166.DEMENTE

Así lo hacen, Tata Julián en su imagen de anciano se baja lentamente, y luego, antes de que se gire, aparece el hombre de las caballerizas con un pequeño banco y me ayuda a bajar llevándose el animal con él.

Julián y yo, que lo tomo del brazo para no resbalar, nos dirigimos a la casa. Al llegar ya han preparado todas las mesas y el escenario en el enorme salón de música. Pero esta vez no tengo miedo. Le pido que me deje tocar el piano y cantar junto a las hermanas y la niña Jacinta que enseguida dice que sí cuando le pregunto. Esta vez el altar está completo en el centro de atrás del escenario, como si lo hubiesen movido sin desarmar como la otra vez, es realmente hermoso.

—Deberías dejarlo ahí —le digo a Julián que no entiende en un inicio y por ello le repito más alto —me refiero a ellos —lo hago girar y le señalo a sus santos que al verlos inclina la cabeza —creo que en vez de que estén en el barracón pertenecen ahora a esta casa.

Jamás imaginé que esas palabras fueran a causar
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