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La ceremonia de apareamiento

Las dos semanas previas a la ceremonia de apareamiento se me pasaron en un suspiro. El lunes cuando ya me había preparado para asistir a mis habituales clases de la semana, Vicenta me anunció que habían sido suspendidas por la inminencia de la celebración.Y en vez de verme rodeada de libros, música, e interesantes explicaciones sobre geografía, historia o matemáticas; me vi inmersa en una apabullante cantidad de pruebas de las que desconocía su existencia hasta que mi asistencia era requerida.

Durante la primera semana, nos dedicamos a escoger el menú, que tras muchas deliberaciones se compuso de un cóctel frío y caliente, que permitiría a los asistentes relacionarse entre si, y moverse con libertad. Supongo que tras esta decisión estaba mi tío, y su ambición por construir una relación comercial con las manadas vecinas, que tras la desaparición de mi padre habían roto sus lazos con nosotros.

Tras la elección de un menú variado; vino la selección de flores, para la cual tuve que visitar varios jardines, y oler cientos de ramos previamente preparados, al final, acordamos que mi ramo sería de rosas blancas, y la decoración de las celebraciones haría juego con mi ramo. Y por último, tuve que pasar incontables horas en las manos de Madame Chouffier, que ajustó mi vestido hasta el último día, y que acabó añadiendo hileras de perlas a la sencilla falda, pues según decía, una novia nunca lleva suficientes complementos.

Finalmente, el primer sábado de abril, me desperté con una mezcla de cansancio y terror. Cansancio por la frenética actividad de las últimas dos semanas, y aterrorizada por la perspectiva de compartir intimidad con un lobo desconocido.

Las mujeres de la manada me despertaron antes de que hubiera salido el sol, y estuvieron hasta el mediodía acicalándome. Primero me bañaron en agua perfumada, y me masajearon el cuello y los pies, lo cual me ayudó a relajarme profundamente, de hecho, casi vuelvo a dormirme mientras cumplían con su ritual. Después me maquillaron con una escandalosa paleta de colores grises brillantes, que resaltaba mis ojos en mi pálido rostro. Y al fin, tras varios minutos discutiendo, decidieron peinarme, entre todas elaboraron varias trenzas con mi cabello azabache, que luego colocaron en un ornamentado recogido que ascendía hasta la parte más alta de mi cabeza. El resultado general fue bueno, de hecho cuando me mostraron mi reflejo en el espejo, me vi más bella que nunca, y apenas si pude detectar los rasgos juveniles que me hacían aparentar menos años de los que verdaderamente tenía.

Una vez vestida, y calzada con unos preciosos zapatos de tacón alto, de color gris plata, las mujeres de la manada se prepararon rápidamente, ayudándose las unas a las otras, y a la hora convenida, me acompañaron hasta la parte trasera de la casa, que era el lugar en que estaba previsto que se realizara la celebración de la ceremonia de apareamiento.

Al llegar, me puse muy nerviosa por la cantidad de gente que se concentraba en el pequeño jardín decorado con flores blancas de papel hechas a mano por los cachorros de nuestra manada. Me fijé en las decenas de asientos que habían sido colocados en aquel jardín, y en como las primeras filas estaban ocupadas por personas a las que no conocía, por lo que supuse que serían los Alfas de las manadas vecinas, junto con sus Lunas, y sus Betas. Todos ellos lucían trajes de gala de buena calidad, y las mujeres llevaban maquillajes aún más vistosos que el mío.

A medida que los asientos se iban alejando del altar en el que prometería ser fiel a Aldo, las personas sentadas comenzaban a resultarme familiares, y pude reconocer a varios miembros de nuestra manada, que giraban sus rostros para contemplarme.

Y ya en el final, y como muestra de benevolencia del Alfa Mason, estaban los sirvientes de mayor rango de la casa. Todos ellos llevaban sus mejores ropas, y pude ver que se habían arreglado con esmero para el evento. Entre los presentes estaba Albert, vestido con un elegante traje negro,pero mirándome con cara sombría.

Mi tío apareció de la nada, y me tendió el brazo para acompañarme al altar, en el que ya estaba Aldo esperándome. Escuché como sonaba música, pero apenas si podía concentrarme en el momento, mi loba interior buscaba rincones por los que huir.

Al final recorrimos todo el pasillo, y mi tío me dejó en el centro, justo al lado de su hijo, que me contemplaba con una sonrisa radiante. Yo me coloqué, y dejé que los minutos transcurrieran, sintiéndome ausente, y dejando que mi vida cambiara delante de todos esos desconocidos que me observaban.

Después del sencillo intercambio de votos, Aldo me tendió una copa de burbujeante champán, y brindamos por nuestra futura felicidad con sonrisas forzadas.

Y tras ese momento, solo recuerdo la vorágine de acontecimientos de la tarde. El sabor dulzón de los postres de chocolate que portaban los camareros en sus bandejas, las felicitaciones de todos los Alfas de las manadas vecinas, las manos torpes de Aldo sujetándome mientras bailábamos por primera vez, los incesantes recuerdos de mi padre que los asistentes a la celebración decidieron compartir conmigo, y por último, el suave toque de la mano de Vicenta indicándome que era el momento de que me retirara para prepararme para el apareamiento.

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