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La garganta me duele. El viento me despeina, el aire frio se cuela en mis pulmones con la punzada de vértigo que se implanta en mi cóccix cada que me entra valor y miro hacia el vacío.

— ¿Por qué estoy aquí? —me pregunte a mí misma.

Un hombre se me acerca a ajustar el arnés, dudo si de verdad esto vale la pena y no encuentro razón lógica por la cual me encuentro en un puente a 40 metros de altura con mi vida a punto de colgar de un hilo.

—Porque lo prometiste y porque me amas —respondió Brayden.

El hombre de seguridad ríe mientras me ajusta la correa.

—Yo no prometí nada, no accedí a nada y mucho menos te amo —le borro la sonrisa de tarado—. Tocaste e

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