La mujer que no volvió
La mujer que no volvió
Por: Nohemi
Capítulo 1
Mientras regresaba a la habitación, todavía aturdida, no podía sacarme de la cabeza a Andrew Merino acariciándole el vientre a Shaina Villena.

Así como tampoco me dejaba de acudir a la mente aquella vez que él se enteró de que yo estaba embarazada, y cómo se acercó con tanto cuidado para pegar la oreja a mi vientre. Los recuerdos se mezclaban sin parar, y se me arrugaba el corazón solo de pensarlo.

Yo sabía que a Andrew le encantaban los niños… y siempre pensé que también me quería a mí. Pero ahora solo sentía que su amor había sido una mentira más.

Las enfermeras me miraban con una mezcla de envidia y asombro.

—Es la primera vez que veo a un hombre hacer esto —comentó una de ellas—. Alquiló todo el departamento de ginecología y obstetricia solo para su esposa.

—Y además contrató doce enfermeras auxiliares para que la cuiden día y noche —agregó otra.

—No te imaginas cómo lloró cuando se enteró de que perdió al bebé. El pobre tipo estaba destrozado, pobrecito, esperando afuera del quirófano.

Si no hubiera visto con mis propios ojos aquella escena en el consultorio, podría haberme sentido feliz, pensando que me había casado con el hombre perfecto.

Pero, después de lo que vi, todo me parecía un mal chiste.

Justo cuando estaba por llegar a la habitación, una montaña de frutas voló desde adentro, estrellándose contra el piso: unas quedaron hechas puré, mientras otras rodaron por todos lados. ¡Un desastre total!

—¡No puedo creer que tenga tanta gente cuidándola y ni así pueden controlarla! ¿¡Para eso les pago?! ¡Inútiles! —gritó Andrew.

Era la segunda vez que lo veía perder la cabeza por mí.

La primera fue cuando me dio fiebre, y, aunque me llevó al hospital, ni el suero me bajaba la temperatura. Estaba tan desesperado que casi le pega a un médico. Hasta dijo que, si no me curaban, haría que todo el hospital lo pagara.

Lo vi caminar de un lado a otro como loco, con el traje manchado. ¡Él, que siempre había sido obsesivo con la limpieza!

Pero ahora… ni eso me importaba.

—Andrew, fui al baño —dije con la voz apagada.

Apenas me escuchó, se dio vuelta y corrió hacia mí, ayudándome a volver a la cama.

—Mali, ¿por qué te levantas sin avisar? ¡Casi me da algo del susto! Pensé que te había pasado algo grave...

—Estaba harta de estar acostada. Solo quería caminar un rato —contesté sin emoción, zafándome de su agarre.

Andrew ni notó mi distancia. Solo llamó a las enfermeras para que vinieran a ponerme el suero.

—Ya estoy bien. No quiero estar acostada más tiempo—repuse, seca, recordando esa conversación que había escuchado con el doctor. Todo en mí lo rechazaba.

Antes, él respetaba cada una de mis decisiones. Pero eso también había cambiado.

—No puede ser, el suero hará sentir mejor. Y, cuando estés bien, podemos tener un bebé.

Así que él sabía lo mucho que ese bebé significaba para mí…

De pronto le quité la mano de un golpe y le di una patada que lo hizo retroceder.

—¡Te dije que no quiero nada! ¡¿No me entiendes?! —grité.

Andrew casi pierde el equilibrio, y su cara, que antes mostraba cariño, se le endureció de golpe.

Me acosté y me tapé hasta la cabeza. Pensaba que, si no me ponían el suero, tal vez podía evitar todo esto. Pero no contaba con desmayarme y quedarme en negro.

Cuando abrí los ojos, habían pasado tres días.

Un vacío enorme me llenó el pecho, aunque en el fondo todavía quería creer que todo había sido una pesadilla.

Con miedo, me levanté la blusa, y la cicatriz roja y fresca en mi abdomen me dejó claro que todo era muy real. Como si me hubieran vaciado de sentimientos, me quedé mirando el techo, sin moverme.

En ese momento, Andrew entró en la habitación, y, al verme despierta, se acercó con cuidado y me tapó con la manta.

—Ese día te desmayaste. El doctor detectó un cáncer en el cuello uterino. Así que tuvieron que quitarte el útero para salvarte —me explicó, mostrándome los informes médicos.

Si no hubiera escuchado aquella conversación entre él y el médico, probablemente le habría creído todo.

Me pasé los dedos por la ropa, rozando los bordes de la cicatriz. Esa cirugía no solo me había quitado el útero… también se había llevado mis ganas de vivir. Y todo por la traición de Andrew…

El odio me quemaba por dentro.

Andrew me limpió las lágrimas con cuidado, mientras, intentando consolarme, decía:

—Mali, sé lo mucho que te gustan los niños. Pero tenemos toda una vida por delante. Cuando te mejores, podremos adoptar uno.
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