Gwyneviere notó que Vandrell no estaba usando nada de la cintura para arriba.
- Con estas cadenas ya no puedo vestirme -dijo él.
- Bueno, ya no tienes que usarlas -dijo, usando la hebilla para quitarle las cadenas-. Oigan, les quitaré las cadenas a todos, pero tengan cuidado del autómata. Cuando vuelva, tendremos que fingir que las estamos usando.
Gwyneviere pasó celda por celda y abrió los grilletes de todos. Había prisioneros de todas las razas. Pudo ver rostros muy asustados, incluso con la escasa luz que se filtraba desde el otro lado del pasillo. Luego, guardó
- Van, vístete, antes de que los demás despierten.Vandrell abrió los ojos y acarició su mejilla, y lentamente se incorporó y tomó su ropa. Ambos se vistieron.Se dispusieron a confeccionar una especie de bolsas con las ropas de Vandrell. Ya no usaba nada del torso para arriba, ya que la primera vez que tuvo que quitarse todo, el autómata destrozó su ropa para desvestirlo, le contó a Gwyneviere mientras improvisaban las bolsas. Desde ese entonces, no usaba camisa.Gwyneviere anudó la camisa de Vandre
- Debemos determinar si escapar ahora o esperar a que el autómata haga nuevamente su recorrido. Quizá nos arriesgamos a que descubra que algo está fuera de lugar.- Ganaríamos una semana más si esperamos a que haga nuevamente su recorrido. No sucederá nada. Fingiremos que tenemos los grilletes en las muñecas y listo.- No sabemos lo que nos espera allá afuera, por lo que considero que es mejor esperar a que haga su recorrido.- Estoy de acuerdo. Gwyneviere pisó el césped y el portal se cerró rápidamente detrás de ella. Se encontraban fuera de la prisión del Nigromante, pero todavía no estaban a salvo. Sólo había podido transportarlos algunas millas más allá, y los ocultaban las copas de los árboles. - No puedo transportarnos más lejos que esto. Tendremos que caminar un poco hasta que pueda reponer mis energías. Caminaron en silencio. El peligro todavía estaba muy cerca y nadie pronunció palabra alguna por un largo rato. La sangre de la mordida del lobo corría por el brazo de Gwyneviere, pero no importaba. PCAPÍTULO 20
Después de comer en casa de Eamon, fueron a visitar al mejor herrero de la Ciudadela, Jaydon, un artesano muy hábil. Lo conocían desde hacía tiempo y confiaban en que haría un buen trabajo. Gwyneviere llevó consigo un boceto de cómo quería que fuera su báculo, junto con las pociones de Vandrell y una reliquia que había estado en su familia por generaciones. Se pusieron al día con su amigo y le contaron lo que habían vivido en la prisión del Nigromante. Jaydon aceptó de inmediato el trabajo, aunque
Atravesaron el portal en dirección a Emyrddrin. Gwyneviere probó su báculo en las afueras de la ciudad y respondía a la perfección a sus comandos. Era ligero y, además, muy bonito. Estaba realmente encantada con su nueva adquisición. La vara le confería cierto profesionalismo y le daba seguridad. Se dirigieron directo al centro de la ciudad, donde Gwyneviere sabía que podía encontrar a unas hechiceras que conocía hacía tiempo. Golpearon la puerta de un hogar y un joven respondió.
- ¿Cuál sería el siguiente destino? -preguntó Vandrell. - ¿A dónde te gustaría ir primero? ¿Eeyostend, Wosnugg o las Montañas de Lhyr? Sabemos que en Eeyostend quizá encontremos algunos guerreros, pero en Wosnugg sólo hay campesinos… y con respecto a los gigantes, veremos si nos creen. Luego tenemos Vaahldar… sinceramente no quiero ir allí. Y nos queda Elven Hudolk, el reino de los elfos… - ¿Qué hay de Liandalyd y Mirkalandre? - Había olvidado Liandalyd. Quizá encontremos
Por la mañana habían visitado Eeyostend y se dirigieron luego a Liandalyd. Allí hablaron con los gobernantes del lugar y de mala gana les proporcionaron algunos guerreros sólo porque habían recibido un cuervo de Eeyostend momentos antes, que les indicaba que tenían que unirse a la lucha, y como eran reinos que tomaban las decisiones en conjunto (la hija del rey de Eeyostend se iba a casar con el príncipe de Liandalyd), les concedieron los guerreros.Ya era media tarde y habían estado paseando por las calles del pueblo. Gwyneviere propuso quedarse en una choza que estaba deshabitada para continuar al día siguiente, camino al reino de los Elfos.
Entraron a la casa de Gwyneviere con el abrigo de la noche. Vandrell dejó sus cosas en el suelo y depositó la cena que había ido a comprar sobre la mesa. - Estoy hambrienta. - ¿No quieres asearte y cambiarte? - Qué más da. El daño ya está hecho -dijo ella. Vandrell la observó por un momento, pero no dijo nada. Sirvió la comida en dos platos