Capítulo 2
Sintiéndose triste, Julia salió del guardarropa, con las prendas de Andrés y lo oyó hablar por teléfono, con tono suave:

—No tengas miedo, pídele a Ana, la empleada, que te vigile, ahora voy para allá.

Julia se detuvo en seco.

—¿Con quién hablabas? —preguntó.

—Es alguien que no conoces —respondió Andrés, mirándola con frialdad.

Gracias a su sexto sentido, tan propio de las mujeres, Julia se sintió muy inquieta.

—¿Es una mujer? —lo interrogó.

—No tiene nada que ver contigo —repuso Andrés con impaciencia.

Acto seguido, le quitó el traje de la mano de Julia y se vistió para salir; algo impropio en él, ya que siempre dejaba que ella lo hiciera.

«¿Acaso es cierto que cuando un hombre se enamora de otra mujer, empieza a resistirse a su propia esposa?», se preguntó Julia.

Sentía que algo no andaba bien, por lo que, sintiendo un nudo en el estómago, siguió a Andrés hasta la puerta.

—No me encuentro bien, ¿podrías quedarte conmigo esta noche? —preguntó.

Andrés se volvió un momento, para mirarla.

—Dile a Luz, la empleada, que se ponga en contacto con el médico de la familia. No volveré pronto —dijo con indiferencia.

Acto seguido, Andrés se marchó sin mirar atrás.

Viendo cómo se alejaba, Julia se sintió desordenada. Andrés siempre había sido sumamente distante con ella; nunca le había mostrado ni un ápice de cariño.

De repente, las náuseas se apoderaron de Julia y se vio obligada a correr al baño para vomitar en el retrete toda la comida que había ingerido durante la cena. A continuación, sintió un fuerte dolor de estómago, que la hizo palidecer, y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para meterse en la cama, pero inmediatamente le sobrevino una segunda oleada de agudo dolor. Corrió de nuevo al baño y esta vez vomitó bilis verde.

No estaba embarazada, ¡se había intoxicado!

Sintiéndose sumamente débil, sacó el teléfono y llamó a la empleada.

—Luz, me duele el estómago, llévame al hospital —pidió.

Luz se apresuró a subir hasta la habitación y, al entrar, vio a Julia tirada en la alfombra empapada. Sin perder tiempo, contactó con el chófer y juntos la llevaron a urgencias.

Cuando llegaron al hospital, Luz ayudó a Julia a entrar en la sala de emergencias. El médico le administró un analgésico y luego le hizo una ecografía para ver si se trataba de una colecistitis aguda o de una gastritis. Después de que los analgésicos hicieran efecto, el dolor de estómago desapareció y Julia recuperó el ánimo.

Sin embargo, cuando Luz la llevó a la sala de ecografías, se encontró con una persona inesperada: Andrés.

—Señorita Gómez, ¡es el señor Martín! —dijo, alegremente.

Julia miró hacia el hombre guapo y trajeado que estaba de pie no muy lejos, y comprobó que, en efecto, era su marido.

Se sintió feliz de verlo allí, pero esa felicidad desapareció cuando, dispuesta a llamarlo, vio que una mujer salía de la sala de ultrasonidos, con un boletín en la mano y le dijo a Andrés:

—Andrés, el médico ha dicho que el bebé está bien.

—Eso está bien —repuso Andrés, con voz suave, visiblemente nervioso—. La próxima vez ten cuidado con lo que comes. Estás embarazada, no puedes comer muchos cangrejos.

—Lo sé. Ya no me atrevo a siquiera probarlos —respondió la mujer con una sonrisa amable.

Al ver aquello, Julia se quedó helada. Estaba muy furiosa.

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