa aquel policía inocente había sido
Los días pasaron, y aunque Xavier se mostraba atento con ella, Elizabeth no lograba perdonarle que hubiera asesinado a un hombre frente a sus ojos. Cargaba con ese recuerdo como una herida abierta. Finalmente, decidida, se preparó para cumplir una cita con Marcos.Apretó un sobre contra su pecho, y con los ojos húmedos, caminó con paso firme hacia la cafetería donde él la esperaba. Sabía que todo debía terminar pronto.Al llegar y verlo sentado, se enfrentó a una imagen desoladora: Marcos estaba visiblemente afectado, con el rostro desencajado y una expresión de profundo pesar. Su aspecto hablaba por sí solo.—Hola, Marcos —dijo, tomando asiento frente a él.—¿Qué tal, Elizabeth? —respondió él sin emoción.—¿Estás bien?Él apenas negó con la cabeza.—No... claro que no me siento bien. Uno de mis mejores hombres murió en una misión.Elizabeth guardó silencio. Sabía perfectamente a quién se refería.—Lo siento —susurró.—Ha sido muy difícil todo esto. Ese hombre tenía una hija de apenas