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CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

HENRICO ZATTANNI

Apoyo su pie izquierdo en mi muslo y termine de atar los cordones, tal como hice con el zapato en su pie derecho. Siento sus ojos ardiendo en mí todo el tiempo, pero me entretengo en la simple tarea de posponer mirarla a los ojos y hablar con ella.

Ahora que hemos follado, no estoy seguro de estar listo para una conversación. Ni siquiera sé si quiero tener uno. Cuando salí del auto y la perseguí, no tenía ningún pensamiento racional dando vueltas en mi mente aparte de confrontarla y exigirle una explicación por haberme ido. Estaba furioso, he estado viviendo al límite desde que envió ese maldito mensaje y destruyó el altar de la perfección que creé para ella.

La culpa es mia.

Puse muchas expectativas en una chica, no era lo suficientemente madura para enfrentar una relación conmigo y no creo que lo sea ahora. Yo tampoco confío más en ella.

Ella me dejó.

No podré borrar el hecho de que ella se fue de mi mente. Sin embargo, no pude resistirme cuando la vi salir de esa h
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